Una de las promesas más socorridas es la de redimir a los desposeídos, a sabiendas de que no le conviene esa redención al populismo, porque el poder que detenta el demagogo de turno no reside en la Constitución, según rezan las bandas presidenciales, sino en la extrema pobreza de los estratos sociales secularmente preteridos

Explicaciones de variada índole se han formulado en torno de los acontecimientos suscitados en octubre de 2019 por la movilización contra las medidas dictadas por un régimen que, a pesar de la apariencia, no marchaba sobre ruedas. A esta altura de las circunstancias, cuando acaba de estrenarse otro gobierno, no cabe duda de que el decreto sorpresivo del señor Moreno introdujo el fulminante para el estallido de seculares tensiones sociales alrededor de un movimiento nacional estimado con ligereza como rebelión indígena, una acción empañada por la infiltración de oscuros intereses.

Una elemental sensatez había señalado la necesidad de prestar atención al sector campesino si en verdad se quería atenuar la temperatura social en procura del desarrollo armónico del Estado. Por supuesto, este fin indudablemente superior no ocultaba la conveniencia de volver los ojos al agro para satisfacer las necesidades primarias de la población acogida a la supuesta garantía de seguridad comunitaria que han ofrecido, desde época inmemorial, las grandes y pequeñas urbes, cuyo asentamiento y organización obedecieron a la búsqueda de bienestar mediante la acción mancomunada del individuo y el conjunto social.

Quizás convenga precisar que cuando se nombra al sector campesino se involucra en tal designación a los habitantes y al paisaje que los circunda: montañas, animales, bosques, ríos, en peligro casi irreversible de extinción debido al afán depredador de los seres humanos. Bajo esta amenaza apocalíptica, no es descabellado temer que la explotación desmedida de los recursos naturales, sumada a la ambición competitiva nacional y transnacional, lleve a la especie de vuelta a las cavernas.

Hasta que eso no acontezca, talvez sin sospecharlo, las recientes generaciones ya han ensayado su acomodo en la mítica caverna de Platón, replicada ahora en miles de millones de pantallas individuales que reflejan las sombras de una realidad proyectada en beneficio de quienes manipulan los hilos invisibles del espacio cibernético; esto es, los hilos del poder. Así, pues, si se cree todavía en el milagro de la creación del mundo, se ha de creer también en la posibilidad de su autoliquidación por obra de otro milagro: el portento tecnológico.

De hecho, la búsqueda de bienestar exigió, desde un principio, el establecimiento de un orden y, por consiguiente, de un mecanismo que asegure el control del comportamiento individual y colectivo. Para ello se han ensayado diversas formas de gobierno, encargadas al propio tiempo de asegurar y limitar las libertades, formas que van desde la monarquía, la tiranía, la oligarquía, hasta la democracia, cuyo último grado de mutación parece ser la demagogia, actualizada y puesta en escena en varios países del llamado tercer mundo. Bajo fórmulas de tinte sugestivo, la demagogia crea falsas expectativas ciudadanas por medio de ofertas que no pueden ser cumplidas, pero que, precisamente por utópicas, obnubilan a la gran masa poblacional frente a las urnas. Una de las promesas más socorridas es la de redimir a los desposeídos, a sabiendas de que no le conviene esa redención al populismo, porque el poder que detenta el demagogo de turno no reside en la Constitución, según rezan las bandas presidenciales, sino en la extrema pobreza de los estratos sociales secularmente preteridos.

Desde esta perspectiva, el movimiento de octubre de 2019 ha de entenderse como un despertar comunitario para romper el círculo vicioso de la demagogia, un esfuerzo liderado por las organizaciones populares a fin de iluminar la salida de la caverna y clamar, a plena luz, contra la mentira, exigiendo claridad y transparencia en el manejo de los asuntos públicos. En aquel levantamiento se gestó una actitud radical, un pacto sigiloso que luego ha prosperado hasta lograr el triunfo de una forma distinta de mirar e interpretar la realidad.

En efecto, el flamante régimen ha empezado a dar indicios de haber escuchado ese clamor y comparte su espacio con los sectores populares que fueron víctimas del reciente período de fiasco democrático. Un mandatario capaz de conmoverse hasta el borde del llanto ante la infelicidad del prójimo, preanuncia que en los próximos cuatro años no gobernarán los demagogos de la izquierda ni de la derecha, sino los seres humanos.

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