Por Vrinda Naraim *

 Galería simbólica de una mujer y su hija y lo que las esperaría con los talibanes, tan solo en el control de su vestimenta. Foto: Comunidad Mujer / Twitter

MONTREAL (IPS).- Desde la retirada de las fuerzas estadounidenses y de la OTAN de Afganistán, los talibanes se han hecho rápidamente con el control de la mayoría del país y tomaron Kabul tras hacerlo de varias capitales de provincia. La posibilidad de una transición pacífica se desvanece

Envalentonados por su continuo éxito, la falta de resistencia de las fuerzas afganas y la mínima presión internacional, los talibanes han intensificado su violencia y copamiento del país. Para las mujeres afganas, su retorno al poder es aterrador. A principios de julio, los líderes talibanes que tomaron el control de las provincias de Badakhshan y Takhar emitieron una orden a los líderes religiosos locales para que les proporcionaran una lista de niñas mayores de 15 años y viudas menores de 45 para “casarse” con combatientes talibanes. Todavía no se sabe si han cumplido.

Si estos matrimonios forzados se llevan a cabo, las mujeres y las niñas serán llevadas a Waziristán, en Pakistán, para ser reeducadas y convertidas al “auténtico Islam”. Esta orden ha provocado un profundo temor entre las mujeres y sus familias que viven en estas zonas y las ha obligado a huir y unirse a las filas de los desplazados internos, lo que se suma al desastre humanitario que se está produciendo en Afganistán. Solo en los últimos tres meses, 900.000 personas han sido desplazadas.

Esta directiva de los talibanes es una cruda advertencia de lo que se avecina y un duro recordatorio de su brutal régimen de 1996 a 2001, durante el cual las mujeres fueron sometidas a persistentes violaciones de los derechos humanos, se les negó el empleo y la educación, se les obligó a llevar el burka y se les prohibió salir de casa sin un “tutor” masculino o mahram. A pesar de afirmar que han cambiado su postura respecto a los derechos de las mujeres, las acciones de los talibanes y sus últimos esfuerzos por someter a miles de mujeres a la esclavitud sexual demuestran lo contrario.

Un hombre borra imágenes de mujeres ataviadas de manera occidental y sin velo en sus rostros frente a una tienda, mientras los talibanes ingresaban a Kabul. Foto: Twitter

Además, los talibanes han señalado su intención de negar la educación de las niñas más allá de los 12 años, prohibir el empleo de las mujeres y reinstaurar la ley que exige que las mujeres estén acompañadas por un tutor.

Los avances logrados por las mujeres afganas en los últimos 20 años, sobre todo en materia de educación, empleo y participación política están gravemente amenazados. Ofrecer “esposas” es una estrategia destinada a atraer a los militantes para que se unan a los talibanes. Se trata de una esclavitud sexual, no de un matrimonio, y obligar a las mujeres a la esclavitud sexual bajo la apariencia de un matrimonio es tanto un crimen de guerra como un crimen contra la humanidad. El artículo 27 de la Convención de Ginebra establece: “Las mujeres deben ser especialmente protegidas contra todo atentado a su honor, en particular contra la violación, la prostitución forzada o cualquier otra forma de atentado a su pudor”.

En 2008, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas adoptó la Resolución 1820 declarando que “la violación y otras formas de violencia sexual pueden constituir crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad”. Reconoce la violencia sexual como una táctica de guerra destinada a humillar, dominar e infundir miedo a los miembros civiles de la comunidad. La ONU debe actuar ahora con decisión para evitar que se cometan más atrocidades contra las mujeres en Afganistán.

Las mujeres de Afganistán y de toda la región agradecerían los esfuerzos de la ONU y de la comunidad internacional para garantizar que las supervivientes de la violencia sexual tengan la misma protección ante la ley y el mismo acceso a la justicia.

No debe haber impunidad para los actos de violencia sexual como parte de un enfoque integral para buscar la paz sostenible, la justicia y la reconciliación nacional en Afganistán.

 

 

(*) Vrinda Naraim, profesora asociada de la Facultad de Derecho del Centro de Derechos Humanos y Pluralismo Jurídico, de la Escuela de Políticas Públicas Max Bell, de la canadiense Universidad McGill

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