Si la máxima autoridad afirma que hoy se ha dado en llamar revolución a cualquier pendejada, es obvio que el cumplido involucra a oficiantes y acólitos de esa mentira, incluyendo a aquellos cuyas expresiones han alimentado a esta columna hasta doblar el presente año

Suele a menudo traicionar al sentido de una frase la proximidad de los sonidos. La jaqueca, por ejemplo, no era la mujer del jeque, sino la jequesa.
Otras interferencias provienen de la paronomasia; es decir, de la concurrencia de vocablos emparentados a veces casualmente dentro de la expresión.
Se cuenta que experimentó la eficacia de esta libertad expresiva un joven médico, cuando se estrenaba en un remoto poblado costanero y tuvo que atender a una dama de mediana edad, que lo esperaba en el consultorio a la caída de la tarde.
-Dotó –había dicho, entrelazando las manos hacia atrás a fin de aliviar la molestia que sentía bajo las caderas-. Dotó –había implorado-, he eperao tre hora para llegar a onde uté.
El médico la atendió con amabilidad; le pidió que se sentara, que aspirase profundamente y que espirara por la boca.
-Señora –le preguntó al oído-. ¿Sintió este dolor en el trayecto?
-No dotó- respondió sin pizca de incomodo-; aquí, en el… -y se palmoteó bajo las caderas.

No tardaría mucho el joven doctor en saber que su paciente gozaba de celebridad en el pueblo y los alrededores precisamente por obra de una sabiduría natural en materia de interpretar aquello que mucha gente endomingada llama paronomasia. Un episodio realmente memorable había protagonizado el día de la boda, hacía cosa de veinte años.

En aquella ocasión, había concluido la celebración de la misa y el misionero descendió para coronar la ceremonia. Preguntó a los contrayentes, demorando -como buen fraile español- en la tensión decreciente de las “eses”:
-¿Juráis amaros mutuamente el uno al otro y respetaros hasta que la muerte no os separe?
-Sí padre –se había adelantado ella con el mejor acento tropical, interpretando la pregunta y respondiéndola a su parecer-. Hata que no hepare, ¡hata que no hepare!

Desde entonces, tal como la señora había prometido delante del altar, lo cumplió, en clarísima demostración de que la libertad de opinar y de actuar va precedida de la libertad de interpretar.
Habiéndose enterado de este y de otros pormenores sobre el modo de ser de la paciente, el médico estaba bien advertido cuando, tres meses después de la primera cita, había vuelto la señora a esperarlo impaciente en el consultorio, a la caída de la tarde.

La atendió con solicitud; le tomó los signos vitales; le pidió que respirase y procedió a examinarla concienzudamente:
   -¿Duele aquí, señora?
   -¡No, dotó!
   -¿Y acá?
   -¡No, dotó!
   Entonces, el médico le pidió que se volteara.
   -¿Siente dolor aquí, en la cintura?
   -¡No, dotó!
   -¿Acá, en la cadera?
   -¡No, dotó!
   -¿Más acá, en el recto?
   -Sí dotó, ¡en ese recto!

Así descubrió el joven doctor que si bien la palabra “recto” poseía para médico y paciente un significado tan distinto, apuntaba hacia una misma dolorosa realidad. Solo que el sentido se veía ahora perturbado no por la paronomasia, sino por la polisemia; es decir, por la suerte de una palabra dotada de significados diferentes.

Ahora bien, probablemente haga falta la sabiduría natural de la viuda del cuento para interpretar el sentido que esconden las palabras en un mundillo político ficticiamente habitado por traidores y mediocres. Si la máxima autoridad afirma que hoy se ha dado en llamar revolución a cualquier pendejada, es obvio que el cumplido involucra a oficiantes y acólitos de esa mentira, incluyendo a aquellos cuyas expresiones han alimentado a esta columna hasta doblar el presente año.

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