Por Marco Tello

Marco Tello
En algunos pueblos, la vejez constituía un atributo respetable, puesto que los mayores eran consultados como depositarios y transmisores del saber comunitario y, sobre todo, del saber hacer. En otras culturas, en cambio, la ancianidad era considerada un castigo inflingido por la divinidad, puesto que los dioses premiaban con la muerte en plena juventud a quien ellos amaban

 

Suenan de manera parecida los vocablos que presiden este comentario; pero son por completo diferentes, aunque procedan de una noble cuna; griega, el primero; latina, el segundo. Quizás valga la pena reflexionar sobre ellos en estos días de alborozo navideño.
La palabra gerontocracia significa gobierno de los ancianos, según el diccionario de la Academia. Fue el sistema que cohesionó a la antigua Esparta y la fortaleció de modo que pudiera imponer su férrea voluntad sobre los pueblos vecinos. En el esquema de gobierno que imperaba en aquella ciudad griega, atribuido a Licurgo, desempeñaba importante papel legislativo y judicial el Consejo de Ancianos. Era un organismo conformado por 28 personas, todas ellas mayores de 60 años, elegidas por votación en la Asamblea del Pueblo. El carácter vitalicio de la designación hace pensar en los méritos excepcionales que debían adornar a un candidato. Para quien ejercía dicha dignidad, trae el diccionario el vocablo gerontócrata.
Esto sucedía en Esparta. Según la organización de cada sociedad, la actitud ante los ancianos ha ido desde la veneración hasta el franco repudio. En algunos pueblos, la vejez constituía un atributo respetable, puesto que los mayores eran consultados como depositarios y transmisores del saber comunitario y, sobre todo, del saber hacer. En otras culturas, en cambio, la ancianidad era considerada un castigo inflingido por la divinidad, puesto que los dioses premiaban con la muerte en plena juventud a quien ellos amaban.      
La actitud última, contraria al supuesto refinamiento de la sensibilidad social, es la que tiende a imponerse en un mundo seducido por la oferta tecnológica, un mundo que para lo más de presionar botones de control no requiere el saber de los mayores. El significado originario del término gerontocracia ha sido suplantado por el matiz irónico con que suele aludirse a la esporádica influencia de los adultos mayores en los asuntos de interés público. De hecho, los sistemas disponibles para conservar la memoria colectiva han vuelto innecesaria la experiencia de las personas que rebasan los sesenta años de edad. Si los venerables académicos mantienen aquella palabra

 

 

en el diccionario es por el resabio de interés cultural, pues hay otras voces, de la misma familia, como  gerontología y gerontólogo, que bastan para referirse a los problemas que aquejan a la vejez, voces suficientes  para curar en salud el temor que pudiera despertar el servicio que a la vuelta de la esquina ofrecen las empresas de pompas fúnebres.  Aún así, es preferible la sobriedad silábica, acudiendo para estos casos a la geriatría y al geriatra (del griego geras, vejez; iatrós, médico, conforme reza el diccionario).  
El segundo término que encabeza este artículo, gerentocracia, aún no surte efecto entre los académicos, pero sería bueno anticiparse a su vigencia en el esquema de la nueva sociedad bolivariana. Se podría empezar proponiéndolo al diccionario como un neologismo que designa a un sistema de gobierno que proviene del latín gerens –entis, del verbo gérere, del cual procede –como un nuevo ángel Gabriel- esta palabra mágica: gerente. Nadie mejor que un gerente para dirigir, para administrar  los negocios públicos y firmar, en representación de todos, los papeles oficiales. A esto se llama gerenciar.
Desde luego, el verbo gerenciar tampoco existe en el diccionario académico; pero se trata de una palabra que ya luce con dignidad en el “Gran Diccionario de los Argentinos”, acompañada de otras voces indispensables para mejorar la eficacia de la gestión pública y privada. Vienen esos nuevos vocablos ilustrados con variedad de ejemplos de la vida cotidiana: “Tuvimos que acatar esa decisión porque era una disposición gerencial”;  “El gerenciador del club cordobés dijo que no iba a hacer declaraciones”; “El gerenciamiento del departamento de marketing”, etc.
Estimulados por esta apertura lexicográfica de los argentinos, colocamos punto final a este artículo sugiriendo humildemente la palabra gerentocracia para designar a un sistema de gobierno conducido por jóvenes gerentes, de la misma manera con que un régimen político dirigido por ancianos se llamó gerontocracia. Así, el gerentócrata remplazaría muy pronto al gerontócrata espartano, y los nuevos médicos gerentólogos atenderían los problemas de salud de la gerentocracia.

 

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