Por Angel Pacífico Guerra

La presencia de un hombre que se salvó de la balacera policial en el asalto a una farmacia de Guayaquil hace 13 años, ha aparecido para contar verdades que deberán llevar al esclarecimiento del hecho violento y la sanción de los culpables
 

 

Los crímenes perfectos no los cometen ni siquiera los policías y los organismos de seguridad. Hay muertos que vuelven a nacer y declaran las verdades: tal es el caso del hombre llamado Erwin Vivar, uno de los muertos y desaparecidos en la masacre que se produjo en la farmacia Fybeca de Guayaquil, el 19 de noviembre de 2003.
 
Él estuvo en la lista de los cuatro muertos u ocho desaparecidos en una noche de violencia criminal, cuando una banda irrumpió en la farmacia para cometer un asalto que se frustró por la rápida presencia policial que controló la situación, pero cometió abusos inhumanos y crueles. El hombre apareció hace poco en Venezuela, a donde había huido después de escaparse de morir cuando –según su testimonio-, él y Jhonny Gómez, compañero del acto delictivo , fueron echados a un estero próximo a Guayaquil, donde supuestamente se los acribilló a balazos. Él se cubrió con el cuerpo del compañero y escapó para mantenerse prófugo, en Venezuela, por temor a que se le hiciera desaparecer porque tenía mucho que contar. Y ha soltado la lengua.
 
El país está a la espera de que las investigaciones prosigan su nuevo rumbo, a raíz de la aparición de este testigo y víctima, hasta conocer los mínimos detalles. Sobre todo, hasta que los que aparezcan culpables de los abusos policiales sean sancionados con el peso más riguroso de la Ley. Los delincuentes no pueden se víctimas crueles de otros delincuentes, protegidos con uniforme.

 

 

 

El Consejo Nacional de Tránsito ha dispuesto la colocación de más radares en algunas carreteras próximas a Cuenca, para constatar la velocidad de circulación de los vehículos y sancionar a quienes aceleran más de lo permitido.
 
   Está bien y está mal que se multipliquen esos artefactos por razones de seguridad. Bien porque ayudan a evitar accidentes por manejar demasiado rápido, pero mal porque hay vías rápidas en las que la velocidad que se aplica es menor a la que debería ser autorizada.
 
   Además, hay vías por las que el mejor control de velocidad viene dado por las pésimas condiciones en las que se mantienen, impidiendo no solo una movilización normal, sino obstaculizando hacerlo con una rapidez razonable. ¡Qué bueno sería que el mejoramiento de la vialidad vaya de la mano con los controles de la velocidad!.
 
   Un caso digno de reparo es el de la “autopista” Cuenca-Azogues, obra que avanza en su reconstrucción a velocidad que no podría percibirla ni el más sofisticado de los radares.
 

Suscríbase

Suscríbase y reciba nuestras ediciones impresas en su oficina o domicilio llamando al 0984559424

Publicidad

Promocione su empresa en nuestras ediciones impresas llamando al 0999296233