Por Rolando Tello

Ella espera que concluya el debate sobre la ubicación del nuevo local para la cárcel. Lo que interesa es alojar con dignidad humana a "mis malcriados". La Municipalidad y autoridades del Gobierno analizan levantarlo en las proximidades de Turi o en Challuabamba, mientras vecinos de uno y otro lado impugnan ambos proyectos


A la Directora del Centro de Rehabilitación de Varones de Cuenca, Elizabeth Campaña Villacrés, le duele ganarse el sueldo gracias a la privación de la libertad de personas tras barrotes, en el estrecho e inmundo local donde pagan su castigo.
"Por eso dedico mis mayores esfuerzos para hacerles llevadera la prisión, segura de que andan libres muchas personas más culpables que no se han dejado agarrar por las leyes", dice la doctora en Derecho que habla con énfasis y confiesa amar la función a la que accedió y fue ratificada dos veces por concursos.
El 21 de mayo tuvo para ella una connotación especial, porque cumplía nueve años de hacerse cargo del centro penitenciario. Además, la polémica por la ubicación del nuevo edificio carcelario había encontrado luces para superar los escollos en una reunión municipal que se extendió hasta la madrugada. Era, por fin, víspera de Santa Rita, patrona de los casos imposibles, a la que guarda devoción especial y en cuyo honor sus padres le impusieron su primer nombre.
Un interno realiza trabajos artesanales.
Los medios llevaban días de destacar la polémica sobre el sitio del nuevo emplazamiento, pero ignoraban cómo viven los condenados a la prisión. "Es como un milagro que precisamente hoy, sin acuerdo previo, nos visite la revista AVANCE para enfocar el tema penitenciario desde una óptica social y humana", dice sin ocultar la emoción con la que asocia cuanto ocurre ese día con el aniversario de asumir el cargo.
La conversación es en la Dirección del Centro: un pequeño cuarto que aprovecha ingeniosamente   el reducido espacio para el escritorio y el mobiliario indispensable. En las paredes cuelgan decenas de búhos en fotografías, dibujos, bordados, tallados en madera, hechos en el tiempo libre, lo único que les sobra a los presos que saben de su afición por el ave agorera de ojos asombrados. También hay retratos y dibujos del Che Guevara, personaje al que admira la directora del presidio.
Sobre el cielo raso se escucha el ruidoso tropel de ratas en plena libertad en los rincones del viejo inmueble destinado al encierro de seres humanos. "Es una plaga imposible de erradicarla, nos hemos habituado a convivir con ellas manteniéndolas alejadas de los dormitorios, la cocina o las bodegas", dice, con la esperanza de que a corto plazo, en el nuevo local, ahora en debate de ubicación, los internos tengan mejores condiciones de vida.

Una clase de colegio en la penitenciaría.
La ocasión propicia hablar de la historia del centro carcelario, creado el 12 de abril de 1557, cuando el fundador de Cuenca destinó su lugar junto a la casa municipal, donde permaneció hasta septiembre de 1836, que pasó al cuartel contiguo para refaccionar el inmueble ya más de dos veces centenario en ruinas. Allí se pierde la continuidad, hasta el 5 de febrero de 1931, cuando fue a la Casa de Temperancia €“actual Museo de Arte Moderno-, en el barrio San Sebastián, hasta 1939 en que retorna al primer local junto a la Municipalidad y al cuartel.

Por esos años la Municipalidad había construido un local para ferias en el norte de la ciudad, que acaso por la distancia del centro de la urbe, no fue del agrado de los vendedores ni de los compradores, por lo que se lo utilizaba poco. Allí fue a parar, por fin, la Cárcel de Varones, en 1957, hasta hoy.
El local que sirvió de cárcel desde tiempos de la fundación de Cuenca hasta mediados del siglo pasado (arriba) y el frontis de la penitenciaría actual.
En este inmueble, sobre 3.800 metros cuadrados, se calculaba alojar hasta 125 reclusos, pero en la actualidad hay más de 500 hombres hacinados €“acaso más que las ratas-, a pesar de los añadidos forzosos al interior, sin que la fachada se haya modificado desde tiempos del mercado. "He logrado recursos para algunas mejoras, con el apoyo de la Dirección Nacional de Rehabilitación Social €“dice- pero el espacio no da para más".

Además, por entrega a la causa de la rehabilitación, ha instalado talleres para que los presos ocupen el tiempo en algo productivo. Llaveros, portarretratos, estuches de cuero, carteras €“con materiales de desecho donados por fábricas de tela o cueros-, lámparas, dibujos y cuadros de arte, se venden en las ferias artesanales. "Son gente capaz, inteligente, con voluntad de emprender en iniciativas si se les permite desplegar sus habilidades: yo les quiero, les amo a mis malcriados", confiesa la Directora que ha establecido lazos de afecto con ellos.
Las remodelaciones han permitido disponer de un auditorio para 35 asistentes, una oficina de derechos humanos y aulas para enseñar a leer y escribir a los analfabetos y dar educación secundaria a los que la necesitan. Este año saldrá la cuarta promoción de bachilleres. Con ayuda del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Educación, se ha instalado una biblioteca atendida por un recluso sin sentencia que gana 160 dólares mensuales.
La vida de Elizabeth Campaña está ligada íntimamente al centro penitenciario y ella gusta compartir sus experiencias, como si su presencia en la función le hubiese fijado el destino. Nacida en Guaranda en 1965, vino a dar en Cuenca a los cuatro años, porque a don Pedro Campaña Portugal, su padre, militar de tropa, le dieron el pase y llegó con la esposa Isabel, maletas e hijos, a radicarse en esta ciudad.
Aquí estudio la primaria, la secundaria y la Universidad, hasta doctorarse en Leyes en 1993, profesión que la ejerció penosamente cuatro años, hasta que decidió emigrar a los Estados Unidos en busca de trabajo: "con mi título profesional guardado, limpié residencias y retretes cuatro años, hasta retornar con algún dinero para reempezar la vida junto a la familia, con mi hijo de madre soltera que dejé a cargo de mis padres", confiesa la mujer que ignora lo que es guardar secretos.
Fue entonces cuando participó en 2001 en el concurso para la Dirección del Centro de Rehabilitación de Varones y lo ganó. Un día apareció por el establecimiento un extranjero rubio que lo creyó estadounidense, para ofrecer servicios de una fundación a fin de medir la vista y donar anteojos a los reos que los necesitasen. Era un personaje interesante, generoso, cordial, al que abrió las puertas de la prisión y llegaba con girasoles para obsequiarla: se llama Klaus Sparer, es alemán y desde el 25 de mayo de 2005, su esposo, 25 años mayor a ella. "Somos felices", asegura, satisfecha y orgullosa de cuanto ocurrió en su vida.
Lo que al momento le interesa es el nuevo edificio penitenciario. El Ministerio de Justicia ha presupuestado 25 millones de dólares para la obra, con comodidades suficientes para dar un trato humano y digno a los queridos "malcriados" que requieren rehabilitarse.
También los prisioneros lo esperan ávidos, donde fuese, lo antes posible. Muchos no irán a la nueva residencia, pues cumplirán las condenas antes de que se la termine, pero no quisieran en el futuro a seres humanos sufriendo la horrorosa experiencia de añadir a la falta de libertad, la tortura del encierro en un antro de incomodidades, limitaciones físicas y sanitarias, aunque hayan cambiado el nombre de cárcel por el de centro de rehabilitación social y lo gobiernen personas humanitarias, generosas y sacrificadas como la actual directora.

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