Por Julio Carpio Vintimilla

 

Julio Carpio Vintimilla

Una gran lengua, como el español, necesita grandes diccionarios. Una lengua internacional necesita diccionarios internacionales. Una lengua moderna necesita diccionarios modernos. Y, además, siempre actuales.
 
 
 
En los próximos años,  ¿dejará de salir el DRAE? Muy probablemente, no. Pero, en todo caso y  en adelante,  ya no será el mismo. ¿Por qué?  Pues, porque ha empezado, en los países de habla hispana, una nueva y  gran tarea de compilación y sistematización léxica. Se van los diccionarios más normativos. Y vienen, preferencialmente, los diccionarios de uso. Hecho el anuncio. Sigamos.

Para entender bien este asunto, debemos conocer dos requisitos previos. Uno: la que llamaremos la escala de Bloomfield. (Leonard Bloomfield, lingüista estadounidense, 1887-1949) Y dos: la que llamaremos la pirámide de Moliner. (María Moliner; 1900-1981. Un pequeño homenaje a la paciente estudiosa aragonesa; que hizo, ella sola, una obra léxica que bien podría ser la de toda una institución.)  Bueno, ¿qué es la escala de Bloomfield? Es el conjunto de los cinco niveles expresivos de las lenguas humanas.  (1) La lengua literaria o culta.  (2) La lengua común o general estándar; el lenguaje de las grandes ciudades y  sus regiones.  (3) La lengua menor estándar; el lenguaje de las ciudades pequeñas y  las provincias. (Caracterizada por un cierto aislamiento cultural.)  (4) La lengua vulgar o subestándar. (Un lenguaje amplio y  diverso; con vocabulario escaso, mala sintaxis y  mala pronunciación.)  (5) La lengua local. (El lenguaje de los pueblos y  las aldeas.)  Habrá que agregar, a estos grupos grandes o considerables, la lengua de los grupos pequeños. (El lenguaje juvenil, de los oficios, de los deportes, de las familias, de los clubes, de las pandillas, etc. El mismo que -- por su escasa importancia social y  su poca extensión espacial -- no consta, normalmente, en los diccionarios. A no ser que sus términos empiecen a trepar por la escala en cuestión.)

¿Y la pirámide de Moliner? Bueno, el español moderno quedará, probablemente, registrado en tres niveles léxicos, que forman una pirámide  (1) La base. Muy amplia, compuesta por los diccionarios nacionales; hoy día, en proceso de elaboración.  (2) La parte media. Que corresponderá al diccionario general y  común de la lengua. Y  (3) el vértice. Que corresponderá al diccionario esencial de la lengua. Y, ahora sí, vamos al grano.

Los diccionarios nacionales del español ya son unos cuatro. El DRAE es, -- aunque no se lo reconozca directamente -- en lo fundamental, un diccionario del español peninsular. (Fue, de algún modo, el primer diccionario nacional; y  mantuvo un carácter más bien normativo. Pero, quedó muy bien complementado, en tiempos recientes, por el diccionario de uso de María Moliner.) El segundo fue EL DICCIONARIO DEL ESPAÑOL DE MEXICO. El tercero fue EL GRAN DICCIONARIO DE LOS ARGENTINOS. Y, ahora, sabemos que hay un cuarto: EL DICCIONARIO NICARAGÜENSE DEL IDIOMA ESPAÑOL. La tendencia común de los tres últimos: Se elaboraron a base de la recopilación, prolija y  detallada, del vocabulario que realmente se usa en cada país. Ayudaron mucho, en estos trabajos, los vocabularios regionales y  tópicos que los han precedido. ( Numerosos y  diversos. )


Es fácil entender la utilidad de los diccionarios nacionales. Pueden abarcar mucho e ir al detalle pequeño. Un vocablo de la Provincia de Loja, Ecuador, jimbirico, renacuajo, nunca podrá llegar -- por su escasa difusión -- al diccionario común, ni al diccionario esencial del idioma español. Pero, desde luego, tendrá que estar en cualquier copioso diccionario ecuatoriano. (Y, así, por el estilo, estarán, también, los centenares de gentilicios de dicho país. Y, hasta, quizás, un número considerable de sus localismos y  de sus palabras anticuadas.) Con un diccionario de esta clase, la gente, de cada país, comprenderá mejor su propia lengua. Y los extranjeros podrán entenderse, mejor y  más rápidamente, con las poblaciones respectivas. (Sin necesidad de largas permanencias; o de sucedáneos incómodos, como mirar la televisión o escuchar la radio. Estas últimas, unas tareas que muchos hacían, por ejemplo, en la Argentina, antes de que apareciera esa obra tan notable y  útil que es EL GRAN DICCIONARIO…) En definitiva, los diccionarios nacionales son los únicos que pueden registrar, en mayor o menor medida, el léxico de todos los cinco niveles de la escala de Bloomfield.

Sede de la Real Academia  Española de la Lengua.
 Y, ahora, hablemos del diccionario general o común de la lengua española. Pedro Luis Barcia -- presidente de la Academia Argentina de Letras -- ha sugerido que el tal podría ser hecho por todas las academias nacionales. Llamémosle, por ello, provisionalmente, el DALE. (DICCIONARIO DE LAS ACADEMIAS…) Éste -- al contrario de todos los anteriores -- ya tendrá que ser un trabajo de selección. Y se podría basar en todos los diccionarios nacionales disponibles en su momento. Comprenderá -- por el enfoque requerido -- los dos primeros niveles léxicos de Bloomfield; y  quizás, también, bastante del tercero. Pero, no más. Y, en esta forma, el DALE será, en realidad, el nuevo y  gran diccionario del español internacional. Y podrá juntar, pues, de manera adecuada  y  cuidadosa, nuestro vocabulario culto y  nuestro vocabulario común más extendido y  representativo.

Hacer este diccionario general no será -- como podría parecer -- una tarea fácil. Los académicos deberán establecer, en primer lugar, los criterios cuantitativos  y  cualitativos correspondientes. Y, luego, redefinir y  sistematizar miles y  miles de palabras. Veamos, al respecto, un solo caso. Los barrios pobres y  miserables de las ciudades tienen, en los países hispánicos, muchas denominaciones nacionales. (Chabolas, España; suburbios, Ecuador; pueblos jóvenes, Perú; callampas, Chile; villas miseria, Argentina;…) Ahora bien, ¿qué son, genéricamente, todos estos barrios?  Pues, son los arrabales de todas partes y  de siempre. Pero, no sólo en el sentido tradicional y  espacial de las afueras o de las periferias urbanas. Sino, sobre todo, en los sentidos -- más específicos, modernos y  algo técnicos -- de la pobreza y  de las carencias de infraestructura. (Relacionados con la migración, la marginalidad, la falta de educación, etc.)  Hay, pues, que darle a la palabra arrabal, los últimos sentidos indicados.

¿Y el viejo, noble y  tradicional DRAE?  Nosotros estimamos que no debe desaparecer. (En el mundo de la cultura, es bueno ser conservador. Vaya, conservar lo bueno…) La Real Academia deberá hacer, en primer lugar, el diccionario del español peninsular. Y, en segundo lugar, -- un segundo lugar que hasta sería más importante que el primero -- podría hacer el diccionario esencial del idioma español. (El resultado de la determinación y  la limitación  del núcleo central de nuestra lengua.) Se deberá trabajar, en consecuencia, -- otra grande, y  más estricta, labor de selección -- sobre lo que ofrezca el DALE. Y  esperemos que éste ofrezca cada vez más y  mejor material…  

¿Y a quién serviría un diccionario esencial?  Pues, a toda la población culta hispanoamericana: a los profesores, a los estudiantes, a los periodistas, a los traductores; a los extranjeros que tengan el español como segunda lengua. Precisemos y  ejemplifiquemos, aquí, con el caso de los traductores. ¿No es lamentable que se traduzca, directamente, del inglés al madrileño castizo o al porteño italianizado de Buenos Aires?  Hay que remediar esto. Los traductores, pues, debieran usar sensatamente el vocabulario esencial de nuestro idioma. (Del mismo modo que los pragmáticos dobladores de las películas estadounidenses usan el llamado español neutro; de pasada, he aquí un buen ejemplo inesperado…) Y, en este caso sí, en el diccionario esencial, algo de normatividad -- o, al menos, una cierta tendencia instructiva e indicativa -- vendría bien…

Concluyamos. Una gran lengua, como el español, necesita grandes diccionarios. Una lengua internacional necesita diccionarios internacionales. Una lengua moderna necesita diccionarios modernos. Y, además, siempre actuales. Y, en esas grandes tareas, bastantes académicos hispanohablantes están ya. Y muchos más estarán, o deberán estar, en el futuro cercano.               

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