Por Eugenio Lloret Orellana

 

Eugenio Lloret La política y el humor han tenido siempre relaciones turbulentas, nada conciliables. Sin embargo, el humor ha prevalecido en todas las épocas burlando la suspicacia de gobernantes malhumorados, de regímenes dictatoriales o autoritarios para convertirse en un sedante necesario y legítimo
   
   

 

La risa es propia del hombre, del hombre libre. Reír es dudar, es admitir que existen otras maneras de pensar y de vivir. El humor, que supone una autocrítica, es el rostro menos crispado de la desesperación. Es por esencia anti autoritario. Se burla de lo sagrado y ayuda a los prisioneros del sistema autoritario y populista a cobrar conciencia de su condición pasajera. Como sugirió Umberto Eco en El nombre de la rosa, la capacidad de reír a carcajadas, a mandíbula abierta, pone en jaque al fanatismo religioso y a todo fundamentalismo extremo; irrespetuosa del dogma, la risa es inadmisible.
 
En las sociedades libres el humor y la capacidad que tienen los ciudadanos para mofarse del poder y los poderosos ha funcionado en una doble dimensión: ha sido fármaco y ha significado un permanente reto al poder. El humor es expresión de la espiritualidad humana – los animales no ríen – y suele estar asociado a la inteligencia y cumple con las funciones del arte como una forma de la conciencia social. No solo la de divertir, sino de hacer catarsis, educar y advertir errores.
 
“La risa algo humillante siempre para quien lo motiva, es verdaderamente una especie de broma social pesada“, decía a finales del siglo XIX Henrí Bergson, quien vindicaba la aptitud de la risa para servir de corrector de los desmanes del poder y como una herramienta para evitar que los gobernantes persistieran en sus equivocaciones.
 
“La ausencia de humor entre los presidentes populistas se ha convertido en una tendencia grave“, señalaba recientemente una nota del periódico francés Le Monde, al referirse sobre las acciones de los gobiernos de Venezuela y Ecuador en contra de los caricaturistas Vladdo, de Colombia y Xavier Bonilla, de Ecuador.Otro enemigo sistemático del humor cuando es advertido en una caricatura política en la prensa escrita es la subjetividad. Expresar su subjetividad, manifestarla a 
 
 
 
 
 
su modo, según sus propias reglas, convertirla en una identidad, resulta algo intolerable para el populismo, cuya meta siempre ha sido uniformizar la sociedad, agruparla bajo sus banderas y excluir la más mínima manifestación de voluntad cuando se sabe que el populismo, por definición, es antagónico a la democracia, a las libertades y al pluralismo. Igual, a los adalides del totalitarismo no les gusta la caricatura política y desprecian a los que procuran establecer vínculos y aproximar puntos de vista divergentes.
 
Entonces, ¿habrá que callarse, replegarse y presenciar lo que ocurre sin reaccionar? El papel del intelectual consiste en buscar y encontrar nuevas pistas para el triunfo de la inteligencia, para el avance de las ideas de progreso y de libertad, actuar enfrentando a la alternativa de aceptar el desafío de la libertad – con la soledad y el riesgo que ella supone – o de refugiarse en solidaridades tranquilizadoras que ahogan a la vez su libre arbitrio y su miedo al futuro.
 
La política y el humor han tenido siempre relaciones turbulentas, nada conciliables. Sin embargo, el humor ha prevalecido en todas las épocas burlando la suspicacia de gobernantes malhumorados, de regímenes dictatoriales o autoritarios para convertirse en un sedante necesario y legítimo compatible con la democracia que no acepta ninguna ofensa a la tolerancia.
 
Asimismo, si las relaciones entre política y humor son un tema de candente actualidad, ello se debe ante todo a los progresos de la democracia, así como de la comunicación, pues gracias a ésta tenemos ahora el Facebook, el twitter, los memes que se difunden en las redes sociales, siempre a través de la internet en donde los blogueros hacen del humor una fiesta, y en ocasiones hasta agreden con demasiada brusquedad. Pero también se debe al hecho de que el humor en todas sus manifestaciones no tiene fronteras, y cada vez va acompañado de una gran dosis de inspiración para criticar y hacer reflexionar sin perturbar la armonía social.

 

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