Por Eugenio Lloret Orellana


Eugenio Lloret

Leemos en gran parte con el ánimo de " terminar lo más pronto posible". Leemos de prisa, tomando quizás algunas ideas que nos serán útiles. Sin embargo, parece absurdo pasar tantos sacrificios y sudores de sangre escribiendo un libro sólo para producir estas pequeñas ráfagas de ansiedad intelectual   y llegar a la conclusión de que la mayoría de los libros se escriben para ser escritos, no leídos

De frente al espacio virtual que no tiene parangón en la historia de la humanidad, resulta interesante la pregunta, obviamente, para quienes escriben; también probablemente, para quienes piensan escribir, aunque la mayoría de los libros tienen pocos lectores y terminan olvidados en las polvorientas estanterías de las bibliotecas. Sin embargo, el impulso es irresistible para muchos escritores y ceder a él ofrece satisfacciones especiales y útiles con la esperanza de ganar prestigio y   dinero, aunque sea ridículamente poco en comparación con lo que se puede ganar siendo médico, abogado u hombre de negocios.
Naturalmente, algunos escritores €“ principalmente los novelistas y los autores de libros de texto €“ sí ganan dinero con escribir, y aquellos que no lo saben lo descubren bastante rápido.
Se escribe para tener prestigio. Hay algo de cierto al respecto, pero se trata de un asunto engañoso y sumamente subjetivo. La fama se relaciona estrechamente con los lectores reales y con los críticos expertos en escribir reseñas.
Se ha escrito tanto que sólo leemos una pequeña porción de las publicaciones que se relacionan con nuestro trabajo, y leemos en gran parte con el ánimo de " terminar " lo más pronto posible. Los leemos de prisa, tomando quizás algunas ideas que nos serán útiles. Sin embargo, me parece absurdo pasar tantos sacrificios y sudores de sangre escribiendo un libro sólo para producir estas pequeñas ráfagas de ansiedad intelectual   y llegar   a la conclusión de que la mayoría de los libros se escriben para ser escritos, no leídos.
Está por demás decir que existen excepciones. No sólo tenemos la producción de los grandes, de los " consagrados ",

sino algunos libros " ordinarios " tan bien concebidos, tan bellamente escritos, que los leemos con el mismo espíritu con el que suponemos que fueron escritos.
Empero, también se escribe para nosotros mismos. Nadie lee lo que escribimos con la misma atención o cariño que nosotros le ponemos. Visto desde esta perspectiva, el escribir es un acto de esclarecimiento propio en el que ponemos orden a ideas y sentimientos que de otra manera quedarían sueltos. Enrique Jardiel Poncela, novelista y autor teatral español, comprendía esto perfectamente. Era famoso por reír a carcajadas cuando leía sus escritos, y le encantaba hacer notar a sus amigos los giros humorísticos que se le habían ocurrido. En pocas palabras, adoptó muy sensatamente la lógica narcisista que protege a los escritores de la locura.
Sólo cuando el escritor reconoce que escribe para sí, trasciende las formas más mezquinas de narcisismo que atormentan a los autores: el deseo de prestigio y de ser reconocidos, por lo que considero correcto decir que el escritor que siente que escribe para sí, también siente que escribe para una porción de la humanidad.
Existen otras múltiples razones para escribir, pero en el fondo del empeño siempre primará la dialéctica enormemente gratificante del yo, el otro y la humanidad.
Pero escribir vale la pena, aunque al mismo tiempo haya que pagar cierto tributo por ese placer, y además escribir como mínimo bien, algo para lo que hay que armarse de valor y, sobre todo, de una paciencia infinita, esa paciencia que supo describir muy bien Oscar Wilde: " Me pasé toda la mañana corrigiendo las pruebas de uno de mis poemas, y quité una coma. Por la tarde, volví a ponerla ".

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