Por Eliécer Cárdenas

 

Eliécer Cárdenas

El carácter explosivo de algunos líderes resulta similar al de un volcán: estallan, truenan, lanzan lluvias de improperios y agravios, hasta que se calman

 

El volcán Cotopaxi está recibiendo las atenciones científicas y de prevención que el caso requiere. Desde que hace más de un siglo el científico Teodoro Wolf registró su última erupción, se sabe que este gigante de la Cordillera de los Andes despierta de su nevado y pintoresco letargo cada siglo y medio, aproximadamente, y sus erupciones causan estragos por las zonas directamente debajo de su cono.

   En cierto sentido, el comportamiento del Cotopaxi se parece al de ciertos políticos, esto es impredecible, con la salvedad de que se puede calcular en qué etapa el volcán puede entrar en actividad, en cambio la de un político se halla sujeta a diversas eventualidades. El carácter explosivo de algunos líderes resulta similar al de un volcán: estallan, truenan, lanzan lluvias de improperios y agravios, hasta que se calman. Cierto que los eventos de la Madre Naturaleza suelen ser devastadores, recordemos nada más el paso del huracán Katrina por Nueva Orleáns, hace una década, o los recurrentes fenómenos de El Niño, que causan devastación en nuestro Litoral. Pero algunos líderes políticos pueden causar peores estragos que los naturales. Citar a Hitler sería extremo, pero más cercanamente, un Pinochet o un Videla resultaron a la postre más mortíferos que muchos volcanes y terremotos juntos.

   Más cerca en el tiempo, es decir en el ahora inmediato, el presidente Nicolas Maduro de Venezuela mantiene un comportamiento más o menos tan errático como el de un ciclón o un tsunami. Un día se le ocurre monologar sobre el Esequibo, territorio reivindicado por la nación de Bolívar y hoy en soberanía de la Guyana, y como por arte de magia –de magia política, se entiende- empiezan a realizarse maniobras militares venezolanas cerca de la frontera con Guyana. Otro día se le ocurre descubrir que
 
el contrabando en la frontera colombo-venezolana es una amenaza a la seguridad de Venezuela, y cierra fronteras, agravia al estado vecino, y provoca tal consternación entre sus colegas de banda presidencial, que tiene que darse una reunión cumbre a fin de aplacar,  o tratar de lograrlo cuando menos, su mal humor fronterizo.

   Para monitorear el comportamiento del Cotopaxi y otros volcanes en actividad están los expertos sismógrafos, los sofisticados aparatos que registran sus movimientos, aún los más imperceptibles, en tanto que para registrar los comportamientos políticos se hallan los analistas, y hasta los periodistas, ambos en mal predicamento cuando sus análisis no agradan al Coloso, es decir al político y líder analizado. En eso cuando menos tienen ventaja los vulcanólogos y sismólogos, ya que el volcán no toma ninguna represalia contra quienes lo monitorean, no así tratándose de los hiper sensibles volcanes humanos, más aún cuando ostentan algún grado de poder, no necesariamente el presidencial, ya que el poder, entre otras cotraindicaciones, tiene el problema de exacerbar las sensibilidades y hasta las quisquillas de manera mayúscula, y generalmente político o líder criticado es un político que se las toma con el crítico.

   De allí que el monitoreo político sea una actividad más riesgosa, por lo general, que el monitoreo de un vulcanólogo que ejerce una actividad científica neutral, no así un crítico social que es tan fácilmente confundido con un opositor a secas y tratado como tal desde las alturas de los conos volcánicos de la política.

   En resumen, volcanes y líderes se parecen, lástima que en el caso de los dirigentes sea más difícil predecir sus reacciones que el magma que se agita cada determinado tiempo en las entrañas de un volcán.

 

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