Por Yolanda Reinoso*
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Muchas vidas se perdieron durante la construcción de esta locura arquitectónica: se habla de hombres llevados a la fuerza por orden del emperador de turno. Muchos murieron acarreando piedras y edificando muros
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En invierno, debido a los fuertes vientos y al frío de las alturas, la Gran Muralla no se halla abarrotada de visitantes. El silencio nos permite escuchar en la vívida imaginación los pasos de los trabajadores que acarrearon las grandes piedras, los gemidos por el esfuerzo al subir las empinadas cuestas, los suspiros de temor al bajar viendo el abismo que se precipita hacia el pueblo de Mutianyu. La sección de la muralla en esta zona tiene un largo de 2.5 kilómetros y un total de 22 torres de vigilancia. Desde éstas se puede ver a lo lejos las cadenas montañosas de Mongolia, a una distancia que no impide apreciar lo estratégico de las torres, pues el avance de los hombres prestos a atacar debe haberse observado sin mayor dificultad.

La altura de las paredes oscila entre 5 y 8 metros, lo cual llama la atención puesto que si su objetivo era sobre todo militar, mal habrían querido los guerreros ser fácilmente vistos desde las planicies, y aunque la vegetación tapa muchas secciones, hay partes que son perfectamente visibles desde el pueblo. El ladrillo predomina en esta zona de la muralla, conjuntamente con piedra caliza. Los expertos aseguran que los materiales varían de segmento a segmento, puesto que se usaba lo que hubiera disponible en la región.
El ancho de sus laderas varía: las hay que exigen pasos cortos y no por eso menos cansados, y están las que requieren buenos trancos, pero todas son por igual fatigantes. Muchos se sientan a descansar, y hay quienes dicen “hasta aquí nomás”. La caminata le hace a uno entrar en calor y pronto, el viento frío se convierte en un soplo de alivio. Las torres de vigilancia, con sus divisiones en cuarteles para el descanso de los guerreros, son usadas hoy en día también para protegerse por un momento del sol mientras se descansa de las subidas y bajadas que no dan tregua. A falta de luz, esos cuartos son helados en invierno e, imagino, en verano deben mantenerse frescos.

Su presencia tampoco es difícil de imaginar, pues el recorrido entre paredes que se levantan a ambos lados, da la sensación de protección, de aislamiento de la naturaleza que rodea con su inmensidad esta construcción que parece no terminar nunca al mirar hacia donde alcanza la vista en la distancia.
La edificación de esta muralla increíble data del siglo III A.C. y se extiende en el tiempo hasta el siglo XVII con la dinastía Ming. No sorprende que la UNESCO haya declarado a este bien como Patrimonio de la Humanidad: encierra historia, modifica la geografía, simboliza la lucha de un pueblo por protegerse y hasta da cuenta de los estratos sociales y usos de una nación nada fácil de descifrar.