No se dio otra Cuba, pero en  América Latina al compás de su oratoria la historia se aceleró, hubo cuotas de sangre, de sacrificios, batallas perdidas, e inclusive populismos que dijeron identificarse con la Revolución 

Cubana en contradictorios procesos a nombre de un “Socialismo del Siglo Veintiuno”
 
El reciente fallecimiento de Fidel Castro, el líder histórico de la Revolución Cubana, sin duda ha provocado toda clase de reacciones, desde las lamentaciones y los pésames por la desaparición de una figura, que con las de Mao, Lenin, Ho Chih Minh, formó parte indiscutible de la constelación de jefes de la Revolución que trató de conducir al Planeta al Socialismo. Para otros, se trataría del fallecimiento de un “tirano longevo”, culpable de gruesas violaciones a los derechos humanos y que no merecería piedad su memoria.
 
   Estas visiones no anulan por cierto la dimensión humana de un líder que fue por décadas el norte y el icono de millares de jóvenes que intentaron no el pedestre “Sueño Americano” del éxito individual y su confort, sino convertir a los Andes en una “inmensa Sierra Maestra”. A lo largo y lo ancho del Continente, estos jóvenes derramaron su sangre, se sacrificaron por un ideal que hoy a los desencantados y maduros testigos de aquella época puede parecerles ingenuo y a la postre inútil, pero que tuvo el efecto de despertar a una América Latina sumida en el atraso, la injusticia, la marginación de campesinos, indígenas, desempleados, obreros, que sacudieron su conformismo y “echaron a andar”, como rezaba el texto de la Primera Declaración de La Habana.
 
  Hasta por rebote, Castro y la Revolución Cubana tuvieron el efecto de preocupar al Departamento de Estado Norteamericano que lanzó su célebre “Alianza para el progreso” y se empeñó porque las arcaicas estructuras semifeudales latinoamericanas hicieran ciertas reformas para impedir “otra Cuba”. No se dio por supuesto ninguna otra Cuba, pero en  América Latina al compás de la oratoria de Fidel la historia se aceleró, hubo cuotas de sangre, de sacrificios. De batallas perdidas, e inclusive en estos últimos paradójicos años, de regímenes populistas que dijeron identificarse con la Revolución Cubana para sus contradictorios procesos a nombre de un “Socialismo del Siglo Veintiuno”, que ha tenido el mal efecto de un nuevo desprestigio a la idea socialista, que no puede ser sino hacia la libertad humana, sin coacciones, burocratismo y trabas.
 
   La hechura de Fidel Castro y el grupo de jóvenes que lo acompañó en el yate “Granma” para desembarcar en Cuba como una pequeña y débil guerrilla, es decir la Cuba de Fidel, ha sufrido los estragos de la historia. Implacable con sus actores, por obra de una serie de factores. En primer lugar el férreo bloqueo norteamericano, que hizo de la valerosa isla una fortaleza bloqueada por sesenta años, un ideal asediado por los avatares de un proceso que comenzó con idealismo, esfuerzo, trabajo voluntario, recompensas morales, como lo intentó el Che, pero que se volvió una burocracia que de hecho cometió injusticias, que fusiló, que metió en la cárcel a miles de opositores, pero que en su travesía por la historia, fue de hecho infinitamente más decente que las satrapías a lo Pinochet o Videla, o los gobiernos sujetos al neoliberalismo y las recetas washingtonianas.
 
   El balance del paso de Fidel por el mundo no puede ser unilateral ni unívoco. Queda la aureola de un hombre gigante del Siglo Veinte, en una época en la cual, hoy los liderazgos de tamaño escasean entre la gris mediocridad o el cinismo.
 
 
 
 

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