Los ecologistas – ciertamente infantiles, en nuestro caso – siguen con la ensoñación de la Pacha Mama, el supuesto buen vivir, y la insensata propuesta de la antiminería. No comprenden que – limitando los crecimientos urbano y demográfico – se arreglaría, de raíz, una buena parte de los problemas ecológicos nacionales

Lo grande es bueno. O, más popular y gráficamente: Caballo grande, aunque no ande… Apliquemos la afirmación al caso de las ciudades. La gente oye con respeto palabras tales como capital, metrópoli, megalópolis… Y, casi sin pensarlo, les da un valor positivo. Al contrario, y de la misma manera, les da un valor negativo a palabras tales como aldea, parroquia, pueblo… Así ocurre. Y, por eso, debemos hablar, en principio, del lugar común de la magnitud: la imponencia de lo grande y la humildad de lo pequeño. En el mundo de habla inglesa, sin embargo, se oye afirmaciones muy contrarias: Small is beatiful; Little is good. (Lo pequeño es hermoso; Lo poco es bueno) Bien… Como las dos cosas no pueden ser verdaderas, al mismo tiempo, habrá que hacer, pues, – para este y otros temas -- el debido contraste; emplear el necesario discernimiento… Y convenir, a continuación, en que ni todo lo grande es bueno, ni todo lo pequeño es malo. Otra vez, por lo tanto, como siempre, la verdad estará en los detalles, en los matices. Y el asunto de las ciudades cabe en tal regla. Sigamos.

En 1950, Quito tenía 250.000 habitantes; guayaquil, – la ciudad más grande – 300.000; cuenca, 50.000; ambato, 30.000; loja y riobamba, 20.000… en el escalafón latinoamericano, quito y guayaquil eran, entonces, ciudades medianas.

Los urbanistas – sociólogos, geógrafos, arquitectos, ingenieros, economistas… -- saben bien que una ciudad no se define por su tamaño, sino por sus funciones. Un centro de dos mil habitantes – vigoroso y variado en lo social, lo económico y lo educativo – es realmente una ciudad. (Tendrá actividades secundarias y terciarias; manufacturas y servicios, respectivamente.) En cambio, un centro de diez mil habitantes, -- la mayoría de ellos dedicados a la agricultura – sólo será un semeje de ciudad. (Por su función primaria, de hecho, no lo es. Las agrovillas soviéticas y algunos pueblos andinos pertenecieron, o pertenecen, a esta categoría.) Y, además, -- aparte de esta consideración – el gran tamaño puede ser la causa de muchos males (¿No se habla, acaso, en América Latina, de la macrocefalia de Buenos Aires y del terrible gigantismo de Ciudad de México y de San Pablo?) Claro: En las grandes ciudades, muchas cosas se complican. Y hay que sumar y restar varios factores; para quedarnos, finalmente, con el balance positivo de la riqueza, las oportunidades y la comodidad urbanas… Y, aun así, ¿no es casi una tortura tener que viajar cuatro horas al día, para trabajar y volver a casa? Y, por supuesto, todos nos impacientamos con el ruido y los embotellamientos del tráfico. Para no hablar de la desgracia de la contaminación… Pero, al mismo tiempo, casi todos sabemos que el mundo actual va siendo cada vez más urbano. (Es una poderosa tendencia, que comenzó en Inglaterra, con la industria, hacia 1750.) Y algunos saben que esto no puede seguir indefinidamente; que, en cierto momento, tal crecimiento deberá terminarse. Y que, en el mediano plazo, algunos países, hasta, deberán emprender las tareas de una parcial desurbanización. Más aún: Holanda nos señala el futuro. Allí, ya existe la primera ciudad exclusiva para ciclistas; en el 2023, solo se permitirá autos eléctricos; hacia el 2030, todas las casas tendrán energía solar o eólica…

Apliquemos a nuestro país los criterios de la magnitud; y hagámoslo con una perspectiva histórica. En 1950, Quito tenía 250.000 habitantes; Guayaquil, – la ciudad más grande – 300.000; Cuenca, 50.000; Ambato, 30.000; Loja y Riobamba, 20.000… En el escalafón latinoamericano, Quito y Guayaquil eran, entonces, ciudades medianas. Las otras, mencionadas, eran pequeñas. Hoy día, Quito y Guayaquil siguen estando entre las medianas de la región. Pero – por la base – han entrado en esa categoría unas cuatro más de las nuestras: Cuenca, Ambato, Manta y Machala. (Alrededor del medio millón de habitantes.) Desde el punto de vista de los óptimos humano y funcional, todas ellas ya van siendo demasiado grandes… Muy mala cosa. (Aquí está una parte importante de nuestros problemas de la urbanización.) Y Loja tiene hoy unos 250.000 habitantes; la población que tenía Quito en 1950. ¿No será La Centinela, al menos por un tiempo, la mejor ciudad del Ecuador? Remachemos. Guayaquil es una metrópoli con bastantes problemas. Y Quito es ya una metrópoli muy, demasiado aproblemada. Y el crecimiento urbano del país sigue adelante. Y hay poca conciencia de la cuestión. Y no hay – como debiera haber – un ministerio de asuntos urbanos. Se necesita una política urbana nacional; que haga la coordinación debida entre los municipios y las provincias. (Una conurbación, como la Gran Cuenca, comprende varios municipios y está en el territorio de dos provincias.)

Y  los políticos no ven todavía la cuestión. El centro y la derecha – que, en el mejor de los casos, aspiran a un desarrollo sustentable – sólo parecen preocuparse del transporte. Metro de Quito; monorriel aéreo, de Guayaquil; tranvía, de Cuenca.

Y  los políticos no ven todavía la cuestión. El centro y la derecha – que, en el mejor de los casos, aspiran a un desarrollo sustentable – sólo parecen preocuparse del transporte. (Metro de Quito; monorriel aéreo, de Guayaquil; tranvía, de Cuenca.) La izquierda, muy anticuada, sigue mirándose el ombligo, con el pretexto de la redistribución de la riqueza. (Y algunos comunistas, de la vieja guardia, hasta, siguen proponiendo una reforma o una revolución agraria. En un país cuya producción de alimentos es eficaz; ¡y cuya prioridad agrícola debiera ser, precisamente, el abastecimiento de las ciudades! De seguir con ésas, y tener el suficiente poder, los dichos, pues, bien podrían llevarnos a las calamidades de Cuba y Venezuela.) Los ecologistas – ciertamente infantiles, en nuestro caso – siguen con la ensoñación de la Pacha Mama, el supuesto buen vivir, y la insensata propuesta de la antiminería. No comprenden que – limitando los crecimientos urbano y demográfico – se arreglaría, de raíz, una buena parte de los problemas ecológicos nacionales. (Al respecto, el mundo entero – salvo talvez unos pocos países-- debiera empeñarse en reducir la población.) Así estamos. Y, finalmente, ¿entenderemos, en el Ecuador, que, al momento, quizás, nuestros problemas urbanos ya nos están sobrepasando? Y que, por lo tanto, no podemos seguir perdiendo el tiempo… Que hay que ver lo importante y no sólo lo urgente.

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