El experimento cultural correísta –si se lo puede llamar cultural-, al cabo de los años transcurridos, ha dado muestras de un perverso efecto para la cultura en general de nuestro país, de la cual el Maestro Benjamín, hoy vilipendiado por algunos ignorantes encaramados en puestos burocráticos, acusándolo de “elitista”, era de hacer del Ecuador una potencia cultural

En las postrimerías del Correato, este dejó un verdadero “regalo envenenado” a la cultura ecuatoriana, y más específicamente a la Casa de la Cultura, fundada en los años cuarenta del pasado siglo por Benjamín Carrión, como un faro de creación artística, investigación científica social y de la literatura, a más de constituir un baluarte para la libertad, ya que, sin ésta, la cultura y las manifestaciones artísticas quedan supeditadas a la voluntad política de los gobernantes de turno.

El “obsequio envenenado”, por así decirlo fue la Ley Orgánica de Cultura, que por un lado puso directamente bajo control del Ministerio de Cultura, organismo que durante la década Correísta se caracterizó por su burocracia espesa, pero no por una efectiva gestión cultural, por un lado y de otra parte destazó a las manifestaciones culturales y artísticas en una serie de “sistemas” que hasta ahora no se han puesto en práctica, por la sencilla razón de que son verdaderamente impracticables, ya que se requeriría de muchísimo dinero para gastarlo en más burocracia, quedando la gestión efectiva en nada.

El experimento cultural Correísta –si se lo puede llamar cultural-, al cabo de los años transcurridos desde la aprobación de la ley en referencia, ha dado muestras de un perverso efecto para la cultura en general de nuestro país, de la cual el Maestro Benjamín, hoy vilipendiado por algunos ignorantes encaramados en puestos culturales, acusándolo de “elitista”, era de hacer del Ecuador una potencia cultural. Sueño incumplido, desgraciadamente, aunque Carrión sentó las bases de una entidad cultural autónoma que ya no existe, lamentablemente.

Entre los múltiples efectos perniciosos de la actual Ley de Cultura se encuentra la división artificiosa y anómala del todo, entre los miembros de la CCE, y los empadronados en el RUAC, Registro Único de Actores Culturales. Esto ha llevado a la manipulación y la demagogia de ciertos directivos de la Institución, en contubernio con funcionarios del Ministerio de Cultura en anteriores administraciones, que crearon de esta manera una división de facto entre supuestos “intelectuales y artistas de élite”, y los gestores culturales empadronados por el Ministerio, muchos de los cuales ofrecen unos currículos tan pobres para justificar su pertenencia al registro en mención, que causa verdadera lástima que aquellos ciudadanos y ciudadanas estén en capacidad de votar y decidir mayoritariamente los destinos de la Casa de la Cultura.

Esto lo decimos sin ningún ánimo de menospreciar la gestión cultural, siempre y cuando sea verdadera gestión, y verdaderamente cultural, ya que por desgracia, aquel registro demagógico está plagado de personas que más bien son pequeños vendedores de artesanías, y hasta ni eso, confundiendo en aquel listado a teatreros, actores circenses, poetas jóvenes, pintores y artistas de verdaderos murales, y no de manchones que ensucian las paredes, con una cantidad de elementos más bien deseosos de participar de un inexistente festín cultural, espejismo alentado por los demagogos de ocasión, que así llegan a controlar los destinos institucionales, en base a ofertas dignas de un politiquero de tercera categoría.

De esta manera, la otrora gloriosa CCE se debate en la más consternante decadencia.

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