El literato y periodista en una caricatura de Elson Rezende, artista brasileño, que le rinde un homenaje especial al amigo y compañero de Avance.

Eliécer Cárdenas, escritor ecuatoriano nacido en Cañar en 1950, murió el 26 de septiembre de 2021 en Cuenca, donde vivió desde la infancia. Autor prolífico de novelas, cuentos y otros géneros, recibió galardones nacionales y reconocimientos internacionales. También hizo periodismo.

Con la muerte súbita, muy dolida, por un infarto cardíaco, Eliécer entró al ámbito que permitirá apreciar al escritor con la perspectiva del tiempo y valorar sin prejuicio ni fascinación sus abundantes creaciones. Sus primeras incursiones asoman en 1971, a la edad de 21 años, pero Polvo y Ceniza, novela premiada en 1978 por la Casa de la Cultura Ecuatoriana, que se traduce a varios idiomas, le asegura un alto sitio en la literatura ecuatoriana y de América Latina.

Decenas de títulos forman las obras de Eliécer Cárdenas, pero en esta nota consta una aproximación a la novela más conocida y destacada, Polvo y Ceniza, citada con insistencia en las ceremonias fúnebres, en los comentarios públicos y privados, en los homenajes póstumos.

En 2019 la Casa de la Cultura publicó la última edición de “Polvo y Ceniza”,a los 40 años del premio que obtuvo con esta obra.

Naún Briones, el bandolero protagonista, revivió al morir Eliécer, quien inmortalizó en las letras su leyenda. Hasta quienes nunca leyeron la novela comentaron de ella y del héroe que se dice robó a los ricos para ayudar a los pobres. Otros volvieron a leerla.

En junio de 1969 la revista Vistazo publicó este retrato de Naún Briones, basado en los datos proporcionados por familiares y personas que lo conocieron.

Naún, hijo del arriero Horacio Bustos y de Etelvina Briones, nace en Conganamá, provincia de Loja, en 1907. Temprano queda huérfano del padre que nombra a su hermano Mardoqueo como albacea para el reparto de las propiedades, de las que más bien se apropia, ante el rencor del adolescente que rechaza el apellido Bustos y será para siempre Naún Briones, el apellido de la madre.

 El personaje con la mascota familiar.

A los 17 años, tras robar una acémila del tío Mardoqueo, decide hacerse bandolero. Pero el dueño le sorprende y le captura, llevándole preso atado a un caballo: “Ahora van a ver quién es Naún Briones”, vocifera al entrar en prisión, vaticinando las correrías de asaltos, robos, asesinatos, que le marcarán para siempre.

Al recuperar la libertad reafirma la decisión de ir por caminos malhechores y se asocia a la banda de Chivo Blanco, salteador que asola las haciendas, los templos y propiedades, hasta que en una tenida de tragos desafía a sus compinches a apostar sus revólveres apuntando a una moneda a la distancia. El único que acepta el reto es Naún y gana al salteador que falla, mientras él da en el centro. Chivo Blanco se niega a pagar la apuesta aduciendo que fue culpa de los tragos, pero Naún con su arma cargada le obliga a honrar la palabra. Desde entonces las dos se separan y van por sus propios caminos.

Entre 1924 y 1935 Naún siembra terror en las provincias ecuatorianas de Loja y el Oro y en los pueblos del norte peruano. Pero el ladrón a los ricos para dar a los que no tienen también hace pactos con pudientes que le invitan a sus comilonas y se sospecha de ser autor de la muerte de revoltosos alzados contra los patronos. Los campesinos le protegen informándole de la presencia de los guardias rurales para que se pusiera en escondite, a cambio de sus regalos. No para en ningún sitio y está en acción siempre, elevando la fama del matón que maneja el revólver con pericia como si fuera parte de su cuerpo, sin errar el tiro.

 El escritor con su esposa Carmita Patiño, sus hijas Berenice y Soledad y su nieta María Eduarda Costa, en una foto familiar para el recuerdo.

En 1930 cae preso en la provincia de El Oro, luego de matar a un hacendado Ojeda, y va condenado a seis años de prisión en el penal García Moreno, en Quito, de donde fuga dos años después, con cincuenta prisioneros, aprovechando la Guerra de los Cuatro Días.

Entonces vuelve a sus correrías, burlando las emboscadas de militares y policías, entre ellas las dirigidas por Deifilio Morochz, mayor del ejército que le guarda antiguos rencores, le persigue con saña y en uno de los encuentros recibe un balazo que le deja inhabilitado el brazo izquierdo para toda la vida.

A fines de 1934 el párroco de Sosoranga le casa con Dolores Jaramillo Mora, mujer de la que el bandido se enamora en una fiesta. No contrajo matrimonio civil, pues el cura le dispensó convencido de que la esposa lograría regenerarlo y terminaría su carrera delictiva. Pero Naún, tras la luna de miel se fue y no volvió más, para seguir sus andanzas matoniles.

La fama del personaje ha trascendido y los medios lo destacan como un ser diabólico, desalmado, un criminal de máximo peligro. Esta fama ha hecho que unos Naúnes falsos aparecieran para amenazar y asolar en los campos, pero todos caen abatidos por el Naún auténtico que los busca, los encuentra, los cuelga de los árboles. La risa estruendosa que acompaña a las palabras cuando habla o recrimina, identifica al personaje en forma inconfundible y temible.

En la madrugada del 13 de enero de 1935 Deifilio Morochz, al mando de un pelotón, descubre el paradero de Naún en una casa en el sitio Piedra Lisa, gracias a la captura de un campesino de la banda bandolera obligado a guiarlos. Rodeado en forma insalvable, desciende a una quebrada y se protege tras una enorme piedra en la que rebotan las balas incesantes. No tiene escapatoria y al fin Deifilio Morochz, con el ambicionado trofeo a la vista, le grita que se rinda, pero, él le responde: “A vos te quiero matar, matándote a ti no más que me maten…”. Y Morochz goza de la suerte de liquidarlo y quedarse vivo.

El criminal, la muerte, el amor, la religión
Polvo y Ceniza, novela escrita con pasión y dominio literario, tiene una fluidez expresiva sorprendente, para leérsela de un tiro. En lenguaje sencillo, coloquial, con expresiones propias del habla campesina, destaca el sentido social y político del autor para denunciar la opresión de los explotadores, los terratenientes, los curas y los políticos.

En el estilo de la novela de Eliécer acaso se podrían reflejar las lecturas del joven escritor de entonces, de autores que podrían identificarse en su relato: García Márquez, Juan Rulfo, Jorge Icaza, Gonzalo Mata. Quizá, también, resonancias poéticas del Boletín y Elegía de las Mitas, de César Dávila Andrade.

La frase polvo y ceniza, que le da nombre, se repite por todos los capítulos, como una obsesión para expresar la finitud humana imperdonable, acoplada a las situaciones más diversas, con la idea de la muerte y del olvido. La misión de Naún en la vida es asaltar y matar pudientes y cuando la bala atraviesa el cráneo de la víctima, es inefable el estremecimiento que causa, porque “el sonido de un tiro que acaba de matar es como un cuchillo de ruido que le llega a uno al centro mismo de los sesos y le queda sonando en un eco que sólo está en la cabeza”, le había dicho el Chivo Blanco después de asesinar a dos mellizos en los que descubrió que dos muertos nunca se parecen, aunque fueran gemelos.

El revólver, arma mortal, adquiere vida en sus manos. “Es como un perrito, se le toma cariño, se le enseña gracias y piruetas, se le mima y asea. Es fiel y no habla sino cuando uno se lo pide. O tiene, como una mujer, un quiebre de cintura donde acomodar la mano, un cuello largo y esbelto para acariciarlo despacio, un agujero”, piensa Naún poco antes de recibir las ráfagas que acabarán su vida.

La idea de la muerte la lleva siempre Naún, hasta en la intimidad con Dolores, cuando ella le pide: “Háblame de tus muertos, Naún, si fueron jóvenes cuando los mataste, cómo eran sus caras, si estaban elegantes el rato de morirse, me decía, qué se siente al matar, Naún, cómo hierve la sangre, cómo se enfría tu alma cuando matas, Naún, cuando el otro cae, y se va del mundo entre quejidos, y sólo te deja su cuerpo y su recuerdo”.

Alguna vez le pregunta si le mataría a ella y su respuesta grafica el sentir insubstancial del bandido sobre el amor: “buscando su rastro o su sonido en la hierba, entre los troncos, las hojas, las telarañas de las ramas, quería decirle, acercando mi boca a su oído, despacito, con un cariño grande, que no, que a vos cómo matarte, Dolores, cómo quitarte esa vida que me gusta tanto, cómo dejarte fría, Dolores, sin tu risa, cómo dejar vacíos tus lindos vestidos de tafetán, tus zapatos rojos que tan bien te quedan, cómo regalar tu cara graciosa al polvo y la ceniza, cómo abajarte hasta el olvido, Dolores, no pienses en la muerte, déjate acariciar y siente la necesidad de mis brazos al estrujarte, de mis manos al tantear tus piernas duras…”.

En lo religioso, Naún es indiferente, pero seguro de que Dios no querrá las injusticias de este mundo. Alguna vez evoca a la Virgen del Cisne y a los santos de larguísima barba, sin edad: “Ellos andan lejos, piensa decepcionado, ya no viven aquí, entre los hombres: sólo son madera, papel, faldones de seda, aureolas de latón, y valen sólo para que el invierno venga o el verano se marche pronto”.

Y recuerda un sueño premonitorio, “de un viejo que es amigo de pecadores y se llama Jesús. Un pobre viejo ciego y mendigo que anda por todos los caminos tocando un redoblante. El Rindolfo se asustaría si le cuento el sueño, y el Pardo pensará que son ignorancias, catalanadas de un hombre que no terminó el tercer grado de la escuela. Mejor no les digo nunca que soñé con ese viejo y que en el sueño traía una larga cara de tristeza o de hambre simplemente, y que sus ojos blancos, sin luz, me buscaban, y que su voz gruesa y fatigada me decía pronto vas a despertar, Naún, te digo yo que sé todas las cosas, que soy la vida, el camino, el polvo y la ceniza”.

El origen de la obra mayor de Eliécer está en personajes y hechos reales de los años 20 y 30 del siglo pasado. Lo valedero es el tratamiento magistral del tema descubierto en un reportaje de la revista Vistazo de junio de 1969, escrito por Eduardo Reyes, con el título “NAÚN BRIONES ¿Guerrillero sin bandera o Salteador de Caminos?”, con fotos, nombres y apodos de personajes que serán protagonistas de la novela, testigos del sitio donde murió Naún y hasta de su cuerpo acribillado. Naún es hombre que acaba en polvo y ceniza, y Eliécer el artista que con su magia literaria le salva del polvo y la ceniza.

 Eugenio LLoret, Yolanda Reinoso, Marco Tello
y Eliécer Cárdenas, miembros de la redacción de Avance, con oportunidad de una conmemoración de la revista.
 Eliécer, con sombrero, en una reunión social de Avance. A la derecha Rolando Tello y Julio Carpio.

 

En 1981, en los días del conflicto bélico de Ecuador y Perú, Eliécer en la zona de Paquisha, con Vicente Tello y Rolando Tello

Eliécer, el periodista ecuánime

 Eliécer, al centro, candidato a diputado por Cañar en una marcha por las calles de Cuenca en 1984.  En una rueda de prensa, de Francisco Huerta Montalvo, con Jorge Calvache y Jorge Piedra.

 

En los años setenta del siglo pasado Eliécer Cárdenas se involucró al periodismo en el diario cuencano El Tiempo, donde permaneció hasta 2016, cuando el medio pasó a propiedad del Estado y fue a diario El Mercurio, como articulista de opinión. Su última columna apareció el 28 de septiembre, dos días después de su muerte.

 En una jornada periodística, en medio de dos colegas de la prensa.

Eliécer fue políticamente de izquierda. En la juventud se lo vio en las calles, en protestas contra los gobiernos. Estudió Derecho en la Universidad Central de Quito y obtuvo el título de licenciado. En 1984 fue candidato al Congreso por Cañar, su provincia natal. En lo personal, una actitud democrática le amistó con gente de todos los sectores sociales y políticos. Un periodo ejerció la presidencia de la Unión de Periodistas del Azuay.

Su pasión fue la literatura, con éxitos notables dentro y fuera del país. En 1983 integró el jurado de novela Casa de las Américas, en la Habana, Cuba. Mantuvo presencia cultural permanente en el país y por dos periodos presidió el Comité Organizador de la Bienal Internacional de Pintura. También fue Presidente de la Casa de la Cultura del Azuay. En forma constante, fue invitado a presentar obras literarias, de arte o de historia, en Cuenca y en el país. Participó en innumerables eventos culturales en el extranjero. El jueves anterior al fallecimiento presentó en la Universidad Católica de Cuenca la novela El Hijo del Sastre de Juan Castanier, con un análisis introductorio de Eliécer. Esto, y luego la inauguración de una exposición en la Galería Illescas, fueron los últimos actos públicos del escritor casi en vísperas de morir.

 Eliécer, al extremo derecho, junto a Edgar Rodas y Eugenio Fernández, acompañados de un guía, en una visita a Corea del Norte, al pie del monumento a Kim Il Sung, en Pyongyang.

El medio en el que estuvo más tiempo fue AVANCE, en cuya fundación como semanario participó en mayo de 1978 y continuó en la revista, que acaba de cumplir 40 años. Sus reportajes sobre temas diversos aparecieron principalmente en el semanario y a inicios de la revista, pues luego escribió artículos de opinión, el último de los cuales salió en la edición de septiembre de 2021.

Gustaba del periodismo como experiencia intensa: en los conflictos armados entre Ecuador y Perú en 1981 y 1995 llegó a las zonas de fuego y escribió reportajes. Cuando un terremoto causó estragos en 1983 en Popayán, fue a la ciudad colombiana y publicó en AVANCE un reportaje con fotos de Vicente Tello. Al conocer la ubicación de un avión de la empresa Saeta perdido varios años y sobre el que hubo versiones fantásticas, llegó a las selvas vírgenes de la provincia del Napo, tras los rastros del percance siniestro y conmovedor.

Como hombre de letras y periodista fue ecuánime y orientador. La muerte le sorprendió cuando había alcanzado la cúspide y su partida conmovió a la sociedad. En la revista AVANCE y entre los compañeros a los que estuvo ligado por más de cuarenta años, deja un vacío enorme y tristeza. Las instituciones azuayas y del Estado han sido cicateras para valorar al personaje digno de reconocimientos como ciudadano, intelectual y periodista que, con sus calidades y cualidades, honra a la Cuenca Patrimonio Cultural de la Humanidad y al Ecuador.

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