Un estudioso apasionado del Derecho, que lo ejerció con criterios de solidaridad en la práctica profesional y con disciplina en la docencia y en la legislatura, fue José Cordero Acosta, cuencano que falleció el 25 de abril a los 76 años

“Desde niño tenía pasión por la polémica y el debate en la escuela de los Hermanos Cristianos. También participaba con entusiasmo en actos sociales y académicos recitando largos poemas o actuando en sainetes escolares, todo lo cual me orientó por el camino del estudio y acabó en la abogacía”, confesó en julio de 1981 en una entrevista publicada en la revista Avance.
   En la Universidad de Cuenca cursó la carrera de Jurisprudencia y también parcialmente las facultades de Economía y Filosofía, para ir a completar la carrera de Derecho en España, donde se graduó de doctor.
 
   Al inicio profesional fue cuando más atendió casos solidarios y de orden social y humanitario: “jamás cobré un centavo por defender a las personas”, dijo, recordando a los campesinos de Chicán, en Paute, que desorientados políticamente, se rebelaron contra el censo en 1974, provocando la muerte de un enumerador y dos policías que, perseguidos, se ahogaron en el río que intentaron vadearlo. Los campesinos fueron absueltos. Por esos tiempos defendió también a miembros de la Confederación Shuar y de campesinos de Zhumiral, con problemas de tierras ante la Justicia.
 
   “Con mi esposa trabajamos ella en la penitenciaría de mujeres y yo en la de varones –dijo-, en defensa de los sin defensa, para reactivar los procesos que no avanzaban en los juzgados”.
 
“Yo soy católico, pero pecador“, dijo en una conversación anterior para la revista.
   Luego intervendría en el mundo empresarial, como Gerente de Intercambio Automotriz, casa comercializadora de vehículos, hasta que en el gobierno de Oswaldo Hurtado se hizo político, empezando por la Gobernación del Azuay, pero siempre con orientación hacia el derecho: “Mi aporte se dio en la formación de los tenientes políticos para que sean verdaderos líderes de sus comunidades, con nociones fundamentales para desempeñarse como jueces de instrucción: con Rodrigo Estrella y Arturo Loyola, en cursos de una semana los dejábamos expeditos para la instrucción de sumarios”.
 
   A partir de 1994 por dos períodos fue elegido Diputado por el Azuay y luego Diputado Nacional: “Lo que me ha interesado en el Congreso ha sido no tanto el manejo político como la actividad legislativa”. Logros de su gestión fueron la Ley de Arbitraje y Mediación, la Ley de Control Constitucional, la Ley de Defensoría del Pueblo y la Ley contra la violencia de la mujer y la familia.
   En la legislatura estaba en su mundo. “Me siento bien en este Congreso  que legisla –dijo cuando lo presidía-, preocupado del ordenamiento jurídico de las leyes. No he participado del otro congreso del conflicto, de la negociación política –que no la desprecio-, pero creo que hay que llevarla de otra manera: la negociación tiene que ser para cumplir las políticas de Estado y no para satisfacer intereses”.
 
   Ejerció la docencia inicialmente en la Universidad Católica de Cuenca y después en la del Azuay, donde fundó la Facultad de Ciencias Jurídicas y fue Decano dos períodos.
 
   La vocación por la cultura y el derecho tenía antecedentes familiares. Su padre, Rodrigo, fue diputado de 1952 a 1956. Su tío, Gonzalo Codero Crespo, varias veces fue legislador, Presidente de la Cámara de Diputados y de la Asamblea Constituyente de 1967. El abuelo, Gonzalo Cordero Dávila, también diputado. El bisabuelo, Luis Cordero Crespo, ejerció la Presidencia de la República.
 
   Su formación en el Derecho le permitía tener ideas claras sobre el flagelo de la corrupción: “Depende de la formación que se dé desde la infancia al ciudadano para que adquiera una escala de valores y dentro de ella sepa que el dinero, los recursos económicos no son un fin en sí mismo, sino instrumentos para la justa satisfacción de necesidades: hay que superar el egoísmo y aumentar la solidaridad, porque la corrupción es falta de solidaridad. La corrupción también se combate mediante la información. A mayor información, menor corrupción: nadie peca en público”.
 
En el gobierno de Osvaldo Hurtado, fue Gobernador del Azuay. Aparecen en una concentración campesina en la parroquia Jadán.
   Las responsabilidades profesionales y públicas nunca la extrajeron del ambiente familiar. Cuando fue legislador debió radicarse en Quito, pero semanalmente estaba en Cuenca, donde su esposa, María Eugenia Moscoso, ejercía la docencia universitaria: “Yo procuro que ella vaya el mayor número de veces a Quito. Le pido que destaque en la entrevista que ella es mi máximo apoyo por su gran formación humanística y por su vinculación con la Universidad que es para mí un centro palpitante de diagnóstico de problemas y de información invalorable”, dijo.
 
   En los últimos años fue dejando el ejercicio profesional y la docencia, para dedicarse a la vida íntima y familiar, con tiempo para la lectura de obras literarias, otra de sus pasiones. Sus familiares sufren su desaparición y Cuenca y el país, la ausencia definitiva de un ciudadano que cumplió una valiosa función en bien de la colectividad.
 

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