Ángel Pacífico Guerra
 
Hay ciertas actitudes increíbles de indolencia de autoridades, instituciones y ciudadanos de la “Atenas del Ecuador”, frente a la obligación de precautelar el bien ganado –y acaso perdido de alguna manera- prestigio cultural de Cuenca 
 
En abril de 2014 se denunció que del baúl que guardaba la corona de oro con la que se homenajeó al poeta, diplomático, rector universitario y patriota de consagrados méritos, Remigio Crespo Toral, había desaparecido ni más ni menos que esa misma corona, sin que se tuviera pista de los profanadores del bien patrimonial de la ciudad, ni siquiera una fecha aproximada de cuándo pudo cometerse el atraco. 
 
   Pasaron los días, las semanas, los meses y hasta un año, sin que nadie diera cuenta de las investigaciones sobre el robo, peor sobre acción alguna encaminada a recuperar la reliquia. El caso había llegado al olvido, como tantos hechos delictivos en perjuicio del bien común y sobre los cuales sería largo hacer memoria. 
 
   Pero en mayo del año en curso, por azares de la vida, aparecieron documentos que no solo abrían una pista para dar con el paradero de la corona, sino que confirmaban, con certificación notarial, el lugar al que habían ido a parar desde 1999. Lo curioso es que semejante “descubrimiento” –publicado en la revista AVANCE en mayo y junio- no ha interesado a ninguna autoridad, institución o persona de renombre cultural, para hacer lo que correspondiera hacerse, para recuperar el bien perdido. 
 
   Según los documentos irrefutables, la corona está, o deberá estar, en la comunidad de religiosos dominicos, cuyos representantes no han dicho una sola palabra sobre el caso, como no lo dijeron nunca a pesar del escándalo que se produjo al denunciarse la pérdida. ¿Por qué silenciaron tan devotamente tanto tiempo, permitiendo que surgieran rumores, comentarios, versiones y hasta chismes en torno a la desaparición, que no sería desaparición, de hallarse a buen recaudo bajo la protección de la Morenica del Rosario, cuya corona de oro y preciosas joyas, habrían permanecido también acaso siempre en ese baúl de los recuerdos, o más bien de los olvidos, puesto a custodia en las cajas de seguridad de un banco?  
 
   Semejante silencio, ya deberá ser roto, si no lo hacen los dominicanos, por la autoridad eclesiástica que está sobre ellos, el arzobispo de Cuenca. Según investigaciones hechas públicas, la corona fue donada a la Municipalidad por los familiares del poeta laureado. ¿Cómo fue a parar en el cofre de joyas de la Morenica? Alguna explicación deberán darla los que están en capacidad y obligación de hacerlo. Inclusive, no puede descartarse la posibilidad de que el tesoro de rico valor material y aún de más valioso precio cultural, hubiese sido donado por el poeta o sus familiares a la misma comunidad dominicana. Todo deberá probarse con certificaciones y documentos. 
 
   La Municipalidad de Cuenca, el Instituto Nacional de Patrimonio Cultural, la Casa de la Cultura, la Universidad de Cuenca, los medios de comunicación que tanto dieron cuenta de la pérdida de la corona, deberían también romper el silencio sobre tan procupante caso que afecta al prestigio y tradición cultural de la ciudad Patrimonio Cultural de la Humanidad. Según últimas informaciones, el baúl de tesoros estaría encargado al Banco del Austro y, aún más, la comunidad dominicana pagaría 120 dólares semestrales –incluido el IVA- por arrendar el espacio de seguridad donde se encuentra. 
 
   La Fiscalía al parecer es la institución que sabe menos de lo que tienen conocimiento los periodistas de AVANCE sobre este caso. ¿Habrá también que investigar a la Fiscalía?.

Suscríbase

Suscríbase y reciba nuestras ediciones impresas en su oficina o domicilio llamando al 0984559424

Publicidad

Promocione su empresa en nuestras ediciones impresas llamando al 0999296233