Por: Rolando Tello Espinoza

Cuando el 5 de febrero de 1920 nació Antonio Lloret Bastidas, Cuenca preparaba el festejo del primer centenario de su Independencia. Hoy, año del segundo centenario, su obra literaria, histórica y periodística, es un galardón para la ciudad de la que fue su Cronista Vitalicio

Al comenzar el año 2000 le entusiasmaban el cercano fin del siglo XX, la reciente declaratoria de Cuenca como Patrimonio Cultural de la Humanidad y, su ochenta cumpleaños, el 5 de febrero. Pero, de súbito, el 5 de noviembre de ese año le vino la muerte. Hoy el siglo de su natalicio se suma al festejo del bicentenario cívico de 2020.

Desde los 18 años incursionó en la docencia, donde fue ascendiendo por todos los niveles, hasta jubilarse, sin nunca dejar de escribir en varios géneros literarios, e investigar la historia y la cultura de su ciudad, a la que amó a plenitud conociendo su trayectoria y la trayectoria de sus personajes, temas a los que se dedicó hasta el fin de sus días.

En la primera quincena de diciembre de 1999 – un año antes de morir, el 5 de noviembre de 2000-, en el periódico Encuentros, editado por el periodista Rolando Tello a pedido del Alcalde Fernando Cordero, bajo el título “De siglo en siglo, la historia de Cuenca”, resume, como de memoria, la presencia de Cuenca desde sus orígenes hasta casi el fin del siglo XX. Vale citar el último párrafo:

“Los laureles cuencanos nunca dejaron de reverdecer: Cuenca dio todo, el primer gran civilista de la República, Benigno Malo; el primer varón del solio presidencial, Antonio Borrero Cortázar; el primer periodista panfletario, Fray Vicente Solano; el primer sabio de la naturaleza y estudio, Luis Cordero; el otro sabio por vocación, Octavio Cordero Palacios; el periodista de vuelta y revuelta, Manuel J. Calle; el primer ideólogo de la Revolución Liberal, José Peralta; los mejores juristas internacionales, Honorato Vázquez y Remigio Crespo Toral; los Poetas Románticos de la Escuela Cuencana de la Poesía; los artistas bohemios del Modernismo con Emmanuel Honorato Vázquez Espinoza, a la cabeza; los hombres de pro de finales del siglo XIX y comienzos del XX: Abelardo J. Andrade, Federico Malo, Carlos Cueva Tamariz, Enrique Arízaga Toral. Cuenca está preparada para recibir el galardón del siglo XX y usarlo para su bien desde el primer día del nuevo siglo y del milenio: el galardón de llamarse Patrimonio Cultural de la Humanidad”.

Lloret se sintió a gusto de haber vivido en el tiempo que le

 Los abuelos Antonio e Irene con la parva de nietos el día del ochenta cumpleaños

correspondió vivir. En 1920, cuando nació, el piloto Elia Liut sobrevoló por primera vez los Andes y llegó a Cuenca. “La gente de mi edad vivió en el siglo XX el progreso que no alcanzó la humanidad en cuarenta siglos anteriores: yo vi nacer el avión, la radio, el cine y otras maravillas”, dijo en una entrevista en 1999, cuando no solo esperaba cumplir los 80, sino “vivir siquiera el comienzo del nuevo siglo, en el año 2001, que seguramente vendrá con muchas novedades y sorpresas que no quisiera perderme…” Por entonces aparecían los teléfonos celulares en el Ecuador, aún se compraba todo en sucres y ni se sospechaba de la novedad del tranvía que iba a alborotar Cuenca.

Conversador incansable, con humor al filo de la voz, Lloret gustaba hablar de su trayectoria literaria y docente. A los 18 años fue en dos días de mula como profesor en Zhaglly, caserío de Pucará. Una mujer sorprendida al verlo casi niño le preguntó por su padre, pues no creía que era el maestro. Camino a los ochenta, evocaría con risa su primera experiencia docente: “Entonces aprendí a vivir en el remoto páramo, que me regalaría cama, dama y chocolate, durante el tiempo que permanecí en el lugar”.

Ya antes había descubierto su vocación literaria, lector empedernido en las bibliotecas públicas, donde le prestaban libros a casa y los copiaba a mano con excelente caligrafía. Su primer esbozo poético fue doloroso, pues luego de ir en 1933 a la casa de quien fuera el Presidente Luis Cordero, cuyo centenario del natalicio se conmemoraba, y ver sus fotos de ojos penetrantes y los bigotes como moviéndose, escribió unos versos que los mostró al profesor Alejo, de los Hermanos Cristianos, quien le alzó en vilo, por las patillas, para que confesara de dónde había copiado.

En 1942, el joven de 22 años publicó su primer poemario, Parábola del Corazón Cardinal, anunciador del poeta que irrumpía solo, sin agremiación a movimiento literario alguno, como se mantuvo de por vida. En 1947 fue premiado en el Festival de la Lira y en 1960 en el consagrado concurso nacional de poesía de diario El Universo.

La docencia fue la profesión para vivir. Del inicial caserío rural pasó a Gualaceo, luego estudió y se licenció en Filosofía y Letras y accedió al magisterio secundario en la capital de provincia, llegando a profesor del colegio Manuela Garaicoa y Rector del Herlinda Toral y del Ciudad de Cuenca. También fue profesor universitario, pero la literatura era la vocación de su vida y en ella desplegó sus máximas aptitudes intelectuales.

Preocupado por los problemas sociales, no fue extraño a la política y de 1938 a 1960 estuvo afiliado al Partido Comunista, a cuyo jefe máximo, Pedro Saad, consideraba “uno de los ecuatorianos más grandes que he conocido”. En el magisterio protestó por el discrimen al profesorado, mal y tardíamente pagado: “No olvido que en un gobierno de Velasco Ibarra no nos pagaban ocho meses y ni un profesor intentó pararse”, recordaba, como recordó que en 1953 y 1959 fue cancelado por comunista.

En 1957 publicó, día a día, por el aniversario cuatrocientos de la fundación, una miscelánea histórica de Cuenca, en el diario El Mercurio: un trabajo intenso de investigación y redacción cotidiana, como nadie hizo nunca en el país y es un tesoro en dos volúmenes publicado con el nombre de Biografía de Cuenca, luego de su muerte, por la Corporación Cultural que con su nombre formaron sus hijos. En los años 90 del siglo pasado, en el suplemento La Pluma, del diario El Tiempo, publicó semana a semana, aportes históricos y literarios singulares sobre la ciudad.

En 1975 su novela Los Signos de la Llama, sobre la vida del magisterio, recibió el voto del escritor Jorge Luis Borges, en un concurso nacional que adjudicó el premio a otra obra. Lloret se sintió premiado con el voto del ilustre escritor argentino y criticó al jurado que le perjudicó “porque soy un autor morlaco”, decía.

El incansable hombre de cultura leía y escribía todos los días, desafiando inclusive a una afección visual que poco a poco iba agravándose. En fotos captadas poco antes de morir, se le ve tecleando una antigua máquina de escribir, frente al fragmento de un texto que dejó inconcluso. Periodista, crítico literario, educador, su producción es vasta en libros de historia, poesía, biografía, ensayos, novelas, cuento.
La Antología de la Poesía Cuencana, en cuatro tomos, está acompañada por estudios críticos que constituyen aportes de los más confiables y documentados para conocer, valorar, comprender e interpretar la producción poética de toda la historia de Cuenca, hasta los años 70 del siglo XX. “Lo que vino luego no lo he completado porque no estoy en condiciones para hacerlo y, sobre todo, porque después ya no hay en Cuenca el hálito poético. En prosa estamos mejor”, dijo poco antes de morir.

Pergamino que el Concejo de Cuenca entregara en 1993 a Antonio Lloret, designándole Cronista Vitalicio. Fue entonces Alcalde Xavier Muñoz Chávez.

En 1975 la Municipalidad le confirió la presea Fray Vicente Solano. En 1978 se jubiló en la docencia y luego de gastar los 400 mil sucres de cesantía del seguro social, recorriendo tres meses por varios países latinoamericanos con su esposa Irene Orellana y dos de sus diez hijos, tuvo tiempo para seguir leyendo y escribiendo en su biblioteca, una de las más surtidas de Cuenca, que tras su muerte la familia donó a la Municipalidad y funciona en la antigua Escuela Central. En este mismo año, el Ministerio de Educación le condecoró con la Medalla Al Mérito Educativo de primera clase y en 1981 el Presidente Osvaldo Hurtado le entregó la insignia Orden Nacional al Mérito, en el grado de Comendador.

Su producción es prolífica, minuciosa y variada. Cuencanerías es una recopilación, en dos tomos, de historias, leyendas y pasajes sobre Cuenca y sus personajes, temas de consulta para el conocimiento de la ciudad a lo largo de los siglos, con el sustento de una bibliografía cuidadosamente respetada en citas al máximo detalle de autores y obras consultadas.

La Corporación que lleva su nombre publicó, luego de su muerte, las Crónicas de Cuenca, en cinco volúmenes, dedicados cada uno a la poesía, la historia, el periodismo, la educación y la cultura.
En 1993 la Academia Nacional de Historia le incorporó entre sus miembros y ese mismo año la Municipalidad le nombró por unanimidad Cronista Vitalicio de Cuenca por sus valiosos aportes históricos. De 1984 a 1988 fue Director de la Biblioteca Municipal, lapso en el que sacó a luz cuarenta ediciones de la revista Tres de Noviembre, sobre temas de la historia y el presente de Cuenca, elaborados con dedicación y solvencia ejemplares, propias del cronista que cumple y honra al oficio que ejerce con dignidad y sin ostentaciones, como lo hiciera el primer Cronista Vitalicio que le antecedió, Víctor Manuel Albornoz. Actualmente sigue su camino el Cronista Vitalicio Juan Cordero.

En 1957 Antonio Lloret fue uno de los fundadores de la Unión de Periodistas del Azuay (UPA) y dos décadas después, del Colegio de Periodistas del Azuay, del que fue su primer Presidente. Por donde transitó, dejó huellas, como la Historia del Periodismo Azuayo, estudio que empieza con Fray Vicente Solano, primer periodista cuencano, hasta las publicaciones periodísticas a fines del siglo XX.

Lloret Bastidas es personaje ilustre de Cuenca, por cuyo centenario se deberían resaltar su pensamiento y sus obras, aportes a la celebración bicentenaria de la Independencia de la ciudad a la que consagró su investigación histórica. La Municipalidad, la Casa de la Cultura, las universidades, al publicar sus obras inéditas, honrarían al escritor y a la ciudad, en el histórico año de su bicentenario independiente.

 

Reconocimiento

La revista tributó un homenaje a Eugenio Lloret Orellana, periodista que luego de 19 años de integrar su equipo de redacción, se vio precisado a acogerse al descanso.

El Director del medio de comunicación, Rolando Tello Espinoza, puso en sus manos una placa de reconocimiento a la labor periodística por el lapso en el que mantuvo su columna, a través de la cual contribuyó a orientar la opinión pública y acreditar el prestigio y el respeto de los lectores para este medio.

La reunión fraterna tuvo lugar en el restaurante Vida Ventura. Los articulistas Marco Tello, Eliécer Cárdenas y Yolanda Reinoso, destacaron la presencia de Eugenio en el medio de comunicación, lamentando que su situación personal de salud le privara de continuar en el grupo de redactores que mes a mes escriben en sus páginas. Leonardo Berrezueta, fuera de la ciudad por diligencias de su profesión, no estuvo presente, pero se adhirió al reconocimiento.

Kevin Watson –esposo de Yolanda-, Ruth Rosales de Tello, Eva Webster de Lloret, Carmita Patiño de Cárdenas, participaron del acto y se sumaron al homenaje sencillo, pero significativo, de la simbólica despedida a Eugenio, quien seguirá vinculado al grupo en la amistad y el compañerismo, con la esperanza de que, superada la condición de salud que le afecta, vuelva a escribir en AVANCE.

 

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