Hace cincuenta años se inauguró la presa de El Labrado, una promesa de bienestar y progreso para la región sur del país. Audaces emprendedores aprovecharon la cuenca del río Machángara para la generación eléctrica, regulación de caudales, regadío y agua potable para los cuencanos, hasta el presente. Y para después.

El Labrado, reserva de seis millones de metros cúbicos de agua, antecedió a proyectos como la presa de Amaluza, de 120 millones de metros cúbicos y de Mazar, con 420 millones, en límites azuayos con la amazonia. Las cifras, convertidas a kilowatios, representan energía limpia y renovable con la que aportan las cuencas hídricas del Azuay al desarrollo nacional en los últimos cincuenta años. Las diferencias entre la pequeña presa y las que vinieron luego, grafican el creciente progreso alcanzado, en diversos ámbitos por Cuenca y el país, con el correcto uso de las fuentes hídricas para mejorar la vida y la producción.

Es justo relievar el cincuentenario de la presa -desde 2005 llamada Daniel Toral Vélez en honor a uno de sus propulsores-, cuando su solidez da confianza para ejecutar proyectos similares, como el Soldados Yanuncay o los eólicos, más beneficiosos aún con las nuevas tecnologías, proyectos que a futuro, como El Labrado, serán aplaudidos por proteger el ambiente, controlar las crecientes, asegurar el bienestar y la calidad de vida de las nuevas generaciones.

En esta edición se destaca la historia de la presa de El Labrado y de sus visionarios gestores, considerando que en los tiempos actuales el desarrollo de los pueblos se mide por la cantidad de energía limpia que producen y consumen.

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