Ulises Estrella Moya (Quito, 1939) falleció a fines de diciembre pasado. Autor de una decena de poemarios, relatos, obras teatrales, fue un promotor cultural que destacó el valor de las tradiciones y personajes legendarios de su ciudad, a través de la  Quitología. Gran propulsor del nuevo cine, estuvo asociado a los más destacados representantes latinoamericanos de esta rama cultural y de arte. Promotor cultural de toda la vida, en 1961 fundó el movimiento de Los Tzántzicos, irreverente y controversial del orden establecido y más tarde el Frente Cultural que diera mucho de qué hablar en la capital ecuatoriana. En los últimos años dirigió la Cinemateca Nacional. Su fallecimiento ha impactado en el ámbito de la cultura ecuatoriana. 
 
Raúl Pérez Torres, Presidente de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, literato  y destacado exponente del quehacer cultural del país, compañero y amigo de Ulises, ha enviado a AVANCE una nota alusiva al personaje, que la incluimos en esta edición como un homenaje a este notable autor y cultor de variadas formas de expresión intelectual del Ecuador contemporáneo. (N del D)
 
Raúl Pérez Torres
 
 
Ulises Estrella
De él bebimos las primeras ráfagas de rebeldía. Con él aprendimos la dulce y agitadora virtud de la inconformidad. Junto a él descubrimos la fuente clara de la desacralización y el enfrentamiento. Bebimos de su enorme agitación los primeros estragos de la iconoclasia. Aprendices de brujos, al lado de Odiseo, también pusimos nuestra alforja al hombro, vagabundos de conocimiento, y salimos a desandar esas tierras de la madre américa, esas tierras de la libertad.
 
Suponíamos entonces que un taller de literatura era el universo, que en la poesía estaba escondida la cartuchera de la liberación, que bastaba una bufanda del sol para calentar el espíritu enfermizo de la cotidianeidad, que la palabra era la patria, que el lenguaje se estaba gestando desde el ombligo del mundo, que había que mirar de frente al sol oblicuo y duro del pueblito, que debíamos convertirnos en peatones de Quito para imaginarnos que en esas calles tortuosas y torcidas nos toparíamos de frente con Cantuña, con Bernardo de Legarda, con Miguel de Santiago, con las Manuelitas del barrio, con la Torera, y hasta con el Soplador y la Bella, imaginarios urbanos que caminaban junto a nosotros como si siempre nos hubiéramos conocido, como si fuéramos lo mismo, barro y sangre de una identidad recuperada.
 
Pienso en Ulises, de tanto viajar por los alrededores, por los abismos de la palabra, fue llegando a lo esencial, a la palabra esencial, al pensamiento esencial, a la desnudez del sujeto y del objeto, es decir al silencio, fin mismo de la poesía, y en esa desnudez fidedigna se topó de bruces con la imagen, como si fuera una amante reencontrada, y la llenó de flores, y de ansias, y de nuevos bríos. Desde allí, quizá, nació ese afán de darnos recuperando la memoria del cine, que andaba perdida desde los tiempos de Augusto San Miguel.
 
Para ello, para llenar esa memoria de flores y de cantos, buscó una Casa, y, enamorado de su historia, fue construyendo y reconstruyendo, ladrillo a ladrillo, rollo a rollo, durante treinta años, la historia del pueblo, de la ciudad, del país, de nuestra América, del mundo.
 
Esa casa se llama de la Cultura y la creó otro demiurgo y benjamín.
 
Nos trajo las vistas de otras latitudes, nos llenó de otras miradas. De su mano rigurosa, férrea, inclaudicable, conocimos el misterio del celuloide, la belleza, la estética, el yo múltiple de la realidad y el sueño, el arte como puente del proceso creativo, la ideología como llama de la historia,. La fábula como su compensación, el amor como fuente y como fósforo.
 
Su voz se perdía entre las voces de sus elegidos. Cuando, ahogado de intensidad, quería decir algo ponía las palabras en boca de Quilago o de Cantuña, palabras como éstas:
 
Lo peor
Que puede pasarle al hombre, 
Es el vacío;
Hay que llenar los espacios,
Hacer la plaza
Para los míos,
Para los que no entraron
En el imperio de los muertos,
Para los que descenderán
Del resonante Pichincha
Sin oro, 
Con la mayor riqueza del mundo
O sea
Sus vidas…
 
Ahora está muerto. Pero no su afán, pero no su Casa. En ella habitará  siempre el humanismo que dejó pegado en sus paredes. La melancolía de su falta. El eco de su palabra. La alegría de su verdad.
 
Cronopio de los setenta. Ahora está muerto.
 
Ya andará otro como él.
   
 

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