Por Eliécer Cárdenas

 

Eliécer Cárdenas
La equidad de género prescribe, teóricamente que, por ejemplo en la conducción de la Asamblea, hubiera un varón, una fémina y un medio varón y media fémina, en la Presidencia y en las dos vicepresidencias del Parlamento, a fin de hallarse a tono con las conquistas y reivindicaciones de paridad

 

La Asamblea Nacional confirmó el matriarcado en su dirección. En efecto, Gabriela Rivadeneira, Rosana Alvarado y Marcela Aguinaga fueron nuevamente ungidas en la Presidencia y las dos Vicepresidencias del organismo, no sin antes solicitar la “bendición” del líder máximo de PAIS y su respectiva bancada, el Jefe de Estado, quien al parecer se halló conforme con el desempeño del triunvirato femenino y por sobre la equidad de género que se supone debe existir en todo organismo, ratificó la hegemonía del antes llamado “sexo débil” o “bello sexo” en la conducción del Parlamento.
 
   La equidad de género prescribe, teóricamente que, por ejemplo en la conducción de la Asamblea hubiera un varón, una fémina y un medio varón y media fémina, respectivamente, en la Presidencia y las dos vicepresidencias del Parlamento, a fin de hallarse a tono con las conquistas y reivindicaciones de paridad. En cuanto a ello, la política, sin embargo, tiene sus razones que la equidad de género desconoce, y por lo tanto nuevamente las mejores asambleístas vuelven a tomar las riendas de la Función Legislativa, se supone que con el beneplácito de la totalidad de la bancada de PAIS, y si hubo algún conato de disidencia, el llamado “juramento de lealtad” más la férrea disciplina impuesta desde arriba, desanimó seguramente cualquier veleidad disidente.
 
   La Asamblea Nacional entra a su “segundo tiempo” quizá el más difícil, en tanto que en los próximos meses deberá aprobar las denominadas enmiendas a la Constitución de Montecristi. Teóricamente el camino está allanado, desbrozado de las malezas que pudieron dificultar la constitucionalidad del trascendental paso de volver eterno el ejercicio, no solo del poder del estado, sino de los poderes menores y micro-poderes de las alcaldías, prefecturas, juntas parroquiales , y eternizar a los parlamentarios. Teóricamente, puesto que para que ese 
 
sueño de perennidad política se plasme, el soberano debe decidir si se quedan o no. En todo caso, el camino aún se presenta lleno de obstáculos para una reelección indefinida, en tanto, de acuerdo a sondeos, una mayoría de la población se mostraría contraria a que esas enmiendas, sobre todo la “estrella” de éstas, la reelección indefinida, pasen “de agache” mediante el consabido voto de la mayoría oficialista, y ya que el pueblo suele ser “intuitivo” como decía el cinco veces presidente José María Velasco Ibarra, de alguna manera barrunta o intuye que ese cambio constitucional debió ser sometido a su voluntad en las urnas, y no por los atajos concedidos por la Corte Constitucional, de una mera enmienda. 
 
   La impopularidad de ese cambio se halla implícita a través de los sondeos y por lo tanto quién quita que, a la hora de las votaciones reeleccionistas, muchos queden chasqueados al no recibir aquel favor ciudadano que permitiese la permanencia en las funciones a legisladoras o legisladores, donde las mujeres han jugado un papel menos opaco y mediocre que sus congéneres del “sexo fuerte” que no han dado brillo, salvo un par de excepciones, sino opacidad y rutina, en tanto los roles protagónicos se los han llevado las parlamentarias, con Gabriela, Rosana y Marcela a la cabeza, en un equipo de las “Tres Mosqueteras” que a la consigna de “Una para todas y todas para una” reemplazaron la tradicional hegemonía masculina parlamentaria, cuyo último ejemplar fue el “Corcho” Cordero, hoy convertido en un “Mariscal de Campo” en el Ministerio de Defensa.
 
   Las mujeres en el poder, es la consigna. Solamente falta la “perla de la corona” para que completen sus aspiraciones, la Presidencia de la República, hoy por hoy sin una aspirante femenina al poder, que no ha tenido una titular desde el más que efímero paso de Rosalía Arteaga por el Solio de García Moreno, Alfaro y Rafael Correa.

 

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