La pesadilla interminable de la inundación traumatiza a los habitantes del Austro. Nunca imaginaron que se produciría un castigo así implacable de la naturaleza.

 

Un minucioso sobrevuelo por la zona de la catástrofe hizo apreciar ayer la magnitud apocalíptica del lago formado entre las montañas que bordean los valles de los ríos Cuenca, Burgay y Déleg, en cuyas profundidades están sumergidas centenares de viviendas, carreteras y hectáreas de terrenos de cultivo.

 

La presa de La Josefina resulta una obra inconmovible y se resiste a dar paso a las aguas del embalse, que crece incesante, inundando bajo su espejo cuanto encuentra.

 

“Es algo descorazonador, enfermante”, comentó Alejandro Serrano Aguilar, designado por Sixto Durán Presidente del Consejo de Programación, luego de la inspección aérea por la zona del desastre.

 

Según su criterio se ha producido un vuelco en los esquemas de vida de la región y hay un símbolo material que grafica la magnitud de la destrucción: el puente de El Descanso.

 

“Si la catástrofe es integral, la ejecución de las obras de reconstrucción también ha de ser integral, involucrando todos los aspectos del convivir en base de un plan coherente y orgánico. Se ha formado un nuevo cuerpo geográfico e histórico y deberá ser atendido en todas sus partes. El trauma afecta a la idiosincracia colectiva y podrá superarse con la solidez del plan de reconstrucción”, afirma el directivo que ha empezado a cavilar sobre las responsabilidades emergentes que tiene por delante.

 

Serrano es uno de los perjudicados por la catástrofe. Mientras el helicóptero del Ejército sigue la trayectoria de los perfiles del lago, señala con un dedo:

 

- Esa es la isla -dice- cuando el aparato ha pasado sobre la presa, el puente que divide los trayectos a Paute y Gualaceo y vuela sobre el río Santa Bárbara.

 

- La isla, ¿qué isla?

 

- Es el nombre de mi propiedad: una quinta vacacional rodeada de árboles y con muchas flores.

 

- ¿Está en peligro?

 

- Sí: de producirse una salida brusca y violenta del agua del embalse, todo desaparecerá.

 

- ¿Hay alguien dentro?

 

- Nadie. La misma noche que me enteré del derrumbe llamé al guardián para que se pusiera a buen recaudo, con su familia. La casa está completamente desocupada.

 

 

 

El hermoso valle del río Santa Bárbara parece deslizarse velozmente por la ventanilla del helicóptero, donde aparecen de inmediato los refugios instalados en una loma de Bulcay. Es una policromía gitana de carpas, entre las que corren los niños para mirar el aparato cuyo estruendo se ha vuelto familiar en la cuenca del río Paute.

 

 

 

-¿Cuál es su impresión sobre todo lo visto?

 

- Es enfermante, conmovedor. Solo visualizando completamente la catástrofe se aprecia su magnitud: es descorazonador.

 

La nave toma curso por Cañar y, de pronto, el personaje apunta otra vez con un dedo hacia abajo:

 

 

 

-¿Qué mira ahora?

 

- Esa propiedad es de mi cuñada. La casa ya está casi toda tomada por las aguas.

 

Es una enorma casa con cubierta de tejas rojas y paredes muy blancas. El sitio se llama Ayancay y junto a esa casa hay muchas más, igual, sumergiéndose lentamente.

 

- ¿Otra impresión?

 

- No había sobrevolado antes por la zona del desastre. Ahora tengo una idea clara de lo que se trata. Nadie podrá alcanzar una apreciación aproximada a la realidad, si no la ha constatado de esta manera.

 

 

Viernes, 30 de Abril de 1993

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