Por Yolanda Reinoso

 

Desde lo alto está la mejor vista de París, el río Sena y todos los monumentos icónicos que lo rodean: el Arco del Triunfo, los Campos Elíseos, la Catedral de Notre Dame, las Tullerías, etc.,  pero también despierta sentimientos encontrados

 

 

 

Muchos de mis lectores me han preguntado por qué nunca he escrito sobre la Torre Eiffel pese a mi familiaridad con la cultura franca y las visitas que he hecho a la Ciudad Luz. Francamente, la famosa torre puede inspirar sentimientos encontrados porque, por un lado, es el icono de París que más se ha reproducido en postales y otros souvenirs. Quizá por este mismo motivo, verla resulta casi una experiencia surrealista en el sentido de que parece sacada de un mundo imaginario que de pronto se materializa. Por otro lado, el monumento en sí difiere por completo de las edificaciones que caracterizan a París, sobre todo de aquéllas que representan importantes escenarios históricos de la Edad Media y de los siglos XVIII y XIX.
 
Por lo mismo que la imagen de la torre Eiffel se ha explotado tanto al punto de que las colas para visitarla suelen formarse desde tempranas horas de la mañana, exigiendo gran paciencia de turistas tanto nacionales como extranjeros, vale compartir con los lectores la visión de la torre que tienen las amistades parisinas con que cuento. No es poco común escuchar decir a ciertos parisinos entendidos en arte que, desde el punto de vista estético, la torre no va con París si se piensa en la arquitectura con contenido trascendental en la historia. De hecho, la falta de total aceptación de la torre también se habría producido cuando ésta se inauguró oficialmente en marzo de 1889 a fin de servir de entrada a la Expo Internacional de ese año, en el marco del centenario de la toma de La Bastilla y el inicio de la Revolución Francesa. Cuenta la historia de la torre en uno de sus niveles que un grupo de intelectuales de la ciudad firmaron una petición en 1887, solicitando a las autoridades que se desista de su construcción por motivos urbanísticos.
 
Su propio creador, Gustave Eiffel, tuvo que idear una forma de evitar que el gobierno llevara a cabo la tarea de desensamblar el andamiaje de la torre dado que, al finalizar la Expo y las celebraciones del centenario, la torre había ya cumplido con su propósito. Eiffel colocó una antena en la cumbre de la torre, dándole un uso práctico. De hecho, son relevantes los mensajes que la torre ha permitido que las fuerzas armadas francesas reciban vía onda de radio. Esta utilidad de la torre, quizá poco conocida, aún permite hoy mediante el sistema de antenas que tiene en su parte más alta, la transmisión de programas radiales y televisivos desde diversas partes de Europa y el resto del mundo.
 
Entre los datos poco conocidos sobre la torre, está el de la variada gama de colores que ha tenido. En un inicio, se pintó de marrón rojizo y 10 años después fue pintada de amarillo, color que de seguro fue el que menos se ganó la aceptación de los parisinos. Luego de haber pasado por diferentes tonalidades marrones y grises, hoy la torre ostenta una mezcla singular de pintura que es esencialmente similar al bronce pero con menos brillo y predominancia del marrón, color versátil que puede variar según la luz del día. A propósito de la luz, una de las vistas más espectaculares de la torre ocurre durante la noche, cuando la estructura se ilumina de un aura amarillenta que pareciera abrigar el ambiente en las frías noches de invierno. Mi favorita, sin embargo, es la torre de luces blancas intermitentes que se prenden y apagan tan rápido que semejan estrellas que titilan. Es como si la torre bailase sin mover los pies, tan sólo con el cuerpo y vestida de un glamour propio de las fiestas más vistosas.
 
Desde la torre, a 180 metros de altura, está la mejor vista de París aunque el primer y segundo pisos tampoco desmerecen. Gracias a la estructura de vidrio que rodea el un nivel que hace de área de visita, se puede apreciar el Sena con todos los monumentos icónicos que lo rodean: el Arco del Triunfo, los Campos Elíseos, la Catedral de Notre Dame, las Tullerías, etc. La misma vista, en el otro nivel, es apreciable para quienes los fuertes vientos y la sensación de vacío que puede producir el estar al aire libre son tolerables.
 
Cada piso da la posibilidad, aparte de la vista panorámica de París, de comer

 
La vista nocturna
en restaurantes de comida típica francesa con gran variedad de pastelería, y hay un bar que ofrece exclusivamente champagne. La infaltable tienda de recuerdos parisinos es uno de los negocios más lucrativos de la torre. Durante aproximadamente 41 años, la torre fue el monumento más alto del mundo. Aunque este título hoy se halla en Emiratos Árabes, la fama de la torre Eiffel va más allá de su altura y ha superado la visión incluso negativa que muchos parisinos puedan tener de la misma.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
La Torre Eiffel se impone como un referente de la Ciudad Luz.

 

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