Por Julio Carpio Vintimilla

 

Si no hay una verdadera voluntad política, no se podrá vencer a la delincuencia. Es que -- para vencerla -- se necesitará, por lo menos, un plan amplio de mediano plazo; y unas acciones hábiles, constantes, sistemáticas…  Lo cual no significa que no se pueda lograr éxitos considerables en un corto plazo.¿Y qué puede hacer, al respecto, la gente común? Pues, comprender el problema, participar, organizarse. Algo muy principal: Elegir bien, para que nos gobiernen bien…

 

Cuando Hugo Chávez reconoció (21-6-2012) que el problema de la delincuencia en Venezuela era grave e inobjetable, estaba admitiendo, implícitamente, algo muy desfavorable para él: En trece años de gobierno, ningún problema social se había resuelto realmente… (Al contrario, de hecho, casi todos habían empeorado.) Dos meses después, a fines de Agosto, las llamadas “plagas bíblicas” demostraron, en forma impresionante, el acierto de la amplia conjetura. (Incendio de la gran refinería de Amuay,  la “batalla” de los presos de la cárcel de Yare, la protesta que le hicieron los obreros eléctricos de Ciudad Guayana, las lluvias torrenciales, la destrucción de la infraestructura vial…) Valga la introducción. Y, ahora, sin más, iremos a lo esencial de nuestro tema de hoy: La delincuencia es un termómetro social, porque mide la “temperatura”  de un grupo humano. Una sociedad sana tiene la “temperatura” normal; es decir, tiene una baja tasa de delincuencia. En cambio, una sociedad enferma tiene “fiebre”; es decir, tiene una alta tasa de delincuencia. ¿Ejemplos? Bastará contraponer, en este aspecto, a la sosegada Finlandia con la conflictiva y ya dicha Venezuela. Y, luego, -- para ver la situación de nuestros vecinos --  habrá que aplicar la prueba, cambiando lo debido, a cualquier país de América Latina. Continuemos. Y limitémonos nada más que a unos tres puntos importantes de la cuestión.
 
El primero. La delincuencia crece en los medios sociales favorables. ¡Es obvio! -- podría usted decir. Bueno, sí; pero no tanto, mi amigo… Veamos. En el muy pobre Ecuador de los años cincuenta, la delincuencia --  que siempre hubo aquí, como en todas las sociedades humanas -- no era realmente un problema social y general. ¿Por qué? Pues, porque el medio social -- muy distinto al de hoy -- no la provocaba, ni la estimulaba, ni la soportaba. (Salvo, quizás, en el caso de Guayaquil.) Lo entenderemos mejor con un caso concreto. La ciudad de Cuenca tendría entonces, apenas, unos trecientos automóviles; contando los particulares y los taxis. Y nosotros nunca oímos hablar de un robo de vehículos. Otra vez: ¿Por qué? Pues, porque tener un auto particular era una especie de privilegio de los pocos “ricos”; privilegio que la gran mayoría de pobres aceptaba y respetaba. (Una sociedad evidentemente muy tradicional y oligárquica.) Lo anecdótico: Un buen número de personas sabía identificar a los vehículos y a sus conductores. (Ahí viene el Studebaker de Don Ricardo Malo…) Y pocas personas sabían conducir. Y los caminos eran de tierra y muy mal mantenidos… Y a nadie se le ocurría robar un auto para desarmarlo y vender las piezas…
 
Una sociedad sana tiene la “temperatura” normal; es decir, tiene una baja tasa de delincuencia. En cambio, una sociedad enferma tiene “fiebre”; es decir, tiene una alta tasa de delincuencia. ¿Ejemplos? Bastará contraponer a la sosegada Finlandia con la conflictiva Venezuela. Y, luego, -- para ver la situación de nuestros vecinos --  habrá que aplicar la prueba, cambiando lo debido, a cualquier país de América Latina.

¿Y qué ocurre hoy? Pues, que -- con una clase media ya grande -- hay casi un centenar de miles de autos. La gente sólo identifica -- si sabe hacerlo -- los vehículos de sus familiares o de sus amigos. La posesión de un auto es algo bastante democrático. (Hasta -- la afirmación es discutible -- hay quienes creen, o pretenden, que sus autos son unas “herramientas” de trabajo. Pocos dicen, en cambio, que un auto privado se vuelve casi indispensable cuando el transporte público es deficiente.) Y, por otra parte, el nuevo medio social estimula la competencia, el consumo, la comodidad, el estatus. Y, por desgracia, también el irrespeto, la indisciplina, la irresponsabilidad, la codicia, la ilegalidad… Para peor: Bastantes políticos predican, y alientan, la lucha de clases y el revanchismo social… En consecuencia, -- para ciertos marginados, desadaptados y desfavorecidos -- robar un auto es tentador, relativamente fácil y redituable. / Venga Don Sancho, ¿qué nos dice usted de estas circunstancias? /Ahhh…, yo siempre tengo a mano los refranes que corresponden: La ocasión hace al ladrón, En arca abierta, el justo peca…/ Bueno, esa arca abierta es lo que nosotros caracterizamos como un medio social favorable al delito. En fin, -- para completar el punto -- aplique usted lo dicho al robo de las casas y los bancos, a los secuestros de menores, al tráfico de drogas, al sicariato, a los “coyotes”, a los delitos de la gente de corbata… (Exceptúe las violaciones, los crímenes pasionales y las grescas. Son otra cosa.)

 

El segundo. La delincuencia es una condición social estructural. No es simplemente coyuntural. La delincuencia se produce, en lo personal, por los fracasos o desarreglos -- simultáneos  o sucesivos -- en la vida familiar, en la educación, en los valores morales, en la disciplina, en el civismo, en el trabajo…Y, en lo comunitario, por el mal funcionamiento de las instituciones: escuelas, universidades, tribunales, cárceles, policía, gobiernos… (Pasaremos estos subpuntos a vuelo de pájaro.) Y haremos, al respecto, sólo un trío de observaciones concretas. (1) Si la Policía está públicamente sospechada -- o colabora en forma parcial con la delincuencia -- estamos requetemal. (2) Si los gobiernos coquetean con, o creen en, ideologías demasiado garantistas, o anarquizantes o violentas, estaremos peor aún. (Ciertos gobiernos hasta usan y emplean a delincuentes sentenciados o presuntos: provocadores, matones, piqueteros, barrabravas, paramilitares…)  (3) El efecto -- enormemente perjudicial -- de la corrupción generalizada. Es decir, mientras haya arriba -- desgobernando -- grupos de bandidos y de corruptos, siempre habrá abajo, en las calles, ladrones y asesinos. Los unos se corresponden y se completan con los otros. 
 
Tercer punto. Si no hay una verdadera voluntad política, no se podrá vencer a la delincuencia. Es que -- para vencerla -- se necesitará, por lo menos, un plan amplio de mediano plazo; y unas acciones hábiles, constantes, sistemáticas… (Una política de estado o algo cercano a ella. Ojalá dentro de un proyecto nacional que tienda al desarrollo…) Lo cual no significa que no se pueda lograr éxitos considerables en un corto plazo. (La Tolerancia Cero, de Giuliani, en Nueva York; el mejoramiento de las barriadas más pobres, en Medellín; la agilización de los juzgamientos y de los juicios; la construcción de cárceles modernas; la depuración de la Policía; las labores de inteligencia; la prevención…) ¿Y qué puede hacer, al respecto, la gente común? Pues, comprender el problema, participar, organizarse. Algo muy principal: Elegir bien, para que nos gobiernen bien… ¿Misión imposible en ciertos países de América Latina? Bueno, señor, si usted cree esto, resígnese a ser parte de la creciente paranoia social y a dormir intranquilo el resto de su vida. (Ni las alarmas, ni los alambres de púa, ni las leoneras, podrán protegerlo suficientemente.) La confianza social -- esa confianza que hemos perdido y que debemos recuperar -- es irreemplazable…
 
Concluyamos. Hemos llegado al apogeo de la delincuencia por el equivocado camino del subdesarrollo social. En otras palabras, no supimos cambiar sana y ordenadamente. O no supimos, en cada momento, estar a la altura de las circunstancias, a la altura de los tiempos. Hubo países que sí supieron hacerlo; y fueron cambiando, y modernizándose, con inteligencia y con sensatez: Canadá, Nueva Zelandia, Suecia… Ahora Chile, en nuestra gran región. (Baja tasa de delitos, prestigio de la Policía; un buen número de índices sociales positivos.) Nosotros, el Ecuador, no… Y, así, -- con malestar, malhumor y dolor sociales -- lo estamos pagando. Y, cuanto más tardemos en corregir la situación, peor será…   
 

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