Por Eliécer Cárdenas

 

Siempre las masas de damnificados de una catástrofe de magnitud como la suscitada en el país, generan malestar, descontento por lo de la “lenta ayuda” que inclusive no llega a todos los rincones afectados, malestar que de hecho va a capitalizarse políticamente conforme se aproxima la campaña
electoral

 

El terremoto de 7.8 grados en la escala de Ritcher que causó muerte y desolación en ciudades y pueblos de Manabí, parte de Esmeraldas y estragos menores en otras provincias del Litoral e incluso de la Sierra, significa para el país la introducción de un escenario inesperado, porque las catástrofes naturales son eso, imponderables posibles pero que jamás se los puede prever con exactitud.

   En primer lugar, sorprendió gratamente que la población de todo el país, una vez conocida la magnitud del desastre y los daños causados, espontáneamente se movilizó para aportar con víveres, frazadas, ropa, medicinas, etc. para las decenas de miles de damnificados, mientras el estado demoraba unas horas en reaccionar, al encontrarse temporalmente sin la cabeza del Jefe de Estado, de viaje por Europa, consecuencias de concentrar el poder de manera poco menos que absoluta. Una vez repuesto del impacto, el estado y sus aparatos funcionaron para auxiliar a las víctimas, y aunque en un principio se dio visos de una tonta soberanía y sobrestimación en los propios recursos al decir que el Ecuador se bastaba solo, la ayuda internacional, ciertamente imprescindible en estos casos, comenzó a fluir desde el Continente, como de Europa, mediante equipos de especialistas en rescate de víctimas sepultadas entre los escombros.

   Con el escenario de la tragedia plenamente impuesto, el Gobierno adoptó medidas como el alza del IVA (impuesto al Valor Agregado) en dos puntos, a fin de financiar las acciones de reconstrucción y rehabilitación 
  de las ciudades y zonas devastadas por el terremoto, y se anticipó que estas reparaciones costarían unos tres mil millones de dólares, cantidad cuantiosa y difícil de cubrir con un país en crisis y en las postrimerías de un Gobierno precisamente zarandeado por la crisis presupuestaria.

   Para el Régimen, existe la oportunidad de que el sismo le sirva para levantar su popularidad en descenso, mediante la apelación a la unidad de todos los ecuatorianos en este difícil momento. Sin embargo, siempre las masas de damnificados de una catástrofe de magnitud como la suscitada en el país, generan malestar, descontento por lo de la “lenta ayuda” que inclusive no llega a todos los rincones afectados, malestar que de hecho va a capitalizarse políticamente conforme se aproxima la campaña electoral. Por ahora, los diferentes partidos y movimientos políticos han tenido la decencia de no inmiscuirse como tales en la tragedia, pero por los efectos de esta va a ser inevitable que el terremoto, los damnificados, la reconstrucción, las denuncias que se presentarán sobre las inversiones, etc. vayan a parar en las agendas de las agrupaciones políticas en campaña. Por su parte, el Gobierno y su agrupación intentarán capitalizar el protagonismo en las acciones para relanzar la imagen del Régimen.

   Todo esto es inevitable con las elecciones cercanas y la larga reconstrucción de ciudades, pueblos, vías y más obras de infraestructuras por un sismo que, a pesar de ser un evento natural, sus consecuencias impactan en la vida social, política, económica, cultural, etc. del Ecuador.

 

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