A unos 1 850 metros sobre el nivel del mar, en el corazón de la sierra intibucana, se encuentran las comunidades de Monquecagua, Togopala, Dulce Nombre y Candelaria, donde 101 familias de pequeños productores inician al despuntar el día su jornada de siembra y recolección de papas, zanahorias, brócoli, lechuga, repollo, cilantro y otras hortalizas

 

 

INTIBUCÁ, Honduras (IPS). - Llegan a proveer ya a siete cadenas de supermercados, gracias a la calidad y frescura de sus productos. Se trata de agricultores indígenas lencas del oeste de Honduras, que en 2011 ganaron el Premio Nacional del Ambiente en la categoría de iniciativas comunitarias.
 
Son comunidades del departamento de Intibucá habitadas por las etnias más pobres del país. Sin renunciar a sus tradiciones ancestrales, en sus parcelas siempre hay espacio para el cultivo de maíz y frijoles, principales productos que componen la dieta básica de los hondureños. Estos productores de pequeña escala comenzaron hace poco más de dos años una cadena de negocios agrícolas que hoy les ha permitido ver su futuro con otros ojos.
 
Tuvieron ayuda del Programa de Acceso a la Tierra (Pacta) de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), y del estatal Instituto Nacional Agrario. Están convencidos de que pueden superar la pobreza. Así lo manifiesta María Cleofes Méndez, de la comunidad de Togopala, quien muestra orgullosa su casa, en los bajos de la montaña, que puso a reformar para pasar de un sitio de paja y bahareque a una acogedora vivienda de paredes más sólidas y piso de mosaico. 
 
 “La tierra me ha dado esto, y la asistencia técnica que nos enseñó la gente del Pacta nos ha permitido cosechar todo el año”, explicó a IPS esta indígena de 49 años, presidenta de la cooperativa de productores de su comunidad. Todos, hombres y mujeres, trabajan por igual en la comunidad, aseguró. “No hay diferencias, porque todos queremos luchar por un mejor desarrollo”. “Antes era una pobreza. Ahora se mira la diferencia, hemos mejorado nuestras casitas, y la ganancia que tenemos la invertimos en la familia, en nuestros hijos, para ponerlos a estudiar, porque no basta seguir solo con el azadón arando la tierra”, dijo orgullosa Cleofás Méndez.
 
Héctor García es uno de los técnicos que trabaja con los indígenas. También es lenca y su salario lo pagan las cooperativas de estos productores. Se expresa muy entusiasta de poder ayudar a los suyos y más aun de cómo la cooperativa utiliza el riego por goteo, preocupado por preservar el ambiente. Los aborígenes “sabemos lo que vale la tierra”, sostuvo. “A mí me gusta este proyecto porque producen sin necesidad de usar combustible, utilizando lo que la naturaleza les da, en pequeñas represas naturales que ellos han levantado y a las cuales dan mantenimiento”, narró este técnico cuando habló con IPS.
 
 Adán Bonilla, coordinador regional del proyecto en Intibucá, explicó que, para aprovechar el recurso hídrico y tomando en cuenta una experiencia de Brasil, decidieron impulsar pequeñas represas mediante un sistema de bombeo que no utiliza combustible, sino la gravedad. Con este sistema, los lencas se ahorraron más del equivalente a 40.000 dólares anuales, que antes gastaban en combustible. “Ellos aprendieron a optimizar los recursos naturales y los económicos, como ocurre con las represas construidas, que constan de varias cortinas para permitir su limpieza cada dos semanas”, indicó Bonilla. El bombeo del agua les permite almacenarla en tanques de geomembranas. Después es depositada en otros recipientes más pequeños. Ahí hacen la combinación de los fertilizantes que abonan la tierra mediante la técnica del riego por goteo, un método que posibilita que el agua se filtre hacia las raíces de las plantas. 
 
 

 

Son comunidades del departamento de Intibucá habitadas por las etnias más pobres del país. Sin renunciar a sus tradiciones ancestrales, en sus parcelas siempre hay espacio para el cultivo de maíz y frijoles, principales productos que componen la dieta básica de los hondureños. Estos productores de pequeña escala comenzaron hace poco más de dos años una cadena de negocios agrícolas que hoy les ha permitido ver su futuro con otros ojos.

En Monquecagua, Salvadora Domínguez contó que construir su represa les llevó tres meses, pues “trabajamos de lunes a domingo sin importar la lluvia ni el sol”. “Nos han enseñado a limpiar y dar mantenimiento a la represa, estamos organizados en una junta de regantes y cada socio paga mensualmente 20 lempiras (casi un dólar) para tener en buen estado la bomba”, detalló. En Monquecagua, que significa “montaña de agua” en lengua lenca, la represa se encuentra a casi un kilómetro de donde opera la bomba. La zona es inhóspita, llena de maleza e incómodos y angostos caminos que evidencian las dificultades que sortearon los indígenas para sostener su proyecto. Aquí no entran vehículos, todo es a pie o a lomo de mula, acotó Domínguez. Pero el esfuerzo valió la pena. Sus productos ahora se colocan en un centro de acopio de la Asociación de Productores de Frutas y Hortalizas de Intibucá (Aprohfi), de donde salen a siete grandes cadenas de supermercados de Honduras, más una franquicia estadounidense que opera en Tegucigalpa. “Esta experiencia nos ha permitido utilizar menos a los intermediarios y, además, ofrecemos productos de primera calidad”, apuntó. “No ha sido fácil llegar a donde estamos, pero nos enorgullece saber que ahora estos supermercados, antes de ordenar una importación, acuden a nosotros para consultarnos si tenemos producción, si podemos abastecerlos”, dijo el presidente de Aprohfi, Domingo Paz. 

En el centro de acopio se procesa y clasifica el producto que se envía en un vehículo refrigerado a los sitios de destino. “Nunca pensamos llegar a donde estamos. Nosotros creíamos en algo más pequeño, pero ahora nuestro sueño es montar una procesadora de productos para darlos más elaborados al consumidor final”, comentó sonriendo Paz. 
 
Raúl Alemán, supervisor nacional de los proyectos de Pacta/FAO, explicó que esta red de negocios agrícolas es una especie de alianza público-privada, en la cual no todo el financiamiento vino de ellos, sino de socios estratégicos que creen en este tipo de desarrollo. “Ahora ellos gozan de créditos en bancos de primera línea y de segundo piso. Nosotros facilitamos los procesos y vemos como esa cadena productiva no solo les cambia la vida, también garantiza seguridad alimentaria, protección al ambiente y potencia su desarrollo”, dijo Alemán.
 
Una de esas fuentes crediticias es Funed, ente no estatal de financiamiento. En Intibucá, su gerente, Alex Guzmán, está satisfecho del apoyo a los productores. Todos estos aspectos hicieron que estos indígenas de Intibucá se alzaran con el Premio Nacional del Ambiente, que otorga el ministerio del área y empresas privadas. Recibieron 4.500 dólares, que repartieron entre los integrantes de las cooperativas, invirtieron en la producción y crearon un pequeño fondo de becas para educación. 
 
* Este artículo fue producido con apoyo de la FAO. (FIN/2011)

 

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