Por Eugenio Lloret Orellana

 

Eugenio Lloret ¿Alguien ya les preguntó a los niños y adolescentes qué opinan sobre las leyes que supuestamente los protegen y si tienen algún tipo de participación en las políticas públicas?. Inabarcable, nunca concluida y siempre en proceso de reflexión será el tema de la niñez
   
   

 

Ecuador tiene un día – el 1 de junio – dedicado a los niños. Esforzarse por el bien del niño y por su felicidad, no sólo dentro de cada país sino en cada rincón de nuestro planeta, es una de las tareas más generosas. La preocupación por los niños, por su protección y por su situación forma parte integral de la lucha por el progreso, por una mejor comprensión y por la unidad entre los hombres comenzando por la familia, núcleo fundamental en donde se forjan y fomentan valores, conocimientos, sentimientos, conductas y demás patrones éticos que formarán la personalidad. 
 
La infancia es la inocencia del mundo; es la fuente nutricia en la que nuestras familias encuentran la energía y el coraje de emprender junto con la alegría de vivir. Asimismo, es en el asombro y en las preguntas del niño donde nace la voluntad de cambio sin lo cual nuestro mundo se endurecería al envejecer. El niño es la humanidad que viene, el mañana social, el estandarte, el corazón y el brazo que suplirá nuestro paso por la tierra y en él revivirán nuestros esfuerzos, y harán flamear en sus manos la bandera que soltaremos al caer.
 
Las preguntas de los niños son fuente de conocimiento, hay que incentivar sus inquietudes, su innata curiosidad y responderles con probidad y ternura, solo así, aprenderán a razonar correctamente hasta que estén en condiciones de distinguir, con lucidez, lo que mejora la condición humana y aquello que la degrada. Los niños son fuente de energía que solo dejan de actuar y hacer preguntas cuando se les acaba el combustible de la imaginación, cuando están completamente exhaustos o caen rendidos de sueño. Ellos, simplemente preguntan y actúan, mientras nosotros hemos dejado de pensar como niños o porque simplemente nos cuesta recuperar el niño que tenemos dentro.
 
Hoy, cuando transitamos una sociedad globalizada donde el saber circula a la velocidad que impone la tecnología de la información aplicada a todos los órdenes del quehacer diario, vemos, asimismo, cómo los niños se vuelven ajenos a nuestra empobrecida imaginación copiada de una literatura infantilista, no infantil en donde todo comienza con: “Había una vez…” Hoy el niño necesita que le escuchen, que disponga de mucho tiempo para ello y considere que el lenguaje y el diálogo reparador constituyen una gran aventura del espíritu y no meramente un instrumento para que el niño sea más obediente o, incluso, menos locuaz, tarea ausente en el medio familiar de hoy, donde los padres trabajan y dejan sus a los abuelos. Y qué decir de los hijos de los emigrados que a diario abofetean al país con su soledad y sufrimiento.
 
Más de cuatro millones de infantes son parte de la población ecuatoriana. Y el Día del Niño es la ocasión propicia para señalar las muchas cosas que los niños aportan a la vida de los adultos: imaginación, sensibilidad, capacidad de trabajo, de juego y de inventiva, y es, asimismo, el momento de celebrar su presencia en el gran carrusel de la vida en el que todos giramos.
 
La Declaración de los Derechos del Niño aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 20 de noviembre de 1959, cuyo correlato en nuestro país, la Constitución de 2008, propone al niño no como una víctima, sino como sujeto de derechos, cuya opinión debe ser escuchada y tomada en cuenta, según consta en sus artículos más importantes. Sin embargo, prácticamente no tienen ni voz ni voto en la orientación de sus vidas.

 

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