Por Eliécer Cárdenas

 

Eliécer Cárdenas
Un gobierno jamás puede luchar con marea adversa como está empezando a ocurrir con Maduro, afianzado a un poder que heredó pero nunca se lo ganó con liderazgo. Por cierto, no todas sus acusaciones contra el Imperio son mentira o propaganda

 

La República Bolivariana de Venezuela –nombre oficial de la república hermana puesto por Hugo Chávez-, atraviesa un período crítico desde que, en febrero del presente año, se sucedieron manifestaciones cada vez más numerosas, en Caracas y otras ciudades, que protestaban contra el régimen de Nicolás Maduro, heredero dinástico de Chávez pero no de su carisma, por la falta de medicamentos, artículos alimenticios y del hogar, por la inseguridad que ha vuelto al país de Simóm Bolívar, Sucre y otros grandes de la emancipación de América del Sur, uno de los países más violentos e inseguros del mundo. ¿Qué había sucedido desde los “años dorados” de Hugo Chávez, cuando éste prometía el Socialismo del Siglo Veintiuno con equidad para todos y oportunidades para los más pobres?
 
Lo cierto es que el Chavismo, autodenominado Socialismo del Siglo Veintiuno, poco se diferenció de regímenes populistas y paternalistas al estilo de Juan Domingo Perón en Argentina, donde una economía rica, en petróleo en el caso venezolano, sirvió para mantener durante varios años el espejismo de un Estado Benefactor a tal punto que casi regalaba casas, ofrecía bonos para alimentación y vestuario a cientos de miles de venezolanos, organizaba espectaculares desfiles y por si fuera poco, compraba armamento carísimo a Rusia y otros países productores de armas, a más de subsidiar petróleo a la cercada y empobrecida Cuba a precios casi de regalo. Esta economía de la “generosidad” paternalista, cobró factura justo con la muerte de Hugo Chávez.
 
Para mantener incuestionable su liderazgo, Hugo Chávez había satanizado a la oposición, siempre acusada de “golpista”, “fascista”, “lacaya del imperio” y además estableció rígidos controles a los medios de comunicación, premunido de un poder poco menos que total en la Asamblea Nacional, la Justicia y las Fuerzas Armadas Bolivarianas, a más de sus legiones de milicianos chavistas, alimentados y pagados con el erario fiscal. Este modelo en sí poco democrático y bastante autoritario, con tintes fascistoides a pesar de su proclamado izquierdismo socialista, ha empezado a “hacer agua” y en Venezuela soplan vientos de guerra civil. Un gobierno jamás puede luchar con marea adversa, y esto está empezando a ocurrir con un Maduro cada vez menos afianzado a un poder que heredó pero nunca se lo ganó con real liderazgo. Por cierto, no todas las acusaciones de Maduro contra las maquinaciones del Imperio son mentira o propaganda. A los EE.UU. le interesa sobremanera que Maduro caiga por una presión popular que puede ser convenientemente direccionada desde Washington. Pero no todo es ni será “culpa del Impero” sino en las tres cuartas partes o más responsabilidad de un modelo presuntamente socialista, en realidad populista-bonapartista-autoritario, exportado en líneas generales a otros estados de América, cuyas bases económicas y sociales se erosionan rápidamente. En definitiva, un “modelo” no aconsejable a ningún país a estas alturas de su evolución hacia la crisis.
 
 
 
 
 
 

 

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