La Agencia de Cooperación Internacional del Japón (JICA) tiene voluntarios que prestan servicios en África, Asia, Centro y Sur América. Cincuenta de sus miembros están en Ecuador y dos de ellos en Cuenca.

Mizue Hirai vive desde hace dos años en Cuenca, pero ya prepara maletas para retornar a Okinawa, la isla japonesa donde nació hace 32 años. Convivir con gente de costumbres y cultura extrañas a las suyas le ha enriquecido humana y espiritualmente.

   Ella se inscribió en la Agencia de Cooperación Internacional de Japón con países en vías de desarrollo, organismo creado en 1965, para que la destinaran a Mongolia, Tailandia o Ecuador. Cuando le avisaron que iría a este último país, recibió un curso de dos meses de un idioma que le era absolutamente desconocido: el Español.

   Así, después de volar más de 24 horas sobre mares y países, llegó a Quito en enero de 2016 para descubrir el mundo donde empezaría a vivir desde cero, hablando palabras indispensables con unos seres humanos hasta físicamente diferentes de sus congéneres asiáticos: buenos días, buenas tardes, quiero comida, necesito, necesito …, era su vocabulario mínimo.

   En los dos años de obligado aprendizaje del nuevo idioma, ahora se expresa con bastante fluidez y si se encuentra con compañeros de su país le embroman porque habla el japonés “cantando”, con el dialecto cuencano. Hasta aprendió malas palabras, que le enseñaron engañosamente los nuevos amigos para divertirse.

Mizue Hirai

   Mizue es una de cincuenta voluntarios del JICA (las siglas en inglés de la Agencia) que trabajan actualmente en el Ecuador en áreas de salud, docencia, medio ambiente, deportes, investigaciones marinas o apoyo a jóvenes con problemas de drogadicción o delincuencia. En Cuenca está también Youko Ueno, enseñando en el Centro Interamericano de Artesanías y Artes Populares (CIDAP). Es la Voluntaria Mayor, según la jerarquía dentro del personal de la organización.

   Con una licenciatura en Terapia Ocupacional, Mizue trabajó ocho años en su país atendiendo a niños con parálisis cerebral, autismo o síndrome de Down y vino a una ocupación similar en Cuenca, en el Centro de Rehabilitación Integral Especializado Nro. 5, del Ministerio de Salud Pública. Compañeros o compañeras japonesas laboran en centros de Quito, Ibarra, Guayaquil y Manta, como en otras ciudades de la sierra y amazonía, según sus especialidades.

  La profesional se desempeña con disciplina nipona en sus tareas pero se dio tiempo para conocer varios países de América en sus períodos de vacación: México, Perú, Panamá, Guatemala, Bolivia. También ha viajado por todas las regiones ecuatorianas y dos veces al Archipiélago de Galápagos: “me encantan las islas, me recuerdan a mi país”, dice.

   Mizue admira la variedad geográfica del Ecuador, país pequeño con tantas diferencias ambientales, climáticas, culturales y culinarias: “en la sierra me encantan las verduras y las frutas, la fritada, el cuy, el pollo tan rico; en la costa los mariscos y pescados; en el Oriente las carnes, los chontacuros, las hormigas fritas y sabrosas”,dice.

   Lo que le ha llamado la atención en Cuenca es la locura del clima. “Una no puede coordinar la ropa cada día, pues amanece con sol y llueve en cualquier momento o, sale con ropa abrigada en un día lluvioso y luego aparece el sol muy fuerte”. 

Mizue con su atuendo japonés de fiesta, celebra el matrimonio de María José, su hermana temporal de la familia con la que vivió dos años en Cuenca.

   ¿Y tu futuro, Mizue? Ella sabe lo que tiene que hacer: trabajar y aprender cada vez más. En el Ecuador participó en talleres de capacitación y en noviembre fue expositora en un Congreso Internacional de Neuropsicología, en Quito, cuya intervención le valió reconocimientos. Allí estuvo la directora de un centro terapéutico infantil de Nagasaki, quien le pidió que desde mayo de 2018 se incorporara a su establecimiento. “Ya tengo trabajo, después de un tiempo en familia en Okinawa”, comenta.

   En dos años de habitar “este otro mundo” descubrió costumbres y valores humanos inadvertidos en su país: la importancia de la familia, la paciencia de la gente para entenderla cuando apenas podía expresarse en forma indispensable; el “corazón caliente” cuando saludan con un beso en la mejilla. “En Japón lo que todos hacen cada día es trabajar, trabajar, trabajar y trabajar…”.

   Ella aprecia la diferencia entre los países suramericanos y Japón, cuyo desarrollo tecnológico está en lo más avanzado del mundo. Pero, cree que acá tiene prioridad la relación humana y el contacto con la naturaleza. En Japón la población ha envejecido, cada vez hay menos niños y más ancianos, muchos viviendo y muriendo solitos sin familia. La longevidad ha crecido y son frecuentes los casos de personas que llegan a 120 años.

   De retorno al Japón, ella va marcada por la experiencia de haber conocido y vivido en un país que la hizo sentir como si fuese el suyo y dentro de una familia que la hizo parte de ella. 

 

Los voluntarios japoneses mantienen reuniones periódicas en diversas ciudades del Ecuador: aquí, en una cita en Quito.

 

 

   Ciudad histórica y patrimonial

Paisaje de la isla de Okinawa, con la ciudad de Nanjou, a orillas del mar, de donde es originaria Mizue

    Okinawa, isla al sureste de la península del Japón, está a más de dos horas de vuelo desde Tokio. Es un lugar con historia: en los últimos meses de la II Guerra Mundial, en 1945, fue escenario de las feroces batallas de la Guerra del Pacífico, por aire, mar y tierra, entre las fuerzas aliadas con los Estados Unidos, con miles de aviones y decenas de miles de soldados combatiendo contra Japón. Las bombas atómicas lanzadas por Estados Unidos sobre Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945, rindieron a los japoneses. Varios generales que comandaron su defensa, en cumplimiento del tradicional honor militar japonés, se hicieron el harakiri: suicidarse cortándose con un arma punzante el vientre. 

  Los abuelos paterno y materno de Mizue murieron en la guerra. Ellos no eran militares, sino dos de los cientos de miles de civiles que fueron llevados a los frentes de batalla donde quedaron incontables víctimas de la absurda confrontación mundial.

  La provincia de Okinawa, con un archipiélago de alrededor de 160 islas, de ellas más de 40 pobladas (aproximadamente 1 millón 300 mil habitantes), con más de 1 200 kilómetros cuadrados, tiene por capital la ciudad de Naha, de 300 mil habitantes. Próximas están las Ruinas de Guzubu, vestigios de una cultura milenaria, reconocidas por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad.

   Por su distancia de la península, no siempre Okinawa se consideró parte del Japón y en siglos pasados mantuvo una intensa relación comercial con China. La lengua de sus habitantes se llama Ryukyu, un dialecto del idioma japonés.

   Al término de la II Guerra Mundial se quedó en poder de Estados Unidos, que la devolvieron al Japón en 1972, pero aún mantiene varias bases militares en ella. La pesca y el turismo son las fuentes principales de su economía. Es universalmente conocida por ser cuna de las artes marciales, especialmente el Kárate. 

 

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