Por Yolanda Reinoso*
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Su construcción está inspirada en los modelos de los palacios franceses que sirvieron de residencia a los monarcas absolutos. Gran parte de la ciudad está inspirada en la arquitectura francesa, lo que no extraña dado el apego de los zares a París
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Mejor adjetivo que el incluido en el título no hay para este museo situado en la bella ciudad rusa St. Petersburg. Su grandeza comienza en el aspecto físico, ya que un total de seis edificios componen la totalidad del complejo, y es posible andar aproximadamente 20 kms. si se recorre cada uno de sus rincones. Solamente el “Palacio de Invierno”, que fue la residencia oficial de los zares, toma un día entero y eso si se pasa por muchos de los salones sin mayor detenimiento. Las obras de arte que hoy abarca el museo alcanzan casi el millón, número que incluye una colección arqueológica, dibujos, pinturas y objetos de arte.


Para centrarnos en el museo, los datos referidos explican de por sí la imposibilidad de narrar con justicia la riqueza artística del palacio. En rasgos generales, hay que recalcar primero la belleza del piso que, en su mayoría, es parquet. Sin embargo, está instalado con el mejor de los gustos, pues muchos salones muestran grandes rosas de los vientos, mientras en otros las formas geométricas dan la impresión de un trabajo artístico minucioso. Muchos de los tumbados son bellísimos y están decorados con pinturas de apacibles escenas campestres, o con motivos religiosos. Este tipo de decoración alcanza también las paredes, y quizá la muestra más representativa se halla en un largo pasillo de arcos, cubierto de piso a techo con motivos religiosos y que fue inspirado en el que conduce a la Capilla Sixtina en El Vaticano.
En este ambiente tan cuidadosamente decorado, se pueden apreciar obras pictóricas y esculturas, así como muchos de los objetos decorados por finos artesanos para resaltar el lujo de las habitaciones. Entre los objetos que más llaman la atención, se encuentran inmensos jarrones de jade y de lapislázuli, impresionantes por su tamaño y la pulida superficie que les da un acabado finísimo. Las lámparas que cuelgan de los tumbados son de por sí grandes obras de arte en las que fino cristal resplandece con la luz natural del día. Las escaleras que conducen al segundo piso tienen ligeras curvas que convierten el ascenso en una actividad excitante al no saber cuán vistoso será el salón al que conducen.

Este bello museo es uno de los más difíciles de describir de forma que se le haga justicia; es uno de ésos cuyo recuerdo permanece en la mente como si se hubiese flotado a través de una obra imposible.