Por: Mariela Jara / IPS

El otrora parque abandonado y vuelto un basurero, es hoy un huerto comunal de 1400 metros cuadrados, en Villa El Salvador, del municipio de Lima, es un emblema de organización comunitaria en Perú.

Un terral lleno de basura de 1400 metros cuadrados recuperado del abandono por un grupo de mujeres y sus familias, es hoy un espacio que produce vida y genera bienestar en el emblemático distrito de Villa El Salvador, que nació hace 50 años en los arenales de Lima, a 25 kilómetros al sur de la capital peruana.

LIMA (IPS) “Mire cuánto verde tenemos acá, cuánta vida, tan diferente del basural en que se había convertido esta zona considerada inicialmente como un parque”, relata Victoria Arce, presidenta de la Asociación de Redes Ambientales de Villa El Salvador (Redaves) y socia del huerto agrobiológico Ayllu 21 que gestionan mujeres de 12 familias.

En el 2018 un grupo de residentes del Sector II Grupo 21 de este distrito (municipio), que obtuvo el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia en 1987 como ciudad mensajera de la paz, iniciaron el trabajo comunal para transformar el espacio abandonado en un huerto urbano. Lo llamaron Ayllu 21, porque la palabra quechua significa familia y les remite a su identidad como colectivo y a la importancia de practicar la solidaridad y el respeto por el ambiente para una convivencia armónica. Villa Salvador se formó en 1971 como un pueblo joven, como se llaman en Perú a los asentamientos informales de viviendas precarias de autoconstrucción, con los aluviones de migración interna desde el interior del país y fue en 1983 que logró su reconocimiento legal y pasó a ser un distrito al sur de Lima. Desde sus inicios, el trabajo organizado y la lucha de mujeres y hombres hicieron del arenal un territorio donde construir sus proyectos de vida. La población actual se estima en 423 887 habitantes, una de las más altas entre los 43 distritos que conforman la capital habitada por 10 814.500 personas, según datos oficiales actualizados.

En el municipio sigue predominando la población rural reasentada, de nivel económico bajo o medio bajo, que vive principalmente del comercio, servicios y de las actividades de un parque Industrial donde se desarrolla la carpintería, mueblería, calzado y confecciones, entre otras. Lo que distinguió a Villa el Salvador de otros pueblos jóvenes fueron sus iniciativas de autogestión, con que sus pobladores enfrentaron la pobreza y la inclemencia de los arenales que ocuparon.

Gracias al esfuerzo organizado de su gente surgieron las primeras pistas, carreteras, colegios y se ganaron luchas por su derecho a luz, agua y desagüe. Más tarde, el grupo maoísta armado Sendero Luminoso, trató de destruir su organización social, llegando incluso a asesinar y dinamitar a la lideresa María Elena Moyano, en 1992, mientras participaba en una actividad municipal.

Las socias del huerto son todas migrantes, algunas inclusive de las familias fundadoras del distrito, y en los casi tres años de esta iniciativa –en noviembre es su aniversario- sienten que han fortalecido no solo sus capacidades, sino su lazos comunitarios. “En este tiempo de la pandemia nuestro huerto nos ha ayudado a alimentarnos, no solo a nuestras familias, sino a otras en mayor necesidad, con quienes hemos compartido estas hortalizas saludables”, comenta la maestra jubilada Lola Flores, quien encuentra en esta experiencia una forma de servicio al bien común.

El huerto Ayllu 21 tiene 40 parcelas o bancales de seis metros cada una por donde asoman vegetales variados como acelgas, rabanitos, brócolis, apios, tomates, betarragas, albahacas, espinacas, lechugas, apios, además de plantas aromáticas para infusiones, que cultivan empleando métodos agroecológicos. El espacio está dividido en áreas de producción, capacitación, almácigo, cosecha, poscosecha y venta, siguiendo la capacitación de IPES Promoción del Desarrollo Sostenible, organización no gubernamental que impulsa el proyecto Sembrando en el Desierto, y con la que Redaves ha establecido alianzas.

Los logros de las mujeres se vieron frenados de golpe. En los cuatro meses de aislamiento social obligatorio al inicio de la pandemia el año pasado, el huerto se secó. Con el retorno paulatino de las mujeres a la actividad, desde finales del 2020 pudieron reverdecerlo. La vuelta al trabajo comunal no solo recuperó los cultivos, sino también sus estados de ánimo. “Todas hemos vivido el dolor, el miedo, el pánico, la ansiedad y el estrés con la pandemia, han sido meses muy duros. Volver al huerto es una terapia para nosotras, nos permite encontrarnos y conversar mientras limpiamos, removemos la tierra, sembramos, regamos. Nos ha ayudado a reconectarnos con nosotras mismas”, manifiesta Lola Flores.

Efectivamente, han vuelto las hortalizas, las hierbas aromáticas y también muchos geranios floridos que adornan neumáticos viejos reciclados para usarse como contenedores de diversas plantas. La producción es principalmente para el autoconsumo y el remanente se distribuye entre otras familias vecinas, y si hay alguna venta, la ganancia se reparte entre las socias, que trabajan en promedio dos días a la semana en el huerto.

Para el riego por goteo han recuperado grandes bidones que llenan de agua con el apoyo del municipio. El líquido se traslada a través de un circuito de mangueras que tienen instalados pequeños grifos que las mujeres abren cuando necesitan regar las parcelas. De esa forma no desperdician el agua. El abono lo realizan con insumos naturales siguiendo el enfoque agroecológico. “Intercambiamos con las familias de la zona hortalizas por abono de conejo o de cuy, para mejorar los nutrientes de la tierra”, cuenta Arce.

Las mujeres a cargo del huerto Aylly 21 lo tienen claro: es un espacio recuperado que aporta a un ambiente saludable y a la seguridad. “Aquí se amontonaba la basura, no había luz en las noches, atraía la delincuencia, no salíamos… y mire ahora, estamos manteniendo las áreas verdes, se ve algo bonito y hay una gran circulación de personas, de familias enteras, hemos mejorado los hábitos”, sostiene la presidenta de Redaves. Agrega que este trabajo ha contribuido al empoderamiento de las mujeres porque toman decisiones en forma permanente, trabajan en forma productiva y aportan a la economía del hogar llevando las hortalizas que cosechan.

“Antes estábamos metidas en nuestras casas, muchas somos adultas mayores y prácticamente sentíamos que ya no teníamos nada más que hacer, hoy estamos activas, trabajando y sintiendo que tenemos mucho por dar”, remarca. Ella como Flores tienen la tranquilidad de que sus familias se encuentran bien, sus hijos y nietos están logrando sus metas y agradecen el poder abrir una nueva veta de aprendizaje permanente en esta etapa de sus vidas, la que vuelcan entre las vecinas y vecinos de la zona, con quienes comparten su saber agroecológico.

La experiencia de los huertos ecológicos urbanos permite avanzar hacia el desarrollo sostenible afirma Elena Villanueva, socióloga del Programa de Desarrollo Rural del no gubernamental Centro de la Mujer Peruana Flora Tristán, promotor del empoderamiento de las mujeres a través de la agricultura ecológica en comunidades andinas. A su juicio, los municipios deben promover la práctica de huertos urbanos con enfoques de género e intergeneracional para ayudar así a la participación de las mujeres de distintas edades.

También, dijo la experta, esos huertos deben aportar circuitos de comercialización que redunden en la generación de sus propios ingresos como una alternativa de autonomía económica para las mujeres de este país de más de 33 millones de habitantes y megadiverso, con selva amazónica, cordillera de Los Andes y costas al océano Pacífico.

María Margarita Sáenz es de las primeras pobladoras que llegaron a Villa El Salvador. Vino de la región norandina de Ancash donde en 1970 ocurrió un devastador terremoto, que además provocó un aluvión por la caída de un bloque de hielo de un glaciar, que arrastró 400 toneladas de lodo y sepultó una comunidad. El desastre causó unas 70 000 muertes.

“Hemos sufrido mucho cuando recién llegamos, era todo arena, no había agua ni luz, no había movilidad para transportarnos, caminábamos mucho”, recuerda. Lleva 48 años en el distrito y después de décadas de esfuerzo y lucha por salir adelante, en este momento de la vida en que sus hijos “ya están logrados”, como ella dice, encuentra mucha satisfacción con su pertenencia al huerto.

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