Por Eliécer Cárdenas
El Presidente de la Asamblea, como hábil y diplomático político que es, ha reaccionado con cautela ante el ataque presidencial, y no procedió por supuesto a darles el gusto a los opositores que pretendían, a pretexto de la carta presidencial, romper fuegos con el Ejecutivo en una especie de pugna de poderes.
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El Presidente de la República manifestó su descontento, mediante una carta enviada a su homólogo de la Asamblea, respecto al accionar y los resultados de su labor. De poco al parecer ha servido que la Función Legislativa en manos de la mayoría Gobiernista y sus aliados más o menos incondicionales hayan cambiado casi al pie de la letra con los deseos de Carondelet, desde blindar a los ministros y más altos colaboradores del régimen frente al riesgo de las fiscalizaciones, bajo el supuesto de que éstas no tendrían otro objetivo que armar un “show mediático” que capitalizara los réditos de la oposición, pasando por supuesto los proyectos legales del Ejecutivo e impidiendo que éstos se salieran del libreto, como desea la oposición.
La incomodidad presidencial se debe sobre todo a dos factores, uno la hasta ahora imposible aprobación de la Ley de Comunicación, la más obcecadamente combatida por los opositores y aquel sector de la prensa que se define como independiente, y el proyecto aprobado por la Legislatura, el Código de la Democracia, que mereció el veto total del Jefe de Estado, por considerarlo, en sus palabras, un verdadero “mamotreto”, esto es un texto abundoso y de poca o ninguna sustancia.
El Presidente de la Asamblea, como hábil y diplomático político que es, ha reaccionado con cautela ante el ataque presidencial, y no procedió por supuesto a darles el gusto a los opositores que pretendían, a pretexto de la carta presidencial, romper fuegos con el Ejecutivo en una especie de pugna de poderes.
Sin embargo, el cuestionamiento presidencial de hecho fue enfilado directamente al conductor de una Asamblea que, en su criterio, no ha cumplido con las expectativas oficiales sobre su papel.
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Preciso es reconocer que sin embargo el Presidente de la Asamblea a lo largo de toda su gestión hizo hasta lo imposible para complacer al temporal ocupante del Palacio de Gobierno, sus ministros y asesores, aplacando a la oposición, impidiendo que se fiscalice a ministros y otros colaboradores conspicuos, y aceptando los vetos totales o parciales con una ejemplar mansedumbre.
¿Acaso esto no ha sido suficiente? No lo parece, y por lo tanto la frustración presidencial salió a relucir en la comentada misiva donde prácticamente se echa de menos una actitud más proactiva, como se dice ahora, de los gobiernistas de la Asamblea a favor de los proyectos del Ejecutivo, aún cuando, como el de comunicación, hayan resultado un verdadero “vía crucis” para el oficialismo que tuvo que hacer mil y un malabares a fin de tratar de volver digerible una ley señalada con el “inri” de represiva y contraria a la libertad de expresión, más aun cuando la oposición supone que tras el maquillaje cosmético del proyecto de ley, al aprobarse vendrá el veto que definirá por la expedita vía del Ejecutivo, la Ley de Comunicación, tan temida y denostada por una porción de los medios de comunicación y algún gremio periodístico que ha gestionado el proyecto, a más del coro internacional de voces contrarias a esa ley.
La incomodidad presidencial por la Asamblea encierra una diferencia capital de visiones sobre gobernar con oposición o sin ella. En la Asamblea lo último resulta sencillamente imposible, por más que los oficialistas hagan de todo por complacer los deseos del Régimen, más exactamente del Presidente de la República.
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