Los arco iris se disputaron el honor de rodear la cuna del recién nacido y un pajarillo arrancó a piar con voz humana cánticos de bienaventuranza. 
¿Fue ese portentoso pajarillo el que emigró, ahuyentado por el terror, y vino a cantar con voz humana las mismas loas en nuestro vecindario? Cada ideología crea sus propios mitos antes de convertirse en religión
 
Christopher Hitchens, periodista y pensador anglo-norteamericano formado en filosofía, política y economía por la Universidad de Oxford, anduvo por el mundo como enviado de prensa. Cautivaba a los lectores con una serie de reportajes que revelaban la fisonomía oculta de varias naciones así como la condición humana de sus líderes y de otros personajes acariciados por la fama. Posteriormente, un año antes de morir (2011) recogió aquellos trabajos en el volumen Amor, Pobreza y Guerra. Son páginas que no pierden actualidad por más vueltas que nuestra pequeña nave espacial haya dado alrededor del Sol. 
   
En uno de aquellos ensayos, “Viaje a un pequeño planeta”, contaba las impresiones de su paso por Corea del Norte, un paraíso comunista que, en efecto, no parecía formar parte del planeta Tierra.
  
 Tal vez ya conste en el universo botánico una flor que lleve el nombre del joven Kim Jong-un, el excéntrico líder absoluto, envidiado en secreto aunque aún no emulado del todo por gobernantes del tercer mundo. Una denominación apropiada para aquella muestra de la flora norcoreana podría ser kimjongungia en armonía con la kimilsungia, hermosa orquídea llamada así en homenaje al fundador de la dinastía gobernante, Kim il sung, y también con otra flor, no menos primorosa, la kimjongilia, de la familia de las begonias, destinada a glorificar en vida al hoy difunto Kim Jon-il, en cuyo mandato murió de hambre más de un millón de norcoreanos solo entre 1996 y 1998, según contaba Hitchens. 
 
   El difunto hombre fuerte era hijo del fundador de la dinastía y fue padre de Kim Jong-un, el heredero que en estos días ocupa las primeras páginas de la prensa corrupta por haber logrado sacudir al mundo con el movimiento de su pieza favorita en el tablero del ajedrez universal: la bomba atómica.
 
   Debido al hermetismo de la sociedad norcoreana, sin otra fuente de información que no provenga de los medios oficiales, es difícil saber si el advenimiento de Kim Jong-un estuvo anunciado por fenómenos sobrenaturales como los que presagiaron el de su progenitor, Kim Jong-il, hace setenta y cuatro años ocho meses. Los arco iris se disputaron el honor de rodear la cuna del recién nacido y un pajarillo arrancó a piar con voz humana cánticos de bienaventuranza, según refería el periodista ¿Fue ese portentoso pajarillo el que emigró, ahuyentado por el terror, y vino a cantar con voz humana las mismas loas en nuestro vecindario? Lo cierto es que cada ideología crea sus propios mitos antes de convertirse en religión.
 
Como buen comunicador, no describía en sus reportajes todas las maravillas que le mostraban los adustos agentes del gobierno sino lo que él veía; no únicamente las grandes obras, las edificaciones suntuosas, las concentraciones multitudinarias que alejan de la realidad a los dictadores; también los campesinos famélicos que recogían uno por uno los granos sueltos para llevarlos a la olla. Y si entre los platos que ofrecía el arte gastronómico norcoreano elegía en un restaurante un sustancioso estofado de perro, sentía que se le iba el apetito porque hallaba en el potaje la razón por la cual no se veían perros deambulando en la ciudad.
  
 Asimismo, nos dejó el relato de lo que vio en la Exposición de Amistad Internacional, en un monumental edificio de mármol en buena parte subterráneo, al norte de Pyonyang. Decenas de miles de obsequios entregados al abuelo y al padre del actual gobernante; una gama de artículos suntuarios procedentes de la mala conciencia capitalista: una caja de plata con el logo de la CNN, una versión en inglés de los ensayos de Kim il-sung con prólogo de un periodista del “New York Times”, una escultura blanca, regalo de Billy Graham, líder religioso norteamericano.     Había en otra sección placas de aseguradoras británicas, equipos de televisión donados por Corea del Sur; logos de Samsung y Daewoo, una limusina enviada por el fundador de Hyundai.
  
 Desde luego, era notoria la generosidad de los líderes del mundo comunista de aquel tiempo: vagones ferroviarios de Stalin y Mao, la cabeza disecada de un oso, regalo del autócrata rumano Nicolae Ceaucescu, de funesta recordación. Su muerte puso término a la dictadura perpetua que infamaba al país. Un día de diciembre de 1989 la multitud concentrada como de costumbre al pie del palacio para que aclamara al Presidente estalló al grito de “¡Abajo el tirano!”, y siguió gritando hasta que el perplejo dictador fue ejecutado junto a su esposa.
 

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