Un grupo de mujeres baila y quema sus velos durante una protesta nocturna
en Bandar Abbas, en el suroeste de Irán. Foto: Redes Sociales

Por: Arina Moradi / IPS

COPENAGUA (IPS) – Hace más de un mes Bayán, profesora persa de 30 años, pudo dejar por última vez su hogar en la ciudad de Piranshahr, 730 kilómetros al noroeste de Teherán. Su familia teme la detención, la tortura y que sea víctima de violencia sexual por las fuerzas de seguridad en los centros de detención.

Les dije que estoy dispuesta a morir ahora en esta lucha antes que morir lentamente en este país”, explica por teléfono esta mujer que como el resto de personas entrevistadas desde la capital danesa y que viven dentro de Irán piden que no se revele su identidad por temor a represalias y eligen el nombre por el que ser mencionadas.

Fue el 16 de septiembre cuando Mahsa Amini, una kurda iraní de 22 años, fue detenida por la “policía de la moral» iraní por llevar mal colocado el velo islámico. Falleció ese mismo día por los golpes recibidos. Desde entonces, miles de mujeres y hombres jóvenes han tomado las calles coreando “Mujeres, Vida, Libertad”. No obstante, hay muchas mujeres iraníes que nadie ha visto hasta ahora entre los manifestantes. Como Bayán, anhelan la libertad aún sin poder salir de sus hogares familiares.

 Restos de munición empleada por las fuerzas de seguridad iraníes en Sanandaj, en la provincia de Kurdistán

Para los hombres es mucho más fácil. Során, el hermano menor de Bayán, dice que se ha unido a casi todas las protestas de la ciudad. Sus padres también le han advertido de los riesgos, pero no pueden evitar que abandone la casa. “Traté de convencer a mis padres de que dejaran que mi hermana se uniera a mí, pero no lo permitieron, así que encontramos una forma más segura de participar”, dice este kurdo de 24 años. Han elaborado juntos una lista de contactos de periodistas fuera del país. “Mi hermano sale a las protestas y busca noticias. Yo contacto a los periodistas de la lista para contarles lo que está pasando aquí y les envío videos, fotos y los nombre de aquellos que creemos que han sido arrestados por las fuerzas de seguridad”, explica Bayán. Según la agencia estatal de noticias Irna, más de 1000 personas, incluidos periodistas, han sido arrestadas en Irán, pero se estima que el número real es mucho mayor.

No hay cifras oficiales sobre el número de detenidos en las recientes protestas de Irán. En su informe de octubre, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) advirtió sobre “arrestos masivos de manifestantes”, incluida la detención de al menos 90 activistas de los derechos civiles, defensores de derechos humanos, abogados, artistas y periodistas.

La periodista iraní Nilufar Hamedi está entre los detenidos. El 16 de septiembre, Hamedi logró acceder al Hospital Kasra en Teherán, donde Mahsa Amini estaba siendo tratada tras su detención. Poco después, Hamedi publicó una foto de los padres de Amini abrazados y llorando en el hospital. La imagen se difundió rápidamente junto con el informe de Hamedi sobre la muerte de Amini, lo que hizo estallar las protestas por todo el país.

En la capital del país, Teherán, Neda, de 38 años y madre de dos hijos también aporta su granito de arena. Desde el principio ha albergado a decenas de manifestantes perseguidos por las fuerzas de seguridad y necesitaban un lugar donde esconderse. “La primera vez fue en la segunda noche de las protestas en Teherán. Alrededor de la medianoche, un grupo de seis mujeres y hombres jóvenes golpeaba mi puerta pidiendo ayuda huyendo de la policía. Abrí la puerta lo más rápido posible y la cerré aún más rápido. Me emocioné tanto que lloré y abracé a una de las jóvenes. No puedo olvidar sus rostros inocentes”, cuenta la iraní a IPS en conversación telefónica. Desde esa noche, Neda siempre está preparada cada vez que hay una protesta en su barrio. Reparte comida, agua, medicinas o lo que necesiten los manifestantes que se esconden de las fuerzas antidisturbios.

“Una noche, había un niño al que le dispararon en la pierna derecha. Llamé a un amigo mío que es médico para que lo tratara en mi casa. No podíamos arriesgarnos a llevarlo al hospital por su propia seguridad”, explica.

Neda sueña con ver con sus propios ojos el fin de la República Islámica, en el poder desde 1979. “Deseo ver a mis hijos crecer en un país donde haya respeto por la mujer, la libertad y la igualdad”, repite.

Pero le cuesta convencer a su marido de que la deje salir de la casa para unirse a los manifestantes en las calles. “Todos el mundo espera que una madre de dos hijos se quede en casa con los niños mientras esos jóvenes arriesgan su vida en las calles. A veces me siento tan impotente y culpable…”, lamenta.

Hasta octubre, al menos 215 personas, incluidos 27 niños, han muerto en las protestas en Irán según un informe de Iran Human Rights, una organización no gubernamental con sede en Noruega.

 Una joven manifestante en Sanandaj, en la provincia de Kurdistán, con su velo quitado en la mano, como un emblema.

“La insensata violencia estatal que incluso ha tenido como objetivo a niños y presos, junto a acusaciones falsas esgrimidas por funcionarios de la República Islámica, hacen que sea más crucial que nunca que la comunidad internacional establezca un mecanismo independiente bajo la supervisión de la ONU”, dijo el director de la organización, Mahmood Amiry-Moghaddam, en el informe. En octubre, Amnistía Internacional también pidió al Consejo de Derechos Humanos de la ONU que celebre una sesión especial sobre Irán “con carácter de urgencia”. Además, instó al Consejo a establecer “un mecanismo independiente con funciones de investigación, presentación de informes y rendición de cuentas para abordar los delitos más graves según el derecho internacional y otras violaciones de los derechos humanos cometidas en Irán”.

Por su parte, las autoridades iraníes culpan a Occidente de instigar los disturbios. “¿Quién creería que la muerte de una niña fuera tan importante para los occidentales?”, dijo el ministro de Asuntos Exteriores del país, Hussein Amir Abdollahian. A pesar de la brutal represión, las protestas se siguen extendiendo por todo el país gracias a gente como Hana. Esta mujer de 41 años vive con su esposo y sus dos hijos en Bukán, a 480 kilómetros al oeste de Teherán, en la provincia de Azerbaiyán. Durante el último mes, esta ciudad de alrededor de 200 000 habitantes ha sido escenario de numerosas olas de protestas y huelgas. Sin embargo, Hana tampoco pudo unirse a los manifestantes. “Yo me quedé en casa para cuidar a los niños y mi esposo salió a protestar. Él cree que los niños me necesitan más a mí que a él en caso de detención, lesiones o incluso muerte debido a la brutal represión de las fuerzas de seguridad”, explica. Regenta una tienda de ropa de mujer y se ha unido a todas las huelgas para mostrar su oposición al Estado. Asegura que las fuerzas de seguridad han roto los escaparates de su tienda y los de muchas otras como táctica para obligarlas a poner fin a la huelga.

“Yo personalmente no me rendí. Es lo mínimo que podía hacer para contribuir al levantamiento”, dice esta iraní. “Mujer, vida y libertad”, insiste, es mucho más que un eslogan. Y concluye: “Es un objetivo vital para la mayoría de las mujeres iraníes que han estado sufriendo todo tipo de presiones por parte de sus familias, de la sociedad y, sobre todo, del Estado y sus leyes contra la mujer”.

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