Por Eliécer Cárdenas

 

Eliécer Cárdenas
No basta el poder cuando el malestar, el descontento acumulado no encuentran otros canales que las calles y plazas para expresarse, al igual que un recipiente herméticamente sellado estalla cuando sus vapores no hallan salida. Esta verdadera “olla de presión” en que se ha convertido la vida política nacional… 

 

El diálogo como posible solución a las crisis, es una fórmula tan antigua como la propia humanidad, pero a pesar de que se trata de un recurso perpetuamente invocado, pocas veces surte efecto. Los tratados, los acuerdos y protocolos que entre las naciones suelen ser los resultados de largos diálogos entre estados, solamente se cumplen efectivamente cuando existe el recurso potencial de las armas, caso contrario son “letra muerta”” y no pocos países –entre ellos el nuestro- han sido víctimas de atropellos de sus vecinos, no por no dialogar sino por carecer de fuerzas equiparables a las adversarias.
   Trasladado el recurso del diálogo a la política interna, éste surgió en el actual panorama político y social como una apelación racional y razonable que sustituya por las conversaciones el clima de plantones y enfrentamientos que han tenido a la defensiva a un gobierno poco susceptible a condescender con sus adversarios, cuando ha tenido reunidos los poderes en sus manos y entones no resultaba necesario dialogar, cuando podía usar su hegemonía poco menos que absoluta para imponer sus leyes y sus estrategias.
   Pero no basta el poder cuando el malestar, el descontento acumulado no encuentran otros canales que las calles y plazas para expresarse, al igual que un recipiente herméticamente sellado estalla cuando sus vapores no hallan salida. Esta verdadera “olla de presión” en que se ha convertido la vida política nacional, paradójicamente por culpa de la que parecería la principal fortaleza de la “Revolución Ciudadana” es decir su incontrastable hegemonía en el Gobierno, Parlamento, Cortes de Justicia, Función de Control Social y Transparencia y Función Electoral, precisamente fue la hermética cobertura que en estos casi nueve años ha impedido que el flujo  
 
democrático normal discurra por los cauces previstos, y al no encontrarlos, sindicalistas y movimientos sociales, maestros y empresarios, profesionales y jubilados, han desembocado en el espacio común de la protesta pública, aunque sus agendas son diversas.
   El Gobierno Nacional en su invocación a dialogar, excluyó expresamente a los “golpistas” y los “desestabilizadores”, pero resulta que es él quien califica en tales ilícitas categorías a quienes los considera golpistas o desestabilizadores, con lo cual el diálogo pasa por una calificación de idoneidad previa, siendo uno de los dialogantes, el Gobierno, quien otorga el certificado, por así decirlo, de idoneidad para dialogar. De esta forma, el recurso del diálogo resulta de antemano trucado por el poder, porque implícitamente han quedado excluidos como “desestabilizadores y golpistas” los maestros de la UNE, los estudiantes de las directivas de la FEUE no controladas por el régimen, los movimientos indígenas y campesinos que no están de acuerdo con el gobierno y por supuesto dirigentes de partidos y movimientos opositores, casi sin excepción tildados de “conspiradores” para engendrar un “golpe blando” en el Ecuador.
   Con tantos discrímenes para el diálogo, es poco probable que éste tenga los efectos de arribar a consensos y apaciguar el encrespado panorama social y político que el gobierno quiere a toda costa aplacar, cuando precisamente ingresa a la recta final de su actual mandato, en tanto la famosa enmienda que le otorgaría la posibilidad de una reelección indefinida puede volverse, si se aprueba, un incendio voraz que atizaría más aún el agitado panorama.
   Dialogar como estrategia para ”quemar tiempo” y adormecer el malestar social, puede ser un parche temporal, a lo sumo, mientras el verdadero ”diálogo” será con los votos, en las urnas de 2017.

 

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