Corrupción y política han estado estrechamente unidas. El mismo nacimiento de la República estuvo acompañado de los pactos políticos para el desenfrenado festín, del que salían ahítos y con rabos de paja una caterva de canallas ante la pasividad y cómplice silencio de las autoridades de control
 
El segundo eje de la revolución ciudadana del actual Gobierno fue presentarse en el 2007 como gestor del cambio y paladín de la lucha contra la corrupción con los mejores hombres y mujeres que “con manos limpias, mentes lúcidas y corazones ardientes por la Patria, dirijan las diferentes instituciones del Estado, y, desde ahí, con todo el respaldo político de la presidencia de la República, eliminen con su ejemplo y su consagración ciudadana, este nefasto plan…”.
   Ahora, al final de su mandato ya no se le escucha al presidente Correa, ni tampoco está al uso de su aparato propagandístico esa consigna porque su contenido está siendo cuestionado, día a día, por la realidad de los hechos.
 
   Corrupción y política en el Ecuador han estado estrechamente unidas. El mismo nacimiento de la República estuvo acompañado de los pactos políticos para el desenfrenado festín, del que salían ahítos y con rabos de paja una caterva de canallas ante la pasividad y cómplice silencio de las autoridades de control.
 
   Hay sobradas razones para afirmar que, desde los inicios de la atormentada vida republicana, el principal problema político del Ecuador ha sido erigir barreras para controlar a los individuos o grupos que tuvieron la tentación de subordinar el bien público a sus intereses personales. Desde hace ya 187 años la corrupción aparece como la causa principal del cambio político, la tara que inevitablemente engendra la caída de todo régimen incapaz y su sustitución por otro al que se suponía más honrado o competente sin que por ello hayamos hasta ahora podido superar ese círculo vicioso y epidérmico de la corrupción como una actividad floreciente que acaba por hundir a la república en el relajamiento de la moral política y privada, la indiferencia popular y la arrogancia de los entontecidos por el dinero.     El descontento que suscitaron los abusos del clero, por ejemplo, fue uno de los factores desencadenantes de la Revolución Liberal en el Ecuador.
 
    El elemento nuevo es que hoy en día, por diversas razones, la corrupción es menos tolerada que en el pasado y, al mismo tiempo, está más difundida. Una de esas razones es la globalización de la economía, los bienes y los capitales en medio de enormes oportunidades de enriquecimiento, tanto lícito como ilícito. Otro aspecto es el gran volumen de transacciones vinculados al comercio, el tráfico de drogas y la construcción. Un ejemplo reciente tiene que ver con los sobornos fabulosos de Odebrecht, la firma que está envuelta en el mayor escándalo de corrupción de Brasil y que extendió sus redes por Ecuador y América Latina, según lo dado a conocer por el Departamento de Justicia de los Estados Unidos.
 
    La explotación petrolera – iniciada en 1972 – provee millonarios recursos para el Estado y consiguientemente la corrupción se expandió con la creación de una serie de empresas estatales como CEPE, FLOPEC, ENPROVIT, AZTRA, Cemento Nacional y otras junto con la expansión de la banca, los seguros y la aparición de nuevos empresarios industriales favorecidos por la renta petrolera, que permite medrar sólo a unos pocos a la hora de suscribir contratos para vastos proyectos de construcción, gracias a jugosas comisiones alentadas por la corrupción.
 
    En los años 80 las denuncias de sobornos, viajes y favores orquestados por un centenar de rapazuelos sí causaban indignación gracias a la acción de la prensa independiente y al periodismo de investigación que prendió la luz, para que la gente vea cómo los corruptos al igual que las cucarachas corrían a ocultarse en las tinieblas de la impunidad.
 
    En la hora actual avergüenza a la conciencia nacional todo cuanto viene de ocurrir en PETROECUADOR y su desenfrenado baile de corrupción cuyas autoridades de turno, en su mayoría pájaros de alto vuelo, como cuotas políticas han salido del país a disfrutar de la calaña de las petro-fechorías que suman millones de dólares a falta de una autoridad represiva.
 
   Mientras tanto, la mayoría de los ciudadanos se niega a seguir soportando el clima de corrupción general, en la que ven un insulto a su dignidad. Las elecciones son una oportunidad para movilizar a la opinión pública contra la corrupción y a favor de la transparencia en todos los engranajes del sistema social.
 

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