Por Julio Carpio Vintimilla

 

 ¿La Ley de Cultura podrá arreglar esta problemática?  De ninguna manera… Con este  intento, caemos, otra vez, en la ingenua ilusión jurídica: Donde hay un problema, se debe legislar… ¡No, señor!  Donde hay un problema, se lo debe estudiar; y, luego, hacer un buen proyecto, para resolverlo. Y una vez que tengamos un nuevo ente o un nuevo sistema completo deberemos preparar la ley que corresponda
 
 
 
 
 
Fausto Sánchez Valdivieso -- con su voz educada y agradable --  anunciaba el concierto del mediodía. Y, enseguida, el nuevo equipo TELEFUNKEN -- al que la gente local había llamado El Árbol de la Música -- empezó a desgranar sus notas. (Las 12 horas, de una fecha cualquiera del año 1962; Parque Calderón, de Cuenca, Ecuador.) Unas decenas de personas -- entre ellas, el doctor Francisco Estrella Carrión y quién esto escribe -- paseaban y charlaban por los caminos de la plaza. Recordamos, con detalles, aquella conversación. Y la resumiremos. / ¿Esto es todo lo que hace la Casa de la Cultura?/  Hombre, hay algo más; pero no mucho… / La Voz del Tomebamba y  Ondas Azuayas tienen, también, sus conciertos de música clásica, en estos mismos momentos… Y, por supuesto, llegan a más gente. Para no hablar de la HCJB, -- de los protestantes de Quito -- que llega, por lo menos, a toda Sudamérica. / Muy cierto…/ ¿Qué ocurre? ¿La Casa de la Cultura no pasa de ser sino eso: una casa…? / Un caserón, hombre… / Y -- en este verso pobre -- ¿caserón no rima con cascarón…? / Prescindiré de tu rima…, pero, creo, que voy a quedarme con tu sentido. / Bueno… / Hombre, te diré algo directo: La Casa de la Cultura no es mala por ser, precisa y literalmente, una casa. Es mala, más bien, por ser ecuatoriana… / ¿Y cómo ese eso? / Vaya… Somos,  irremediablemente, improvisadores, medio ilusos y muy ineficaces. / No faltará quién diga que, con sus palabras, se está manifestando nuestro complejo de inferioridad… / No, hombre… Es sólo una constatación… Yo, por lo menos, no tengo complejo de inferioridad. Pero, sí sé que -- excepto los sombreros de paja toquilla y la fanesca -- no hacemos nada bien… // Recuerdos de un ayer ya lejano… Agregado necesario: Lo más grave, de todo este argumento, es que, en la cultura, seguimos estando, más o menos, en las mismas…, en las mismas condiciones.  ¿Desalentador…?  Claro. /  Y, ahora, habrá que buscar las causas de semejante, lamentable y enorme atraso. Adelante.
 
      Hacia 1980, ya deberíamos haber tenido un Ministerio de Cultura. No lo tuvimos. ¿Y por qué? Pues, porque, en esto -- como en tantas otras empresas y labores --  se impuso la famosa “iniciativa” ecuatoriana; es decir, nuestra indolencia, nuestra pasividad, nuestra rutina… Nadie quiso, o supo, realmente, alentar e impulsar la cultura nacional. Nadie distinguió la cultura de sus áreas próximas o conexas: la educación, el folclore, el deporte, la recreación… (Mucha gente ni siquiera sabe distinguir, aun hoy, el sentido restricto --  pensamiento, ciencia, arte; tradiciones, patrimonio -- del sentido extenso, antropológico, de la palabra: todas las mentalidades y los objetos humanos.) Bueno… Para entender bien el asunto, empezaremos, pues, por delimitar nuestro campo. La cultura, -- en el primer sentido y en la práctica -- comprende: (1) la actividad creativa; (2) los eventos; (3) el patrimonio cultural; (4) los institutos; (5) las academias… Observación: No hay que esperar que, en esta actividad, todo lo haga el gobierno central. (En un país que tienda al federalismo, -- y el Ecuador debiera ya tender a tal condición  -- la cultura bien podría ser atendida, complementariamente, por varias instituciones gubernamentales y privadas: alcaldías, gobernaciones, universidades, fundaciones, bancos…)  Planteada la cuestión… Sigamos. Al presente, ya tenemos un Ministerio de Cultura y Patrimonio. (Redundancia: ¿Acaso el patrimonio no es cultura?)  Pero… Pero, en el Correísmo, la cultura ha sido manejada como casi todo: con mucho prejuicio ideológico, con caprichos, con poco conocimiento especializado y con una increíble impericia. Más y más de lo usual… The mixture as before -- como decía, a veces, en inglés, el mismísimo doctor Estrella.
 
     Una buena gestión cultural debe atender todos los aspectos mencionados. Detallémoslos. (1)  La actividad creativa. Ésta es más compleja de lo que parece a primera vista… Veamos. 
 
¿Cómo lograr, por ejemplo, una buena producción literaria e intelectual? (¿Cómo comprometer, financiar, remunerar y evaluar a quienes trabajan es estas áreas? Un problema que -- según parece --  ningún país ha resuelto todavía de manera suficiente y satisfactoria.) Otra. ¿Cómo conseguir un permanente debate nacional de ideas? (Incluido, por supuesto, el necesario debate político de altura; no el usual opinionismo, ni la disputa populachera.) Un asunto que precisa, muy directamente, una intelectualidad seria y una adecuada y moderna red de difusión cultural. (2)  El patrimonio. Bastante se ha hecho -- y ya desde hace algunas décadas -- en este aspecto. Pero aún quedan varias debilidades y falencias… (De paso. El INPC -- patrimonio…, con cierta autonomía legal -- ha funcionado relativamente bien. No hay, entonces, que convertirlo en una sección secundaria de un ministerio ultracentralizado…)  (3) Los eventos. Estos, en cambio, dejan mucho que desear. Son esporádicos; no tienen una programación sistemática y estable. (Bueno sería, en los tales, financiar, o cofinanciar, los que, por ahí, han tenido un cierto grado de éxito: Encuentro Carrasco de Literatura, Bienal de Pintura de Cuenca… E iniciar algunos otros.)  (4) Los institutos. Están faltando. (Biblioteca Nacional, Archivo Nacional, Conservatorio Nacional, Escuela Nacional de Teatro y Cinematografía, museos nacionales… Aquí, hay que mencionar que el CIDAP -- artesanías… -- fue un raro y aislado acierto.) (5)  Las academias: ciencias, Literatura, Historia, Lengua… ¿Qué tal si se las entregara a una renovada Casa de Carrión?  (Ésta, -- que siempre fue un poco ficticia y raquítica -- hoy está casi paralizada, desorientada; no sabe qué hacer…) Así, podría aprovecharse su infraestructura -- subutilizada -- y su relativa experiencia administrativa…
 
Hacia 1980, ya deberíamos haber tenido un Ministerio de Cultura. No lo tuvimos. ¿Y por qué? Pues, porque, en esto -- como en tantas otras empresas y labores --  se impuso la famosa “iniciativa” ecuatoriana
       ¿Y la Ley de Cultura podrá arreglar toda esta problemática?  De ninguna manera… Con este  intento, caemos, otra vez, en la ingenua ilusión jurídica: Donde hay un problema, se debe legislar… ¡No, señor!  Donde hay un problema, se lo debe estudiar; y, luego, hacer un buen proyecto, para resolverlo. Y, sólo, una vez que tengamos un nuevo ente, -- o entes o un nuevo sistema completo --  deberemos preparar la ley que corresponda. (Con sus reglamentos, protocolos, instructivos y demás.) Y, a propósito: ¿Cómo puede ser que no tengamos, en el país, al menos, un  par de expertos en gestión y administración cultural?  ¿Y cómo puede ser que a nadie se le ocurra pedir asesoramiento a la UNESCO? ¿O, en su defecto, mandar observadores competentes a determinados países; a esos que mejor manejan la cultura? Casos y cosas de nuestro subdesarrollo social y nuestro parroquialismo cultural… 
 
       Carlos León Andrade -- columnista de EL COMERCIO, de Quito -- ha hecho notar, con mucha razón, que, por falta de educación general, -- sí leyeron bien: educación general -- el país carece de un debate de ideas. Dio en el clavo… Nosotros coincidimos con él. Es que, en la educación, hemos perdido, -- de una u otra manera -- por lo menos, un medio siglo. Y, por eso, estamos como estamos… Para probar su contundente aserto, basta un botón de muestra, uno de lo bajito: las páginas de opinión de nuestros diarios. De todos, sin excepción. (Los buenos articulistas nacionales se cuentan con los dedos de una mano… La mala redacción es la regla. Igual, la vaciedad de los contenidos. Da vergüenza ajena encontrar frecuentes faltas de ortografía y de sintaxis; cometidas aun por notables personas… ¿Dónde están los editores? ¿No los hay? ¿Son incompetentes?)  En fin, deberemos, por lo tanto, llegar a una conclusión muy básica, triste y definitoria: Para mejorar nuestra cultura, tendremos que mejorar, primero, -- remachamos: primero -- nuestra educación. Toda nuestra educación… (Benjamín Carrión -- que fue ministro del ramo, en los ya lejanos años treinta, -- ¿conocía este hecho elemental? ¿No debía conocerlo?  Atención: Los cambios institucionales y administrativos -- como los que hemos señalado -- son, solamente, la forma de la cuestión; no son la sustancia de ella. ) En definitiva: ¿Ayer, era tan difícil darse cuenta que un país con mayoritario analfabetismo, o semialfabetismo, no podía tener una cultura floreciente?  Y hoy día: ¿Es tan difícil comprender que un país con un sistema educativo inferior, no puede tener una cultura superior?  Bueno, esto, en realidad, es bastante obvio… Y, así y asado, señores, hemos hablado un poco; y hemos terminado otra charla.      
 

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