Por Yolanda Reinoso

 

La casa danzante marea ciertamente y, sin embargo, es sólida como cualquiera otra en buenas condiciones; al verla ya de cerca, es evidente que las líneas curvas, la variedad de las dimensiones de los ventanales así como del volumen de cada piso que compone las dos torres, son el fundamento de esa sensación de caos y desorden en una obra que, aunque suene contradictorio, resulta armoniosa como conjunto
 
 
 
 
Hoy en día la mayoría de ciudades del mundo comparten un aspecto: los contrastes arquitectónicos dentro de un mismo espacio urbano, pero esa característica salta a la vista en Praga en un sentido casi escandaloso, pues la gran diferencia entre la arquitectura que ha soportado el paso de 1.100 años o menos, según la fecha de su construcción, no requiere de ojos especializados cuando se observan ciertos monumentos y algunas edificaciones concebidas por arquitectos contemporáneos, de entre las cuales, la llamada Casa Danzante es quizá la más sobresaliente.

Conocida también como “Fred y Ginger”, puesto que su singular forma evoca la de una pareja que pareciera bailar (como lo hiciera el profesional dúo Rogers y Astaire en el campo cinematográfico), esta edificación da la impresión de movimiento debido a las curvaturas que presenta, por lo cual la gente la llama también “la casa ebria”. Nuestra guía anota que, dada la reputación de Praga por sus bellas construcciones góticas y barrocas, una gran controversia ha rodeado por años la permanencia de la casa danzante como un icono que, contrario a las opiniones iniciales, ha contribuido a enriquecer la diversidad del perfil urbano praguense.

Cuando caminamos hacia esta casa siguiendo la ribera del río Moldava y logramos divisarla a unas pocas cuadras de distancia, nos dimos cuenta de que la ilusión visual de que su forma misma cambia conforme nos acercábamos, es ya de por sí una idea que rompe con los prototipos según los cuales la firmeza y estabilidad de una edificación tienen que ver no sólo con los cimientos, sino con la apariencia.

La casa danzante marea ciertamente y, sin embargo, es sólida como cualquiera otra en buenas condiciones; al verla ya de cerca, es evidente que las líneas curvas, la variedad de las dimensiones de los ventanales así como del volumen de cada piso que compone las dos torres, son el fundamento de esa sensación de caos y desorden en una obra que, aunque suene contradictorio, resulta armoniosa como conjunto. Un peatón nos indica que está prohibido el ingreso a no ser que se tenga una reservación en el restaurante situado en el último piso, o una reunión de negocios en alguna de las oficinas que, dado el movimiento financiero de la zona, albergan multinacionales con propósitos ajenos a nuestra curiosidad.

Una lectura de un párrafo muy resumido sobre el movimiento arquitectónico de “deconstrucción”, por el cual se guiaron Gehry y Milunic en el diseño de esta casa y otros edificios famosos por un estilo que rompe con paradigmas, explica la filosofía detrás del diseño, pero un dato significativo y simbólico, es el hecho de que hasta 1960, el terreno permaneció cubierto por las ruinas de una casa destruida por una bomba durante la II Guerra Mundial. El patrocinio de un banco al proyecto de erigir una casa fuera de serie permitió su conclusión en 1996.

Es como si tras la destrucción y el dolor, la post-guerra hubiese estado presente no sólo en el ánimo sino hasta en las fachadas de la ciudad, para dar lugar a una suerte de renacimiento hacia lo post-moderno, valorando lo vivido y conservando lo mejor del pasado, pero dando paso al cambio.

Al viajar a Praga es obvio que fuimos en busca del puente Carlos, la división entre Ciudad Vieja y Ciudad Nueva, el Barrio Judío, los rastros de Kafka, los museos, como lo hace el turista común, por eso quería rememorar el descubrimiento de este icono arquitectónico que parecería fuera de lugar en dicha ciudad y que, sin embargo, se ha asentado en el sentir de una urbe cuya historia también está representada en la Casa Danzante que, más que una curiosidad, es un motivo para recordar que las obras que no se ajustan a lo tradicional traen consigo la riqueza de cuestionarnos los propios conceptos y valores estéticos, y hacernos ver que las perspectivas que sobresalen por su extrañeza en medio del conjunto, no son imposibles de aceptar si indagamos en el trasfondo y abrimos la mente.

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