El libro de un doctor y artista presenta biografías y vivencias de más de cien profesionales cuencanos de la Medicina que incursionaron en el arte, la poesía, la política, las ciencias y más actividades privadas o públicas

Aquello de que “de poeta y loco todos tenemos un poco”, se remacha con la sentencia popular de los “siete oficios y mil necesidades”. En forma versátil, el ser humano suele realizarse de diversas maneras.

El médico Hugo Calle Galán –pintor, caricaturista, músico-, a su trayectoria interdisciplinaria suma la del escritor con su libro “VERSÁTILES Semblanzas de médicos cuencanos cultivadores del arte”, con datos biográficos y reseñas de cada uno sobre sus destrezas más allá del oficio de explorar los dolores de los pacientes.
Lo prologa Gustavo Vega, su compañero de aula en la Facultad de Medicina de la Universidad local: “Siendo el núcleo duro de su publicación diversas micro semblanzas de sus colegas, no descuida un sutil análisis de cada época de las tres distintas que el autor estudia, en las que sus cultores por cronología de sus vidas se ubican…Tengo la fortuna de presentar un libro distinto, un libro que evoca la necesidad de vivir la interdisciplinariedad”, apunta el que también fuera rector universitario en Cuenca y lo es ahora en Quito. La obra tiene ilustraciones dibujadas por el médico que la escribe y la portada es una obra pictórica del médico James Pilco.

 
 Hugo Calle Galán, médico autor del libro

Previamente, Calle Galán explora el tema universal de la medicina – ciencia y arte- desde tiempos antiguos, porque “la Medicina, los médicos, las enfermedades, la salud, han sido parte de la historia de la humanidad y no se han escapado de la percepción, la acuciosidad y habilidad algunos de esos virtuosos del arte, que sin ser médicos crearon hermosas e inmortales obras”.

Al aproximarse al panorama de Cuenca, la visión va por el año 1868, cuando al crearse la Universidad con su facultad de Medicina, un sermón inaugural advierte del valor científico pero también de “la utilidad de las ciencias y el peligro que las acompaña cuando no están unidas con los principios de la verdadera religión”.

Entonces la ciudad sufría insalubridad, sin agua potable, sin higiene, con acequias escurriendo por las calles inmundicias de cuyo cauce se tomaba el líquido para consumo humano. El fanatismo religioso era caldo de cultivo para el dominio político conservador apoyado desde los púlpitos para los triunfos electorales. Los primeros médicos ejercieron cuando aún no habían llegado los estetoscopios para auscultar los latidos de las mujeres que se ofendían cuando el doctor apoyaba el oído a su pecho, o cuando los médicos descubrieron la importancia de lavarse las manos antes de manipular al paciente en las salas de operaciones.

 

Emiliano J. Crespo ironiza su profesión en la siguiente estrofa:

¡Oh, malhadado destino

de esta ingrata profesión:

por la noche comadrón,

por la mañana padrino!

 

Eran también tiempos en los que las clases pudientes y la pobreza marcaban grandes diferencias sociales y culturales. Hubo quienes acumularon fortunas exportando la cascarilla, usada para curar pestes de malaria, más tarde los sombreros de toquilla tejidos por manos populares, con ganancias desproporcionadas para los acaparadores del producto vendido al exterior. El roce con la cultura europea permitió a los privilegiados importar diseños arquitectónicos franceses que hoy son tesoros patrimoniales, así como el acceso a la cultura encontró en la literatura una de las expresiones destacadas en la inventada “Atenas del Ecuador”.

Los médicos enumerados se clasifican en tres etapas de cincuenta años, a partir de los nacidos en 1850, siguiendo –aunque no fielmente- el criterio de los norteamericanos William Strauss y Neil Howe en su libro “Generaciones”, donde sostienen que una generación ocupa un lapso entre 20 y 22 años que marca la conducta de las personas nacidas en ese intervalo de tiempo y que, en este caso de la profesión médica y su vinculación con el arte, permite al autor apreciar el comportamiento creativo de los médicos en el tiempo de su vigencia. Desde 1850 los conocimientos, la tecnología y los equipamientos médicos han experimentado gradualmente cambios sorprendentes.

Ciento seis médicos constan en la obra –ocho mujeres- . En la primera etapa están 14, empezando por Juan José Ramos, nacido en 1850 y cuya fecha de muerte se ignora, hasta Manuel Ulpiano Arízaga y Arízaga (1898-1951). El primero, a más de la profesión y la docencia, cultivó la poesía y fue un estudioso del francés, inglés, latín, griego y el hebreo. En la revista “La Aurora”, en el último tercio del siglo XIX constan sus aportes literarios y científicos.

Arízaga y Arízaga, médico apasionado por la música, interpretaba con maestría diversos instrumentos. Una frase de Jorge Lara, en el discurso funeral del personaje, dice de su arte: “La ciencia es enemiga de la tristeza y el médico de verdad debe ser alegre y pasar por el mundo con la elegancia de una verdadera sinfonía”.

La segunda etapa, con trece médicos, se inicia con Agustín Cueva Tamariz (1903-1979), hombre de cultura polifacética que dictó una cátedra de Literatura en Quito y es autor de títulos científicos y literarios como Programas de Medicina Legal y Psiquiatría Forense, La Psicopatología de Nietzche, Ideas Biológicas del Padre Solano, Homenaje a Segismundo Freud, Darwin, el gigante de la evolución, Hombres e Ideas, Evolución de la Psiquiatría en el Ecuador, Abismos Humanos, etc.

Esta etapa termina con el médico Rubén Tenorio Oramas (1940), quien hizo especialidades psiquiátricas en España y Canadá, ejerció la docencia, incursionó en la poesía y en periódicos y revistas constan creaciones literarias de méritos reconocidos por los críticos.

La tercera etapa de VERSÁTILES, con 78 médicos, arranca con César Hermida Bustos (1943), quien en las aulas secundarias y universitarias ya incursionó en producciones literarias que acompañarían su trayectoria profesional con cuentos y novelas, una de las últimas “Amoríos”, que obtuvo al premio literario La Linares. Sus experiencias y conocimientos científicos le llevaron a la docencia en el exterior, al Ministerio de Salud y fue consultor del Fondo de Población de las Naciones Unidas.

Las doctoras en medicina son minoría en el libro. La primera es Matilde Hidalgo de Prócel (1889-1974), lojana que se licenció en medicina en Cuenca en 1919 después de que no la aceptaron en la Universidad Central en Quito, pues la profesión médica era de varones. Es un símbolo de la lucha por defender su género: primera bachiller ecuatoriana, en Loja; primera médica del Ecuador (acabó graduándose en la Central en 1921), la primera mujer que sufragó en América Latina (1924), la primera concejala en Machala (1925) y en Loja (1936); primera diputada electa en Loja (1941). En su incursión literaria es defensora de la igualdad de derechos con los hombres. “El deber de la mujer” es un poema en el que consta: No contentarse tan solo/Con el rosario en la mano/Y el breviario del cristiano/Querer la vida pasar.

Habrá de correr bastante tiempo para encontrar doctoras que incursionaron en otras labores. Ellas son Magdalena Molina Vélez (nacida en 1932), Magdalena Abad Rodas (1955), María del Carmen Ochoa Palacios (1960), Martha Rocío Robalino Peña (1962), María de Lourdes Huiracocha Tutivén (1964), María Albán Bermeo (1972), Angelique Amory Moreno (1979) y Lizbeth Ruilova González (1979). Ellas ejercieron actividades adicionales a su profesión.

Ilustraciones realizadas por el médico autor de la publicación

VERSÁTILES Semblanzas de médicos cuencanos cultivadores del arte, incluye poemas de médicos, así como da cuenta de quienes alternaron el bisturí y el pincel o de grupos musicales de profesionales de la medicina que, inclusive, grabaron piezas musicales de éxito. Al finalizar el libro, unas palabras del epílogo son significativas para comprender al autor y su obra: “En suma, se puede concluir pensando que el Arte, en el estricto sentido de su definición, no elije profesiones, en cambio hay que trabajar para hacer de nuestra profesión un bello Arte”. En definitiva: siempre hubo médicos que también hicieron arte y siempre hubo artistas que también hicieron medicina, lo que puede extenderse a otras experiencias profesionales.

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