Dos investigadoras, cuencana una y estadounidense la otra, entregaron a conocimiento público tesoros históricos que permanecieron refundidos en los escondites polvorientos de los archivos

 

La memoria de vida de Cuenca en años cruciales entre los siglos XVI y XVII muestra a la ciudad pequeñita, en formación, con  autoridades españolas marcando con énfasis el privilegio de las familias conquistadoras frente a los mitayos que quedaban de los tiempos cañaris e incas.

Debora L. Trhuan y Luz María Guapizaca presentaron dos volúmenes del Libro de Cabildos de la Ciudad de Cuenca, el primero correspondiente a los años 1591-1603 y el segundo de 1606 a 1614. Un trabajo intenso y extenso de investigación enriquecida con  información para identificar a los personajes de la sociedad colonial de entonces, así como ubicar los temas en situaciones que los contextualizan para ser a más de  actas de sesiones, documentos con aporte etnográfico, histórico y geográfico.

La publicación, auspiciada por la Municipalidad de Cuenca y la Casa de la Cultura del Azuay, es uno de los grandes aportes al conocimiento documentado y fidedigno del pasado de la ciudad destinada a ser al transcurrir de los siglos, un representativo espacio urbano, cultural y de desarrollo industrial y comercial del Ecuador.  Las autoras, basadas en la transcripción paleográfica que hiciera hace más de un siglo Manuel Torres Aguilar, presentan la versión contemporánea de la escritura, lo que hace más fácil y comprensible la lectura y aún más, complementan su trabajo con comentarios abundantes de pie de página.

Es una obra de lectura minuciosa y consulta obligada para quienes quisieran conocer  uno de los períodos alborales de la historia de Cuenca y de la extensa región que entonces formaba parte de ella. Complementa esfuerzos anteriores que han permitido rescatar de escondidos archivos la documentación histórica más valiosa sobre el pasado y la trayectoria de la ciudad (Juan Chacón Zhapán lleva el mérito primigenio de tales “descubrimientos”, al haber dado a luz varios otros tomos de los Cabildos).

El conocimiento de algunos temas, tomados al azar, permite una aproximación a la vida, los días, los trabajos, virtudes y vicios de un pueblo y una sociedad en proceso de formación en los oscuros tiempos coloniales, cuando los conquistadores españoles, con sus leyes, dioses y formas de mirar la vida, sojuzgaron a los dueños de las tierras que les fueron quitadas y a su vez las revendieron al precio de la esclavitud y la servidumbre.

Luz María Guapizaca, coautora de la obra de los Cabildos, junto con Debora Trhuan.

En nombre del Rey de España, los colonizadores se  repartían las tierras, por centenares de cuadras, como si jamás hubiesen tenido dueño y como si el  “descubrimiento” les diese autoridad y patrimonio para la distribución. Por añadidura, repartían también mitayos para que hicieran la labranza y el servicio de los amos.

El Cabildo era la autoridad máxima representativa del Rey de España, con poder para administrar bienes y personas, así como para asignar cargos, cobrar aranceles, imponer sanciones o mandar a “aderezar” las calles y caminos, reparar los puentes, constantemente arrasados por las crecidas del Matadero que arrastraban sin discrimen a españoles y aborígenes en sus turbulencias. Inicialmente la nominación de alcaldes, corregidores y regidores, escribanos, alguaciles, se daba en elecciones promovidas por el Cabildo, pero luego la voracidad económica de la Corona mandó que esos oficios fuesen rematados al mejor postor, para lo que se hacía pregones en la plaza pública. Las actas inician apuntando generalmente “En la ciudad de Cuenca…”, pero a veces señalan “En la ciudad de Cuenca del Pirú…”.  Un vívido testimonio de una elección de alcaldes para 1594, consta en la reunión de Cabildo del uno de enero de ese año y dice:

“…Habiendo dado los regidores sus votos para los que han de ser alcaldes de este presente año, y regulando los votos por el dicho corregidor y por mí el presente escribano, se echaron en un cántaro tres papelillos con los nombres de los tres primeros que habían de salir por alcaldes de primer voto. Y habiendo llamado un niño que sacasen las suertes, sacó una cédula donde estaba asentado el nombre de Luis Méndez Vázquez que salió por alcalde de primer voto. Y echando los otros tres en el cántaro, se sacó por suerte otro papel, donde estaba asentado el nombre de Pedro Lozano para alcalde de segundo voto. Y por estar ausente, apareció solamente el dicho Luis Méndez Vázquez, el cual aceptó el dicho oficio, e hizo el juramento en forma, y se le entregó la vara de la real justicia…” Él quedaría encargado de visitar tiendas y pulperías e imponer aranceles. El acta suscribe el escribano Lázaro de Puga.
Otro caso, que evidencia la ambición por acaparar cargos de corregidores para usufructuar sus lucros, consta en el cabildo de 14 de octubre de 1592, cuando se aprueba la oferta de Gonzalo Núñez Cabeza de Vaca, por 630 pesos de plata “ensayada y marcada” para que su hijo Hernán Ruiz Cabeza de Vaca, entonces de 10 años, oficiase de corregidor cuando tuviere la edad apropiada, oficio que hasta entonces lo ejercería el propio padre: “quedando el dicho oficio para sí en el ínterin que el dicho su hijo tenga edad, y lo pueda usar por todos los días de su vida, con las preeminencias y prerrogativas al dicho oficio tocantes y pertenecientes”.

La “merced de las tierras” es gestión rutinaria del cabildo, esto es la donación de propiedades a quienes las solicitasen y que son españoles o vinculados a ellos, constantes y numerosos. El cabildo de 14 de marzo de 1594 muestra un ejemplo: “En este cabildo se presentó petición por parte de Lorenzo Verdugo, vecino de esta ciudad, en que pide cincuenta y ocho cuadras de tierras para sus sementeras, en la vega y ladera del río de Burgay, hacia la parte de lo alto desde la dicha vega y río, que linda con dos quebradas de la una y otra parte… Hízosele  merced de cincuenta cuadras de tierra, sin perjuicio de naturales ni otro tercero, con las condiciones ordinarias”.

La insalubridad y falta de higiene predominan en la ciudad, sin más que los caños de agua atravesando las calles para el consumo humano y la limpieza. Los indígenas viven en las peores condiciones y son permanentemente víctimas de fiebres mortales. A veces los cabildantes se conduelen de ellos o los protegen porque son bienes a su servicio.  Pero siempre el trato preferente es para los españoles o los mestizos, como se desprende del cabildo de 16 de abril de 1599 que toma una resolución humanitaria: “Se acordó que por cuanto Pedro de Santana, vecino de esta ciudad, ha más tiempo de cinco años que está en la cama enfermo y padecido de extrema necesidad, fue acordado por este cabildo se dé para ayuda a su sustento de los bienes del hospital ocho reales cada semana hasta que otra cosa provea el cabildo de esta ciudad. Y ansimismo se acordó se dé a Polonia Hernández, que está enferma y padece necesidad, otros ocho reales cada semana para su sustento, y el mayordomo que es o fuere del dicho hospital tenga cuidado de se los dar…”. Por los apellidos, son españoles o mestizos.

El 29 de abril de 1599 el cabildo conoce de muchos indios contagiados de calenturas y tabardete. Varios han muerto porque no hay quien les cure o sangre.  Entonces el cabildo resuelve que “para la parroquia de San Sebastián, se nombra a Cristóbal Díaz, barbero, para que los sangre y cure. Y para la parroquia de señor San Blas, a Juan de Albarrasín para otro tanto, a los cuales se les señala cada mes, a cada uno, diez patacones por su trabajo, de los bienes del hospital,  para que curen a los pobres de balde. Y a los demás que tuvieren de qué pagar, tomen de ellos lo  que les dieren”.

Por esos días se tiene noticia de la muerte del Rey Felipe y el cabildo “acordó se escribiese a la Real Audiencia para que nos envíen orden e instrucción de lo que se ha de hacer en la muerte de nuestro Rey y Señor Don Felipe, de gloriosa memoria, que está en el cielo, y pidiendo se dé licencia para que se vendan de los propios de esta ciudad la cantidad que fuere menester para sus honras y sacrificios de cera y otras cosas, y para lutos de las personas del cabildo”.

Los mitayos o “naturales” cumplen los menesteres de servidumbre, el trabajo agrícola, la reparación de puentes y caminos, así como son los constructores de edificios y obras públicas. Cuando un personaje notable de la Real Audiencia o de España anuncia su presencia, se los reúne para enviarlos a arreglar las vías. El 25 de enero de 1602 el cabildo trató “que se tiene nueva que se viene a esta ciudad el general don Diego de Portugal, y porque es justo que los caminos estén aderezados, y para ello se acordó que salgan a recibir, teniendo nueva de que está cerca, Francisco de Peñafiel, alcalde ordinario, y otras personas del cabildo… Se acordó que el camino de Alausí está muy malo, no se puede andar por ellos por estar mal aderezados, y porque es justo que lo estén, acordó que se le notifique al teniente de Alausí, compela a los naturales a que lo hagan aderezar y él esté presente en ello”.

Antiguo edificio del Cabildo, donde está ahora el palacio municipal, en una foto hacia la segunda década del siglo pasado.


La fe cristiana domina en toda la vida colonial. El cabildo dicta normas para las solemnes celebraciones y fiestas del Santísimo Sacramento, el Corpus Cristi que se mantiene hasta hoy. El 16 de abril de 1599 el cabildo acordó “se escriba al señor obispo, avisándole como las hijas de doña Leonor Ordóñez, que está en la gloria, dan sus casas para un monasterio de monjas, que son las mejores de esta ciudad, y que Su Señoría se provea de dos monjas que sean abadesa y vicaria del coro para la buena orden del dicho monasterio, y que Su Señoría con su auxilio y favor dé orden se funde lo más breve que pueda ser, para que el Señor Visorrey de estos reinos haga merced al dicho monasterio de lo que les tiene prometido de renta, luego que les conste”. Se trata del monasterio de Las Conceptas, que funciona hasta hoy.

En fin, en 700 páginas de gran formato, los dos volúmenes del Libro de Cabildos de Cuenca, recogen testimonios históricos de 20 años entre los siglos XVI y XVII. Son un tesoro escondido que invita a ser descubierto para conocer y entender etapas que marcaron el destino de Cuenca, la ciudad ahora Patrimonio Cultural de la Humanidad.

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