Por Yolanda Reinoso


Yolanda Reinoso
Los sentidos se abren al olor de las plantas que crecen libres y se reproducen gracias a la humedad del suelo, así como a los trinos de los pájaros, de los que se sabe hay al momento más de 60 especies inventariadas


A menos de una hora de Cuenca, se esconde una riqueza que descubrí hace poco gracias a Darío, mi hermano; no muchos han oído hablar aún de esta joya montañosa que, como indica su nombre, es un bosque húmedo.

Aguarongo está a una altura de 3200 metros sobre el nivel del mar, lo que quizá explica la similitud que puede hallarse con ciertas especies típicas de la flora de El Cajas, con la particularidad de que justamente la presencia de fuentes hídricas en Aguarongo, le da al paisaje el tinte de un verde más intenso que el que suele observarse en otras zonas de las alturas andinas.

Guiados por el señor Luis Juela, sorprende ver que su labor diaria no se limita al trabajo de resguardar el lugar, sino que además lleva él mismo a los visitantes a recorrer los senderos, donde los sentidos se abren al olor de las plantas que crecen libres y se reproducen gracias a la humedad del suelo, así como a los trinos de los pájaros, de los que se sabe hay al momento más de 60 especies inventariadas, de forma que con tiempo y paciencia, seguro podrán observarse bellos plumajes contrastando con el verdor que rodea todo, así como ejemplares de conejo, venado, zorrillo,   puerco espín y, no cuesta nada soñar, un oso de anteojos que, por desgracia, se ha extinguido aunque la naturaleza parece seguirle esperando dado que abunda el aguarongo, especie de penco que fuera su alimento favorito.

Se ven los llamados "huicundos" y los llamativos "rabos de mono", que según indica Luis, sale de la "llazhipa", que suele usarse para hacer fuego. Conocimos además el "chachaco", materia prima de   las tradicionales cucharas de madera, y el "garao" que sirve para teñir textiles.

En el aire se percibe el olor característico de la valeriana, y hay otras plantas medicinales como la "gaña" para dolores de estómago y cabeza, la "chuquiragua" para el colesterol y la gastritis, la de "chilpalpal" para tratar jaquecas, la "matiquillcana" usada en el conocido como "baño del 5" después del parto.

La sola mención de la existencia de la flora y fauna en Aguarongo es un indicador clarísimo de cuánto puede no sólo aprenderse en una visita al sitio, sino rescatarse y recordar, tal como que las "agüitas" son parte de la cultura popular y tienen un origen en la naturaleza con la que nació Ecuador.

En fin. Uno puede ir a pasarse en Aguarongo una semana entera, hospedarse en una de las cabañas decoradas con un gusto tradicional del mejor, aprenderse unas cuantas palabras en quichua ya que así se han bautizado los espacios del complejo, leer una y otra vez los letreros a través de los cuales cada planta informa quién es, y aún así salir sin saberlo todo del lugar; en otras palabras, es para volver una y otra vez a seguirlo descubriendo.

Aguarongo es posible gracias a la donación de los terrenos hecha por las comunidades indígenas y la colaboración de varias instituciones tanto nacionales como internacionales; su administración está a cargo de la Fundación Ecológica "Rikcharina", así que se trata de un proyecto de gran impacto turístico y comunitario, pues el agua que de ahí proviene se destina al consumo humano y a la producción agropecuaria en Jadán, Zhidmad, San Juan, San Bartolomé y Santa Ana.

Aguarongo nos devuelve no sólo al concepto más básico de lo que es un bosque protector, sino al recordatorio de que en nuestro país contamos con recursos naturales que a menudo olvidamos explotar respetando su esencia misma, que radica en la fragilidad del equilibrio ambiental.

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