Por Yolanda Reinoso


 
Recuerda la emoción del enorme algodón de azúcar, los aplausos frente a las acrobacias de los trapecistas, los nervios del espectador al ver al domador frente a un león tan grande...

 


El Museo Ringling, ubicado en Sarasota (Florida) es uno de los más sugestivos de Estados Unidos, ya que cuenta una historia singular de extrema riqueza y total declive, como fue la vida de la pareja formada por John y Mable Ringling, cuya fortuna generada gracias a la iniciativa de él de construir un circo rodante, está representada en las distintas secciones del museo: hay una gran colección de obras de arte y esculturas, una mansión basada en modelos venecianos, y está la sección que cuenta la historia del famoso circo Ringling Bros, que es la que vamos a recorrer. *
 
Para comprender mejor la trayectoria de John Ringling por el camino que le llevó a ser conocido como el “rey del circo americano”, hay que remontarse a principios del siglo XX, cuando él apenas contaba 16 años de edad, pero había decidido ya dejar la carrera de desplegar sus dotes para el canto y el baile por la administración del espectáculo. Logró convencer a sus hermanos de movilizar los vagones en que hacían sus funciones. Con las ganancias iniciales, en una época floreciente para la economía estadounidense, la familia Ringling amasó una fortuna de enorme proporción. Aunque invirtió con ello en otras industrias nacionales, la sobresaliente es sin duda el circo por el impacto social que tuvo en ese momento, pues pasada la Primera Guerra Mundial, la gente estaba ávida de entretenimiento.
 
El museo exhibe enormes vagones originales, en cuyo interior se puede imaginar escenas de todo tipo: payasos maquillándose, bailarinas vistiéndose, domadores templando los nervios, todos en el oficio de divertir al público. Ayuda a la imaginación el despliegue de trajes, muchos de ellos originales, usados por diversos artistas, y los accesorios que adornaban con lentejuelas de colores y brillantes bordados, los cuerpos de animales domesticados como los caballos y los perros, hasta los de otros no tan cercanos a la cotidianidad del ser humano, como los elefantes y monos.
 
Se han preservado además varios afiches de distintas épocas del circo. Los más comunes muestran a bellos paquidermos ejecutando actos muy coordinados, rodeados de luces de colores, pero llaman mucho la atención aquellos en que se representa el acto de homenaje a los indios nativos americanos, con sus penachos y sus trajes típicos, cabalgando con increíble habilidad.
 
A fin de que la gente tenga una panorámica de lo grande que llegó a ser el circo en su apogeo, se puede apreciar uno en miniatura, construido gracias a la paciencia y talento de Howard Tibbals, un apasionado de la vida circense, que volcó su entusiasmo en construir un modelo del Ringling Bros cuando la empresa alcanzó su mayor tamaño y gloria, entre 1919 y 1938. Se trata una colección a escala de 8 carpas, 152 vagones, 1.300 empleados circenses, más de 800 animales y un tren de 57 vagones. Lo minucioso de la obra de Tibbals está en el detalle puesto hasta en las expresiones de los rostros, los gestos de las distintas escenas: el de amistad entre dos trabajadores que, en su descanso, juegan a las cartas afuera de una carpa, o el de reposo de una bailarina al interior de su camerino. El público no deja de ser expresivo: se ve infancia maravillada ante los extraños animales exhibidos, ansiosa por recibir el helado del sabor preferido, o feliz andando de la mano de un padre o madre, mientras en la otra lleva un globo inflado con helio.
 
Las miniaturas tienen ese encanto que nos remonta a la niñez y, a la vez, nos hacen creer que estamos dotados del imposible poder de apreciar las cosas desde una perspectiva que, en la vida real, se diluye porque parece que todo está hecho a nuestra medida. Ver el museo del famoso circo Ringling nos recuerda la emoción del enorme algodón de azúcar, los aplausos de alivio frente a las acrobacias de los trapecistas, los nervios del espectador al ver al domador frente a un león tan grande como los temores y, en pocas palabras, esa magia estremecida por la inocencia propia de la infancia. El circo ha evolucionado con la sociedad y hoy en día tiene que observar hasta exigencias medio ambientales. Aunque el Ringling Bros sería hoy inadmisible, el museo ha preservado un dato histórico fundamental en la historia circense del mundo.
 
* Nota: Un agradecimiento especial a María Emilia, distinguida artista plástica que hizo posible una visita inolvidable al Museo Ringling.
 

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