Por Julio Carpio Vintimilla

 

      ¿Y, entonces, que? Pues, ante todo, que no hay que convertir a las figuras en figurones. Y, luego, que las personas, los grupos y los pueblos deben saber asumir y asimilar su pasado. Y que hay que ponerse, con él, en paz y a salvo; hacer bien las cuentas, para que nos cobre lo justo… Y que hay que preparar el futuro…                         
 

 
 
Marcelo Chiriboga -- cuencano, ganador del Premio Cervantes -- fue el único escritor ecuatoriano que logró integrarse en el muy exclusivo círculo del Boom Latinoamericano. Con muchísimos méritos: Se lo ha considerado, incluso, superior a Cortázar y a Borges… ¿Qué tal? / Ante esta mención, usted quizás exclamará: ¡Pero como! Nunca hemos oído hablar de semejante personaje… Bueno, un momento. Los enterados de todo lo entero y enterizo ya sabían, hace un tiempo considerable, que Don Marcelo había nacido, crecido y perecido dentro de ciertas mentes imaginativas y traviesas; y que su recuerdo vaga, y se va perdiendo, en el limbo del papel impreso. En otras palabras, que él es, nada más y nada menos, lo que usted dijo: un personaje… literario… Fue creado por el chileno José Donoso; creció bajo la protección del mexicano Carlos Fuentes; y fue transformado -- a gusto, placer y dolor -- por nuestro compatriota Diego Cornejo Menacho. (El autor de LAS SEGUNDAS CRIATURAS.) Entonces, ¿estamos hablando de una cosa más bien artificiosa e intrascendente? No lo crea; no tanto…
 
   Hay quienes han pensado --  en primeras y superficiales consideraciones -- que, con esto, se le estaba tomando el pelo al país. (El que no pudo -- como Venezuela y otros países centroamericanos y caribeños -- participar en el más grande y famoso acontecimiento de las letras de nuestra región.) Susceptibilidad…Expectativa gratuita y desmedida: ¿Cómo la potencia cultural de B. Carrión no había sido capaz de producir un escritor de dimensión latinoamericana?  Cosa de ese complejo de inferioridad nacional, que todavía no logramos superar… Bueno, que sea lo que sea o lo que haya sido. / Nosotros creemos, en cambio, que el postizo invento es, más bien, una especie de autocrítica -- bastante dura y amarga -- del mismo Boom. (Palabra inglesa que significa estruendo, auge, embate; y que -- al igual que aquella denominación de realismo mágico -- es, para el caso, un concepto de dudoso valor.) Así, pues, Marcelo Chiriboga sería la personificación, patética, de las ocultas debilidades y las pequeñas miserias de los integrantes del dicho círculo. Punto cerrado. Y vamos a otro.
 
Nuestra intelectualidad, en general, sigue siendo socialista, socialistoide o, hasta, populista. En parte, una muy mala herencia de la meritoria literatura social de los treintas y cuarentas…
   Para seguir, tendremos que establecer, aquí, un paralelo necesario: el pertinente caso argentino. Cuando Witold  Gombrowicz dejaba definitivamente Buenos Aires, uno de sus amigos le preguntó: ¿Hay alguna forma de que nuestra literatura avance y se supere? El respetado escritor polaco le respondió, sin vacilar: La hay. ¡Maten a Borges! Y el diagnóstico implícito -- ¡Liquiden ya el pasado! -- se daba nada menos que en la Argentina… Y -- aunque usted no lo crea -- en las últimas palabras, no hay el consabido  orgullo austral; y sí hay una neta objetividad. En la constante decadencia de este buen país, sólo dos actividades se han salvado milagrosamente y aún prosperan: las artes, incluida la literatura, y el deporte. Valga decir: un buen espíritu social y el físico vigoroso. (Caray… ¿Y eso, clásico, de la mente sana en el cuerpo sano? No viene al caso ahora. No lo revolvamos… Y, de pasada, para notar: Nos hemos topado, otra vez, con una de aquellas casi increíbles paradojas de la tierra gaucha.) Adelante.
 
   Bien, en el Ecuador, no sólo hay que matar a un gran padre. Hay que matar a unos cuantos de la clase: padres, padrecitos o padrastros. El primero es Montalvo; inspirador -- ¡todavía! -- de un buen número de intelectuales pequeños y de una verdadera manga de intelectualoides. Hay, al respecto, una anécdota de Pablo Palacio. Cuando éste llegó a Quito, se integró, o lo integraron, a un grupo literario que se denominaba LOS AMIGOS DE MONTALVO. El muy original lojano asistió, unas cuantas veces, a las correspondientes reuniones. Pero un día, dejó de ir. La razón: Yo no soy -- dijo -- amigo de ese señor… La implicación resulta suficientemente clara. No añadamos nada. 
 
Pero ocurre que el mismísimo Palacio -- tan creativo y escueto como Rulfo y tan distinto del ambateño -- también debe ser matado. (No a puntapiés, por supuesto; sino con anestesia general y con un puñal de oro; como su auténtico valor demanda y exige.) ¿Y por qué? Pues, porque, en nuestro desierto literario, Palacio sigue produciendo unos reiterativos y dañinos espejismos; que secan los cerebros… Y eso no debe continuar. Y César Dávila Andrade -- otra figura tan importante y tan meritoria como Palacio -- está necesitando, igualmente, un entierro de primera. Y, por otra parte, hay una eficaz forma de matar a Benjamín Carrión: olvidarlo ya; y buscar, luego, a quienes sean capaces de sacar su fantasma de las ruinas y telarañas de su Casa de la Cultura. Y, por fin, a Agustín Cueva Dávila y a Bolívar Echeverría basta con mencionarlos. No hace falta más. Y terminemos aquí este punto; para no parecer demasiado crueles y perversos.
 
   Y hay, también, otros puntos tan importantes como el último; los mismos que redondearán la solución del problema. Pero cada uno de ellos puede volverse, inconvenientemente, un cuento bastante largo. Por tal razón, ahora, sólo los resumiremos. Uno. Nuestra intelectualidad, en general, sigue siendo socialista, socialistoide o, hasta, populista. En parte, una muy mala herencia de la meritoria literatura social de los treintas y cuarentas… El Boom, en cambio, -- para su honra -- fue una superación de tal estrechez y parcialidad. (El único socialista del círculo fue Gabriel García Márquez; pero su obra apenas roza dicha aledaña ideología personal. Con Sábato, ocurrió algo parecido. Y el tardío y fugaz coqueteo cubano de Cortázar fue nada más que un disparate de su cincuentena…) De hecho, la militancia de Neruda, o el realismo socialista, eran cosas que, a los integrantes del círculo, -- sensatos y buenos estetas al fin y al cabo -- les producían vergüenza ajena. Dos. El Ecuador -- lo hemos dicho en otra oportunidad -- es un país provinciano. Y, por ello, una tarea pendiente de su intelectualidad es salir del agujero localista; un agujero profundo, al fondo del cual el sol llega únicamente en el par de días de los equinoccios. Tres. Nuestra intelectualidad, igualmente en general, es mediocre; el resultado de la vieja y pobre educación liberal y de la siguiente politización socialista de las universidades. Y el jardín de la mediocridad nacional no es costeño: verde y variopinto; es tristemente paramero: pajizo y pardusco. (Nótese aquí que, -- para ubicarse en la aldea global de la cultura; que eso fue básicamente lo que hizo el Boom -- sus integrantes debieron ser superiormente educados: polifacéticos, políglotas, empeñosos, esmerados, amplios de miras, cosmopolitas, refinados… Borges, Cortázar, Sábato, Fuentes, Paz, Vargas Llosa…) Y, en este punto, el problema literario ya llegó, a saltos grandes y seguidos, a la problemática general del país. 
 
     ¿Y, entonces, que? Pues, ante todo, que no hay que convertir a las figuras en figurones. Y, luego, que las personas, los grupos y los pueblos deben saber asumir y asimilar su pasado. Y que hay que ponerse, con él, en paz y a salvo; hacer bien las cuentas, para que nos cobre lo justo… Y que hay que preparar el futuro… Eso era lo que Gombrowicz quería decir, más precisamente, con su metáfora asesina; y, en el fondo, tan candorosa e inofensiva. Y, por nuestra parte, -- antes del punto final -- tendremos que darle razón a una ocurrencia popular: Si  alguien sufre de cáncer, lo más adecuado que puede hacer es irse a vivir al Ecuador; porque allá todo llega con treinta y más años de atraso. Calza bien en el tema. Y, siendo así, señoras y señores, no hay que admirarse de que nosotros no hayamos llegado, en su momento, al Boom; tampoco, en realidad y en rigor, éste acaba de llegarnos todavía.
 

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