“Yo siempre seré del partido de los pobres… pero de los pobres buenos”: Esta coletilla explica mejor que un discurso que su actitud frente al anarquismo y poder oligárquico de España no fue político, sino moral.
 
La muerte de Federico García Lorca fusilado el 19 de agosto de 1936, no constituye en sustancia ningún enigma más allá de las trágicas anécdotas que lo rodearon en medio de conjeturas, datos verídicos y no menos contradicciones. Pero la tragedia de su muerte – terriblemente injusta, ya por lo excepcional de su talento como por su amor a España – es por paradoja lo más vivo que hoy se conserva de su figura y opera como un hecho moral que azota la conciencia, como un sangriento y fanático suceso que hasta ahora no acaba de encajar en el cuadro, sencillamente porque nada hay en la vida de García Lorca que hiciera presentir su trágico destino a pesar de que su obra dramática y poética está traspasada por un sentido agónico.
 
   Ya se sabe que García Lorca ha sido un poeta profundamente cantado, escandalosamente silenciado, convertido en poeta maldito, en permanente niño precoz, en revolucionario. En todo eso y más su obra ha sido sometida por los críticos a disecciones rigurosas y encasillamientos. Lo demás son treinta y ocho años de vida que se desarrollan entre Granada y Madrid y estancias en Nueva York, París, Londres, Escocia, Cuba, México y Argentina, entre la tradición y la renovación, entre el rigor y el brillo literario, entre la España negra que desprecia al intelectual y al proletariado, entre el conservadurismo y el no conformismo.
 
   Reconstruir en forma sumaria el tránsito de García Lorca desde su época de trovador adolescente hasta su madurez de poeta dramático, es una parábola grata a la vida. Músico, pintor, actor, poeta, conferencista, director escénico, parecía andar con apuro hacia su forma definitiva: el teatro.
 
   El permanente estado de niñez de Federico García Lorca es un atisbo que se desprende de su obra, ajena a todo vocabulario político: “Yo siempre seré del partido de los pobres… pero de los pobres buenos”. Y esta coletilla explica mejor que un discurso que su actitud frente al anarquismo y poder oligárquico de España no es político, sino moral. Sin embargo, para la extrema derecha entonces pasaba por socialista y para los más fanáticos, por comunista. Pero puesto en el disparadero de definirse políticamente, como hombre inteligente y de buenas costumbres, giraba hacia la izquierda, muy simple e inocente: “cuando desaparezca el hambre, todo el mundo será dichoso y el espíritu humano atenderá a la gloriosa revolución de la vida, vivida en poesía”. Esa era su gran revolución.
 
   García Lorca amaba a los niños hasta emociones de lágrimas, para los que inventaba leyendas, escribía poemas y canciones y hasta humanizaba los títeres: “He tenido una infancia muy larga y de esa infancia prolongada me ha quedado esta alegría y optimismo inagotable… esta risa de hoy es mi risa de ayer, mi risa de infancia y de campo que la defenderé hasta la muerte”.
 
En su libro “Canciones” ( 1924 ) está la descripción minuciosa de su mundo imaginativo y múltiple con el trazo maestro de su vida, como niñez detenida.
 
   José González Carbahlo, poeta argentino, se refirió a García Lorca diciendo: “Ese niño monstruoso”. Tal era la imposibilidad de definirlo, pero en esas palabras reteníase su totalidad desconcertante, su descubrir y su inventar sin tregua. Y la palabra misma, transparente y oscura, densa o concreta, acreditaba su intuición aguda, su adivinación psicológica llamada Yerma o Bodas de Sangre o la Casa de Bernarda Alba y la Oda a Walt Whitman o Romancero Gitano, en donde lo lírico y lo narrativo, lo dramático y lo pintoresco, lo popular y lo culto, confluyen en una sola apretada corriente.
 
   Pongamos aquí nuevamente las palabras justas que definen su talento: “Ese niño monstruoso” que se permitía manejar con idéntica soltura ya el viento luctuoso de la desgracia, ya el vientecillo ligero y limpio que, apenas toca el agua, se levanta para refrescarnos la vida mientras otros buscan silencios de almohada.

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