El Día del Trabajo se conmemora en el Ecuador bajo el efecto aún conmovedor del terremoto en los pueblos de la Costa y ante temerosas incertidumbres por el presente y el futuro del país sumergido en una gravísima crisis económica

El 1 de mayo es el Día Universal del Trabajo en homenaje a los mártires de Chicago, obreros ejecutados en la horca o condenados a prisión, por reclamar a los patronos la jornada laboral de ocho horas.

   El movimiento fue la reacción contra la explotación patronal en los comienzos de la revolución industrial en los Estados Unidos. Los históricos episodios que revolucionaron las relaciones obrero patronales en el mundo, ocurrieron en mayo de 1886 y vale refrescarlos en este mes.

   El 1 de mayo 200 mil trabajadores paralizaron sus actividades para pedir jornadas de ocho horas, ocho para la familia y ocho para el sueño. La aspiración fue combatida por los medios de comunicación: “Las huelgas para obligar al cumplimiento de las ocho horas pueden hacer mucho para paralizar nuestra industria, disminuir el comercio y frenar la renaciente prosperidad de nuestra nación, pero no lograrán su objetivo”, decía el New York Times.

   El diario Philadelphia Telegram acusaba: “El elemento laboral ha sido picado por una especie de tarántula universal y se ha vuelto loco de remate: piensa precisamente en estos momentos en iniciar una huelga por el logro del sistema de ocho horas”.

   El Indianápolis Journal acusaba: “Los desfiles callejeros, las banderas rojas, las fogosas arengas de truhanes y demagogos que viven de los impuestos de hombres honestos pero engañados, las huelgas y amenazas de violencia, señalan la iniciación del movimiento”.

   El poder laboral había surgido para llegar hasta las últimas consecuencias. El 2 de mayo la policía disolvió una marcha de 50 mil obreros y al otro día hubo una concentración frente a  la fábrica de maquinaria agrícola McConmik. Cuando el dirigente August Spies arengaba a la multitud desde una tribuna sonó una sirena y una marcha de rompehuelgas irrumpió en escena, entablándose feroz pelea entre los dos bandos. La policía hizo disparos que causaron seis muertos y decenas de heridos.

La invitación a la marcha del 3 de mayo de 1866

   El periodista Adolf Fischer difundió luego una proclama y convocó a una gran protesta para el día 4 en la plaza Haymarket, donde alrededor de 20 mil obreros fueron reprimidos por la fuerza pública. La explosión de una bomba mató  a un policía y dejó varios heridos.
  Las autoridades decretaron el estado de sitio y cientos de trabajadores fueron detenidos, ocho de ellos acusados de promover la insubordinación: Louis Lingg, George Engel, Adolph Fischer, August Spies y Albert Parsons fueron condenados a la horca; Samuel Fielden y Michael Schwab a prisión perpetua y, Oscar Neebe, a 15 años de trabajos forzados.

Este fue el grupo de Los Mártires de Chicago, cuyo sacrificio no fue en vano: la jornada de ocho horas se impuso, poco a poco, en todos los pueblos del planeta y el 1 de mayo se consolidó como el Día Universal del Trabajo, fecha de grandes movilizaciones reivindicatorias de los obreros del mundo. Estados Unidos y Canadá fijaron el primer lunes de septiembre como el Día del Trabajo y el Papa Pío XII en 1954 instituyó el 1 de mayo como el Día de San José Obrero.

 

 

La fortaleza de los obreros que no temieron a la horca

Los cabecillas de las revueltas de mayo fueron sometidos a un proceso judicial en el que poco pudieron defenderse, ante las violaciones legales para imponérseles, a toda costa, las más drásticas sanciones

Los procesados no se retractaron de sus convicciones socialistas y de su militancia en organizaciones anárquicas. Del 21 de junio de 1886 al 11 de noviembre de 1887 duró el juicio que tenía un objetivo expreso: la muerte de los cinco principales líderes laborales y la prisión para los otros tres.

Hasta el momento de subir al cadalso el 11 de noviembre, los sentenciados proclamaron su inocencia, seguros de que su sangre traería grandes conquistas para los trabajadores del mundo en el futuro. No solo que no se intimidaron ante la inminencia de su suerte fatal, sino que repetidamente proclamaron con firmeza sus principios revolucionarios, a través de comunicados y cartas que legaron a la posteridad.

   “La sociedad actual sólo vive por medio de la represión, y nosotros hemos aconsejado una revolución social de los trabajadores contra este sistema de fuerza. Si voy a ser ahorcado por mis ideas anarquistas, está bien: mátenme”, dijo Parsons a los juzgadores, a los que se entregó a pesar de no haber estado en los actos de violencia, por solidaridad con los compañeros.

   “No es por un crimen por lo que nos condenan a muerte, es por lo que aquí se ha dicho en todos los tonos. Nos condenan a muerte por la anarquía, y puesto que se nos condena por nuestros principios, yo grito bien fuerte: ¡soy anarquista! Los desprecio, desprecio su orden, sus leyes, su fuerza, su autoridad. ¡Ahórquenme!, gritó Louis Lingg.

   “Solamente tengo que protestar contra la pena de muerte que me imponen porque no he cometido crimen alguno… pero si he de ser ahorcado por profesar mis ideas anarquistas, por mi amor a la libertad, a la igualdad y a la fraternidad, entonces no tengo inconveniente. Lo digo bien alto: dispongan de mi vida!, exclamó Adolf Fischer.

   Oscar Neebe, a quien conmutaron la pena de muerte con 15 años de trabajos forzados, reclamó: “Tengo familia, tengo hijos y si saben que su padre ha muerto lo llorarán y recogerán su cuerpo para enterrarlo. Ellos podrán visitar su tumba, pero no podrán en caso contrario entrar en el presidio para besar a un condenado por un delito que no ha cometido. Esto es todo lo que tengo que decir. Yo os suplico, dejadme participar de la suerte de mis compañeros. ¡Ahorcadme con ellos”!

El fiscal Cook Country habría insinuado que sólo se sentenciara a muerte a Augusto Spies, a quien se adjudicaba la bomba en la marcha del 3 de mayo. Él pidió también que se les liberara de la condena a los compañeros : “No necesito protestar de mi inocencia, -dijo. Dejo al juicio de la historia el cuidado de rehabilitarme. Pero os pregunto: si hay necesidad de sangre, ¿no os basta la mía?… En nombre de las tradiciones de esta nación os aconsejo que no autoricéis el asesinato de siete hombres cuyo único crimen consiste en la convicción de sus ideas y en sus trabajos, que más que a ellos han de aprovechar a la futura generación. Y si el asesinato legal es necesario, contentaos con uno, y pueda mi sola sangre apagar vuestra sed”.

   El alemán Michael Schwab, educado en un convento y luego encuadernador, dijo: “No hay secreto alguno en nuestra propaganda. Anunciamos de palabra y por escrito una próxima revolución, un cambio en el sistema de producción de todos los países industriales del mundo; y ese cambio viene, ese cambio no puede menos que llegar… Tal es lo que el socialismo se propone. Hay quien dice que no es americano. ¿Será americano dejar al pueblo en la ignorancia, será americano explotar y robar al pobre, será americano fomentar la miseria y el crimen…?”.


   En una carta al Gobernador de Illinois, George Engel, condenado a muerte por quien otros intercedían para que le conmutaran la pena con prisión perpetua, decía: “Yo protesto contra este acto, fundándome en mi plena inocencia; un inocente no tiene por qué pedir perdón… y como hombre primero y como ciudadano después, he hecho uso del derecho constitucional para dar a conocer a mis conciudadanos la opinión que tengo formada acerca del organismo social moderno y los medios que creo prudentes poner en práctica para transformar esa organización viciosa e injusta… Yo, en nombre de los fueros de la humanidad protesto contra la petición de clemencia, porque mi conciencia tranquila e inalterable me dice que no la necesito”.

   A Fielden y Schwab se les conmutó la pena de muerte por la prisión perpetua y en víspera de las ejecuciones expresaron su tristeza por no ser ejecutados con sus compañeros. Días antes, en una carta al Gobernador de Illinois le decían: “Siempre hemos trabajado por elevar la dignidad humana y por suprimir todo lo que en la sociedad actual conduce al crimen…Estaremos equivocados en nuestras apreciaciones y talvez amemos a la humanidad con poca inteligencia, pero la amamos. Si la propaganda de nuestras ideas ha llevado al pueblo al convencimiento de que sólo por la fuerza podrá conseguir reformas en la actual organización social, nosotros lo lamentamos, pero no es culpa nuestra, sino de la sociedad, que se muestra sorda a las justas quejas de los oprimidos”.

   Las ejecuciones estaban previstas para el 11 de noviembre al medio día. Tres días antes, Engel tomó el veneno que le facilitó la esposa, más que para acortarle el sufrimiento para que no muriera a manos de los tiranos, pero los carceleros le salvaron con eméticos, para que cumpliera la ley en la horca.

   Lingg, la víspera de la ejecución, prendió un cigarrillo e hizo explosionar una cápsula de fulminato de mercurio. Los vigilantes le encontraron agonizante, con el cuerpo destrozado, pero expiró cinco horas más tarde por su voluntad, sin someterse a la venganza de quienes lo condenaron.

   Cuando faltaban cinco minutos para el medio día del 11, Spies, Parsons, Engel y Fischer cantaban La Marsellesa mientras eran conducidos al patíbulo. Y todavía tuvieron la fortaleza de gritar proclamas libertarias y de condena a los tiranos: “Nuestro silencio será más poderoso que nuestras voces que hoy sofocan con la muerte”, fue lo último que dijo Spies.

   José Martí, que se desempeñaba como Corresponsal del diario La Nación de Buenos Aires, esbozó en pocas palabras la valentía con la que los condenados a muerte se fueron al cadalso:

   “Se dan la mano, sonríen. Les leen la sentencia, les sujetan las manos por la espalda con esposas, les ciñen los brazos al cuerpo con una faja de cuero y les ponen una mortaja blanca como la túnica de los catecúmenos cristianos. Abajo está la concurrencia, sentada en hilera de sillas delante del cadalso como en un teatro…

   “Firmeza en el rostro de Fischer, plegaria en el de Spies, orgullo en el de Parsons, Engel hace un chiste a propósito de su capucha, Spies grita: la voz que vais a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera yo decir ahora. Les bajan las capuchas, luego una seña, un ruido, la trampa cede, los cuatro cuerpos caen y se balancean en una danza espantable…”

 

 

 

Ilustración con los condenados a muerte esperando la ejecución en la horca

 

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