Por Eliécer Cárdenas

 

Eliécer Cárdenas

Hubo también episodios melodramáticos como el proceso contra una simpática activista de nacionalidad franco-brasileña, “compañera sentimental” de un conocido líder de los movimientos indígenas, quien no reprimió las lágrimas, verdaderamente románticas o con trasfondo político

 

El pasado mes de agosto fue volcánico  en varios sentidos para el país. Por un lado, la marcha indígena que desde Zamora Chinchipe llegó a la Capital de la República, donde confluyó con el paro de las centrales sindicales y otros colectivos como los médicos, magisterio y jubilados, y la erupción del volcán Cotopaxi que despierta cada ciento y pico de años, y puso en alerta a las poblaciones circundantes por la caída de gruesas capas de ceniza, circunstancia que le vino como anillo al dedo al Gobierno, que de inmediato decretó el estado de excepción no solamente para las áreas proclives a lahares y caída de ceniza, sino para todo e territorio nacional, lo cual fue interpretado por los sectores de oposición como un intento gubernamental de usar el estado de excepción no solo con fines previstos por los vulcanólogos y los organismos de socorro.

   Las marchas indígenas opacaron el paro sindical, casi desapercibido. Las huestes de la CONAIE y Pachakutik, con el auxilio de estudiantes y elementos que cubrían sus rostros, pusieron en jaque a la Policía en la Capital de la República, bloquearon de manera intermitente vías en el país, y en la amazonía secuestraron militares, sitiaron la Gobernación de Morona, y enarbolaron sus lanzas de chonta como en los mejores tiempos de los levantamientos indígenas contra la llamada “Partidocracia”.

   Hubo también episodios melodramáticos como el proceso contra una simpática activista de nacionalidad franco-brasileña o brasilera-francesa, quien había sido “compañera sentimental”, como se estila decir ahora, de un conocido líder de los movimientos indígenas, quien no reprimió las lágrimas, verdaderamente románticas o con trasfondo político, cuando miraba a su 

 

compañera tras los ventanales de un hotel capitalino, antesala para deportaciones de extranjeras o extranjeros indeseables. Pero la franco-brasilera dejó con un palmo de narices a quienes esperaban construir una historia épica, política y romántica, cuando tras la negativa de una jueza a tramitar su deportación, anunció que se iba del Ecuador plurinacional porque aquí no se sentía segura.

   Entretanto, el Cotopaxi, respetable elevación volcánica, no deja de asustar a la población de varias provincias, incluida la Capital de la República, epicentro perpetuo de los sismos sociales donde no se sabe si el régimen de la “Revolución Ciudadana” teme más a los estruendos del Cotopaxi o a los estremecimientos de los movimientos sociales y los partidos políticos de oposición, para los cuales la invitación a dialogar no ha sido sino un ardid de los que acostumbra el Gobierno, según ellos, y poner cortinas de humo a sus designios inamovibles, entre los cuales figura con estrellato la famosa enmienda constitucional que volverá al Jefe de Estado reelegible de manera indefinida, napoleonismo que enerva los ánimos de los sectores sociales de izquierda y derecha, unidos en una cosa: que el economista Rafael Correa no tenga posibilidad de ser reelecto en los próximos y progresivamente cercanos comicios.

   Pero hay otro sismo, que si bien un tanto desapercibido por los otros, puede a la corta o a la larga resultar peor: el económico, con un estado acostumbrado a gastar “a lo rico” y que ahora carece de dinero hasta para los gastos más apremiantes. Díganlo si no las carreteras azuayas en lamentable estado, mientras el titular del MTOP hace verdaderos malabares para no confesar lo que sabe todo el mundo, es decir que no hay dinero para parchar unas vías. Inopia oficial en tiempos peligrosos de cercanía a elecciones.

 

Suscríbase

Suscríbase y reciba nuestras ediciones impresas en su oficina o domicilio llamando al 0984559424

Publicidad

Promocione su empresa en nuestras ediciones impresas llamando al 0999296233