El experimento político de Lasso no asegura su durabilidad, pero cuando menos cabe saludarlo como un intento de mantener cierta gobernabilidad en un país que tanto la necesita, asediado por los males endémicos de la desigualdad y la mala práctica política que ha llevado a verdaderos callejones sin salida

Hace bastantes décadas, apareció un libro de la escritora argentina Esther Vilar, titulado “El Varón Domado”, que era una especie de manifiesto anti feminista. Me permito utilizar aquel título para, cambiándolo de sujeto, poner al Presidente Guillermo Lasso como protagonista.

Lasso, como todos saben, es un político nacido y fraguado en el seno de la banca más conservadora del Ecuador, y además, detalle que lo confiesa, es miembro del “Opus Dei”, organización internacional católica, de corte tradicionalista, y por lo tanto objeto de sañudos ataques de parte de la izquierda en general. Ahora bien, como reza un clásico proverbio político, “La política es el arte de lo posible”, esta máxima al parecer resulta irrefutable a la luz de la experiencia. Tanto la izquierda como la derecha en el mundo se han estrellado en la realidad. Por ejemplo, la izquierda fracasó en la famosa “Construcción del Paraíso en la Tierra”, sueño que devino en pesadilla siniestra con el Estalinismo en la ex Unión Soviética, la llamada “Revolución Cultural” de Mao en China, o la demencial experiencia de los Khmer Rojos en Camboya.

También ha resultado un palmario fracaso, su sucedáneo llamado “Socialismo del Siglo Veintiuno”, cuyo triste ejemplo a no seguir es el Chavismo de Maduro y compañía.

Pero, igualmente, la derecha liberal se ha estrellado contra los muros de la realidad, donde ni siquiera su paradigma, la inglesa Margaret Thatcher, consiguió un neoliberalismo “químicamente puro”, con un estado casi desaparecido y los resortes del poder en manos de las multinacionales, porque los ingleses no soportaron tamaña utopía, donde supuestamente las grandes empresas monopólicas “regulaban sabiamente el mercado”. El ejemplo de Chile con su experimento neoliberal que estalló en 2019, es el caso más palmario de esta utopía derechista fracasada.

Guillermo Lasso, al parecer ha tenido, hasta ahora por lo menos, la intuición suficiente para entender que “Una cosa es con guitarra y otra con violín” como se dice, y que su programa maximalista de anteriores campañas, es decir las privatizaciones a todo trance, y mantener bajos los salarios como recomiendan la generalidad de dueños de empresas, para su propio provecho se entiende, es imposible de aplicar, o mejor dicho de intentarlo siquiera, en un país como el nuestro de grandes carencias y desequilibrios. Por lo tanto, la insólita alianza entre el gobierno de derecha y el movimiento indígena, o por lo menos su cúpula, parecería el intento de mantener un extraño “Statu Quo” de gobernabilidad, sin embargo, amenazado desde todos los frentes, tanto por la derecha socialcristiana, hoy desmarcada de Lasso, como por el populismo correísta, y los fragmentos de izquierda más o menos asimilada al Correísmo.

El experimento político de Lasso, no asegura ni mucho menos su durabilidad, pero cuando menos cabe saludarlo como un intento de mantener cierta gobernabilidad en un país que tanto la necesita, asediado por los males endémicos de la desigualdad y la mala práctica política que nos ha llevado a verdaderos callejones sin salida.

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