Por Marco Tello

Marco Tello
Había empeñado todo en la lucha contra la tiranía. Financiaba las revueltas, comandaba las operaciones, asistía a los perseguidos, entre ellos a Montalvo. Barrida la dictadura de Veintemilla, arremetió contra los sucesivos gobiernos “progresistas”. Al cabo de treinta años de guerrear, triunfó la revolución armada, el 5 de junio de 1895 

 

 

Le llenó de vergüenza la oferta del polaco Wilzinski. Le había propuesto en 1895 cuatro millones de libras esterlinas por la concesión a Inglaterra de un puerto en las Galápagos. En 1898, tres naciones europeas andaban ofreciendo 18 millones de libras por un acomodo en el Archipiélago. Pidió entonces a su amigo Eduardo Hidalgo le buscara en Guayaquil la carta del agente Wilzinski a fin de denunciar a la Nación las reiteradas pretensiones de las potencias europeas. 
Los EE UU estaban interesados, en 1901, en arrendar una de las islas. En 1911, extendieron la oferta para todo el Archipiélago, por 15 millones de dólares, durante 99 años. Esta vez le pareció atractiva la propuesta, por dos razones. La posición estratégica de las islas representaba -escribía al Gobernador de Guayaquil- una  esperanza remota, pero a la vez un peligro próximo. En una contienda bélica entre Asia y América, la  soberanía sobre aquellas podría llegar a constituir un problema internacional cuya solución no suele ser favorable a las naciones débiles. En ese caso –proseguía-, podemos prever la ocupación de las islas sin consentimiento ni indemnización.
En segundo lugar, con la apertura del Canal de Panamá –argumentaba- las islas se convertirían en punto de encuentro obligado de todas las naciones que se dirijan al Oriente, y en lugar de descanso para el comercio internacional. Estaba seguro de que así alcanzaría el Archipiélago, en el transcurso de un siglo, una gran prosperidad.
Si los organismos del Estado aprobaban la propuesta, podría coronar un viejo sueño: el ferrocarril trasandino. Asignaría tres millones de dólares para la vía férrea Alausí-Cuenca; dos millones para el ferrocarril de Ambato al Curaray; dos millones de dólares para el de Quito a Ibarra. De este modo, quedaría abierta a la posteridad la ruta de la civilización y el progreso. Ocho millones emplearía para erradicar las epidemias que ahuyentaban el comercio por Guayaquil; el puerto multiplicaría su población y garantizaría el comercio internacional, fomentando la prosperidad en todo el país.
La propuesta generó indignación. El tema de la soberanía, que en 1910 había unido a todos alrededor del gobernante para defender la frontera, ahora servía a los enemigos para vituperarlo. Desde la época garciana, era difícil atribuir 
 

 

 

por separado los males de la República a la ineficiencia de los gobiernos o a la virulencia de la prensa opositora. Pero como había prometido que si no se daba una aquiescencia nacional al proyecto, se abstendría de tomarlo en consideración, no volvió a insistir. Talvez le habrá rondado el proyecto, un año después, en enero de 1912, en el vagón en que era vejado y conducido a la hoguera por la ruta del progreso que él había inaugurado, en su tramo inicial. Un primer paso para la reestructuración de la gran patria americana soñada por Bolívar, le había expresado en aquella ocasión al Presidente Reyes de Colombia.
Había empeñado todo en la lucha contra la tiranía. Financiaba las revueltas, comandaba las operaciones, asistía a los perseguidos, entre ellos a Montalvo. Barrida la dictadura de Veintemilla, arremetió contra los sucesivos gobiernos “progresistas”. Al cabo de treinta años de guerrear, triunfó la revolución armada, el 5 de junio de 1895. Tres meses después, luego de vencer a las tropas conservadoras de la sierra, entró en Quito y asumió el poder. “Pongo a sus pies la espada vencedora del ejército liberal en el Ecuador. Bendigamos a la Providencia”, le escribió a su esposa, Ana Paredes de Alfaro. Fue General en nuestra República, y fue General en Centro América. En el campo de batalla era inflexible; en la victoria, indulgente y magnánimo.
En 1896 era Jefe Supremo de la República, y no podía atender a su póliza de seguro con la Nueva York Life Insurance Co. Escribió a Eduardo Hidalgo para que le consiguiera la suma, a la espera de un aumento de sueldo. Tres años después, tampoco le fue posible pagar de golpe los 1 800 sucres anuales por la póliza de vida. Pidió a su compadre Felicísimo López que interviniese para que le admitieran el pago de 600 sucres mensuales con los sueldos de julio a septiembre. Terminaba la carta confesando que la póliza le daba tranquilidad para con la familia, si los acontecimientos le obligaran a un viaje intempestivo al otro mundo. Se cumplió la premonición el 28 de enero de 1912, en el Ejido, con la complicidad de quienes, sacados por él de la nada, ostentaban el poder. 
En el centenario del horrendo crimen, apartando la mirada de la hoguera, volvamos sobre las páginas que dejó escritas, como a salto de mata, el Viejo Luchador. Allí hay muchas lecciones que debemos aprender.

 

Suscríbase

Suscríbase y reciba nuestras ediciones impresas en su oficina o domicilio llamando al 0984559424

Publicidad

Promocione su empresa en nuestras ediciones impresas llamando al 0999296233