El pueblo –el Soberano-, acoge con agrado los cambios que han empezado a producirse en el estilo de gobierno en relación con el que prevaleció en los últimos diez años. El Ecuador respira aires distintos de aquellos y espera que los “errores de buena” fe del reciente pasado se corrijan para siempre. Ojalá sancionando a los culpables.
Una pugna por el liderazgo en el movimiento oficialista causa problemas políticos que deben resolverse con apego a la ley al interior de él, sin alterar la tranquilidad nacional por caprichos de no aceptar la realidad inevitable de un cambio de gobierno: quien dejó la Presidencia, ya no es Presidente, ni debería esperar que su sucesor fuese un obediente cumplidor de su mandato que ya no lo tiene.
Al terminar el año, ojalá terminen los problemas internos del movimiento oficialista: por respeto al país, para que el pueblo –el Soberano- viva en paz y en condiciones de prosperidad, es preciso dejar el pasado y poner los ojos en el presente y en el futuro. No deja de ser extraño, y lamentable, que ante un país anonadado por las prácticas corruptas, con un Vicepresidente sin funciones, encarcelado, haya quienes defiendan lo indefendible: el pueblo –el Soberano- es lo suficientemente inteligente como para no dejarse ofender por quienes creen de él lo contrario. El espíritu de cuerpo o la “lealtad” al partido serían, más bien, condescendencia o complicidad.
Quizá los intentos por evitar el cambio que se vive en el país bajo el nuevo gobierno, no pasen de ser los últimos brotes de una tendencia sustentada por quienes no acaban de convencerse que en el Ecuador hay una administración distinta de la que le presidió, y tan prolongadamente.