Por Eugenio Lloret Orellana

 

Eugenio Lloret

El rechazo de la sociedad ecuatoriana por la clase política demuestra que todavía queda algo sano en nuestro país. Para que exista una renovación de la vida política, y en general una regeneración de la cultura cívica, es preciso, ante todo y sobre todo, sanear la política hasta que desaparezca ese aroma fétido a corrupción, a bajas maniobras, afiliaciones falsas fraguadas en la clandestinidad, la penumbra, el anonimato y la vergüenza de una confabulación siniestra

   
   

 

No es extraño que buena parte de la población experimente un progresivo rechazo visceral por la esfera de la política convertida en el circo en el que actúan mentirosos compulsivos, gentes sin vergüenza y sin honor capaces de cualquier cosa por atraer un solo voto o por hacerse acreedores de un circunstancial aplauso. La política es hoy un estercolero en el que apenas hay espacio para gentes rectas, con sentido de decoro, del deber y de la responsabilidad cívica.
 
El rechazo creciente de la sociedad ecuatoriana por la clase política demuestra que todavía queda algo sano en nuestro país. Para que exista una renovación de la vida política, y en general una regeneración de la cultura cívica, es preciso, ante todo y sobre todo, sanear la política hasta que desaparezca ese aroma fétido a corrupción, a bajas maniobras, afiliaciones falsas fraguadas en la clandestinidad, la penumbra, el anonimato y la vergüenza de una confabulación siniestra. Ninguna razón puede argumentarse a favor de una actuación que por todos lados es irracional a propósito de las firmas falsificadas que los partidos y movimientos políticos presentaron para asegurar su inscripción en el Consejo Nacional Electoral. Papel horrible el de quien recibe unas cuantas monedas a cambio de adulterar adhesiones políticas y convertirlas en mercancía de exhibición. No sabemos si para un delito tan inexcusable el código penal le reserva algún tipo de sanción legal.
 
Para recuperar la política es preciso que sectores cada vez más amplios de la sociedad se vayan agrupando, pierdan el miedo a denunciar los escandalosos métodos de manipulación de masas que utilizan todos los sectores políticos y tengan el valor de plantearse ideas nuevas de organización política, a raíz de la creciente percepción que va adquiriendo el ciudadano de que el régimen partidocrático sólo puede encumbrar a personalidades mediocres y ambiciosas sin escrúpulos.
 
El perfeccionamiento de la democracia pasa por mejorar los mecanismos de representación, dar un mayor protagonismo a los ciudadanos y propiciar su participación responsable, y asegurar a todos unos mínimos económicos, políticos y sociales. Y esto es factible mediante la democracia deliberativa, que no es otra cosa que la participación del pueblo en los asuntos públicos a través de representantes elegidos, a los que pueden exigirse competencia y responsabilidades.
 
Conseguir una mejor representación no es tarea fácil, pero cabría ir proponiendo reformas como la de asegurar la transparencia en la financiación de los partidos para evitar la corrupción; elaborar listas abiertas, que permitan a los ciudadanos no votar a quienes no desean y evitar en cada partido el monopolio del pensamiento único. Es indispensable multiplicar las instancias de deliberación pública, necesario en sociedades pluralistas, que hoy se globaliza en el ciberespacio, pero que sigue reclamando lugares de encuentro, de debate cara a cara, porque nada sustituye la fuerza de la comunicación interpersonal.
 
Justamente y en vísperas de un proceso electoral resulta más que pertinente hacer un llamado a una recuperación de la política como portadora de un sentido de vida cuando buena parte de la ciudadanía parece estar inmersa en un discurso anti – político y en una falta de participación que terminan por debilitar a nuestra remendada democracia. Basta ir a un restaurante, un café o subirse a un taxi, hablar con los amigos y con los familiares o leer las encuestas para darse cuenta que sectores amplios de la población, e incluso quienes dicen que quieren vivir en democracia, tienen un enorme desprecio por los políticos. Por eso, la política militante y partidaria, como función pública, es decir, la política institucionalizada requiere ser dignificada para que nadie se avergüence de ser político.

 

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